SABADO 12 DE AGOSTO DE 2000

Ť Primer aniversario de la ocupación militar y la protesta indígena más larga


Cumpleaños de la resistencia en Amador Hernández

Hermann Bellinghausen, enviado /I, Amador Hernández, Chis., 11 de agosto Ť "Y mañana, aquí estaremos", les grita un joven tzeltal bajo su pasamontañas a los soldados, que apenas se asoman a lo lejos, atrás de los parapetos, la malla ciclónica y una congregación de zopilotes en el basurero del helipuerto. Hoy se cumple un año de que el Ejército ocupó un paraje del ejido para construir una base, y mañana será un año de que los campesinos de Amador Hernández iniciaron la manifestación más larga de la historia nacional.

Joel lo había llamado minutos antes "el cumpleaños de la resistencia". En ese lapso, las tropas federales han invadido las tierras y los recursos de los indígenas, exactamente en los límites de la reserva de la biosfera Montes Azules. En un confín invisible de la República transcurre este extraordinario acto. Un centenar de mujeres y hombres de todas las edades marchan alrededor del cuartel, protestando con mantas, consignas y canciones.

"Esta parcela no es cuartel, fuera Ejército de él" gritan, permitiéndose la licencia gramatical, con los puños levantados, mientras caminan la vereda que sus pasos han trazado. El lodo está batido como en agosto pasado, en el mero tiempo de lluvias.

"No, si el Galván no se equivoca", había comentado en la mañana el capitán Tovar, el diestro piloto de la avioneta. "Dice que en agosto serán las lluvias más fuertes, y ahí está". Y sí, las actuales lluvias en la selva Lacandona tienen crecidos los ríos y anegados planos y hondonadas. La ronda de los zapatistas llega a parecer anfibia en estas condiciones.

Un año de pasos en el vado fangoso, en el camino real que el gobierno quería volver carretera hace un año, en las laderas de los cerros progresivamente talados por los soldados, los rudimentarios puentes de palo que cruzan el caudaloso arroyo (que dentro del cuartel se ha convertido en balneario y foco de contaminación), los bordes de acahual y de milpa.

Los indígenas han organizado bailes, puesto obras de teatro y recibido a diputados mexicanos y estadunidenses, observadores de derechos humanos y centenares de personas de la sociedad civil urbana, en su mayoría jóvenes.

"Ya lo sé, ya los vi, los que matan son del PRI", gritan hoy los indígenas. Y el persistente: "Los acuerdos de San Andrés son ahora y no después". La impronta estudiantil se reconoce en muchas consignas: "Alerta, alerta que camina la lucha zapatista por América Latina", "Zedillo firmó y luego se culeó", "De norte a sur, de este a oeste, ganaremos esta lucha, cueste lo que cueste".

El 11 de agosto de 1999 aparecieron por cielo y por tierra centenares de efectivos castrenses que rápidamente tumbaron una porción de bosque y la convirtieron en helipuerto. Oficialmente se dijo que, a petición de los ingenieros del gobierno, venían a proteger las futuras obras de construcción del camino que uniría San Quintín con Amador Hernández. Los indígenas de esta y otras comunidades, miembros del EZLN y la ARIC Independiente, habían ya expresado su rechazo a dicha obra, por considerarla de interés militar, no comunitario.

En pocas horas se reunieron campesinos de Amador Hernández ante el destacamento militar y trataron de expulsarlos. Después de un día de forcejeo a medio camino real, la Policía Militar arremetió a golpes y arrojó gas pimienta sobre los indígenas. Para entonces se habían unido a la protesta 60 estudiantes y maestros que participaban en un encuentro en defensa del patrimonio cultural en el Aguascalientes de La Realidad, a 50 kilómetros de aquí.

Así empezaba el incansable happening de protesta que todavía no termina. La campaña mediática contra los manifestantes llevó al gobierno de Roberto Albores Guillén al extremo de pretender expulsar de Chiapas a la actriz Ofelia Medina y a los estudiantes, por considerarlos "non gratos". Ante lo anticonstitucional de tamaño despropósito xenofóbico, el aguerrido mandatario debió dar marcha atrás. Y ante lo rotundo de la resistencia indígena, el gobierno federal anunció la "suspensión" de las obras anunciadas.

No obstante, la ocupación militar continuó, provocando una grave crisis que puso en riesgo la paz, precaria de por sí. Fue una escalada de la guerra de baja intensidad que padecen las comunidades indígenas en la llamada zona de conflicto. 365 días después, el plantón se ha convertido en un símbolo de la resistencia pacífica.

Para no escuchar las demandas de los campesinos, sus mensajes a la tropa, sus cuestionamientos a los funcionarios del gobierno y agentes de la PGR destacados aquí, los mandos castrenses se las ingeniaron para colocar grandes bocinas que (cuando los campesinos corean, cantan, gritan y argumentan) vomitan música a manera de ruido ensordecedor. El tedioso repertorio ya incluyó arias de Carmen y Aída, adefesios de Richard Clayderman, gorgoritos rancheros de Mister amigo (de Bush) Vicente Fernández, el Tri, Maná, cumbias malas, marchas militares y hasta canciones de protesta que suenan a caricatura.

Pero la principal barrera no es la del ruido, sino centenares de metros de serpentina cortante apilada, la peor versión del alambre de púas. Agréguense los escudos de acrílico antimotines. Los indígenas han recurrido a los carteles, las mantas y hasta las aeronaves (de papel) de la "fuerza aérea zapatista", que han "bombardeado" de mensajes el campamento militar.

Inicialmente los soldados ocuparon 2 hectáreas de tierra ejidal. Ahora ocupan 5, y cada día es mayor el saqueo de madera que hacen en la reserva de la biosfera. Ya tienen una colonia habitacional, dos helipuertos, una pista de carreras, canchas de futbol, basquetbol y volibol, hileras de letrinas, torretas de observación, almacenes de armas y alimentos, barricadas. A últimas fechas, los helicópteros trasladan cemento, varilla y otros materiales de construcción, como si el Ejército federal pensara instalarse permanentemente.

Los campesinos montan guardia cada noche, frecuentemente bajo lluvias torrenciales. El modesto campamento que acoge su plantón, a unos centenares de metros del cuartel, empezó a base de cobertizos de plástico. Ahora ya levantaron algunas casamatas y hasta una ermita de palma, donde los acompaña en la sombra una imagen de la Guadalupana, gorda de tanta "ropa" que le han puesto, a la usanza tzeltal.

Y aunque no se construye el camino, el campamento castrense que llegó para "cuidarlo" no sólo no se retira, sino que crece.