VIERNES 11 DE AGOSTO DE 2000

 

Ť Gilberto López y Rivas Ť

Dos transiciones

Si asumimos como criterio de transición el intersticio generado a partir de la modificación de un orden político dado de sus leyes, normas y reglas no escritas hacia otro orden que está por construirse, podemos argüir que en México existen hoy, por lo menos, dos proyectos de transición. Sin embargo, un proceso de esta naturaleza no es por sí mismo bueno ni malo o, para utilizar categorías políticas, una transición --cuando ocurre-- no es necesariamente democrática o autoritaria: ésta se va definiendo en la lucha ideológica y en las acciones concretas de las distintas fuerzas políticas.

Nos referimos a dos transiciones y no a "la transición", puesto que en la crisis del régimen de partido de Estado, evidenciada el pasado 2 de julio, cuando la voluntad ciudadana se expresó en contra del PRI, se vislumbran distintas salidas políticas. La primera, en apariencia la más importante, se manifiesta en la pérdida de la Presidencia de la República que sufrió el PRI. Este suceso ha pasado a nutrir las páginas del derrocamiento de los regímenes totalitarios, dictatoriales o de partido dominante de la historia mundial. Así, al lado de las revoluciones de terciopelo que destruyeron los regímenes burocrático-autoritarios de Europa del este, o de las transiciones democráticas del Cono Sur, que terminaron con las dictaduras militares que ocasionaron cientos de miles de muertos en América Latina, México vive hoy uno de los cambios políticos más esperados por distintas generaciones, por lo menos desde 1968.

Por ello, el derrocamiento del PRI de ese poder que le permitía resurgir una y otra vez con las mismas complicidades, los mismos códigos perversos y corruptos en los que clientelismo y corporativismo jugaron un papel fundamental, no se puede atribuir al advenimiento mesiánico de un caudillo, mezcla curiosa de cacique regional y gerente transnacional.

Por el contrario, la derrota priísta debe ser entendida y redimensionada a partir de una historia que va desde una fuerte ruptura al interior del partido --surgimiento de la Corriente Democrática--, hasta la rearticulación de las diversas luchas de izquierda que optaron por una batalla electoral, pasando por la alianza del propio PRI con la derecha, tal y como demuestra el sinnúmero de concertacesiones con el PAN para imponer la política económica neoliberal.

La debacle del PRI en entidades federativas, municipios y congresos locales, así como su pérdida de mayoría absoluta en el Congreso de la Unión, y el triunfo del PRD por dos veces consecutivas en la ciudad de México, no pueden quedar al margen de este parteaguas en nuestra historia política.

El hecho de que esta primera gran transición haya sido capitalizada por el triunfo de Vicente Fox en las elecciones presidenciales, pretende imponer una perspectiva de cambio muy lejana a la que ha venido construyendo el PRD, junto con otros movimientos sociales y políticos. Basta leer la prensa de los últimos días para constatar que Fox confunde la administración pública con la de empresas. Su noción del ejercicio del poder político es ensombrecida por su obsesión de no generar ni una sola desincronía con su noción "autorregulada" del mercado. Lo que él llama calidad, competencia y eficiencia en el perfil de los próximos funcionarios puede traducirse políticamente en uniformidad, obediencia y subordinación a su mandato. Cabe decir, entre paréntesis y por lo que se observa, que está lejos de cumplir las expectativas de los millones de mujeres, jóvenes, pobres, profesionistas, pequeños y medianos empresarios que fincaron en su persona la posibilidad de un cambio que los beneficie.

La Otra transición, que afortunadamente se vislumbra, no estriba en saber inglés, estudiar en el extranjero, provenir de universidades privadas o ser un próspero empresario, sino en ser partícipe y tener un papel protagónico en la lucha por las transformaciones democráticas, independientemente de si se está o no en la estructura institucional del Estado, si se es pobre o rico, empresario u obrero, estudiante o asalariado, madre soltera o ama de casa. En cada espacio la lucha está por darse.

En la transición que estamos por disputar todos aquellos que en su momento nos definimos contra el aumento del IVA, de la privatización de la educación pública, del Fobaproa, a favor de los derechos de los pueblos indios, por mejores salarios y empleos, por la defensa de la diversidad sexual y de que las mujeres decidan sobre su propio cuerpo, y por la dignidad de los adultos mayores, preferimos incluir que excluir.

Por ello, las autoridades electas en el Distrito Federal provenientes de la izquierda tendrán que responder al voto ciudadano con tolerancia, honestidad y eficacia, sin dejar a un lado los principios que permitan vislumbrar un orden civilizatorio distinto al que actualmente vivimos o al que nos propone Fox, un orden civilizatorio no articulado por la explotación irracional e inhumana del capital, sino por la posibilidad de satisfacer las mayores necesidades humanas con los hombres y las mujeres que decidan libremente el mejor lugar para el desempeño de sus capacidades.

Al mismo tiempo, un gobierno comprometido más con la democracia que con el capital requiere gobernar con todos y no para unos cuantos. En suma: se requiere construir gobiernos que vivan para la política y no que vivan de la política. Este es el reto de las fuerzas democráticas.