JUEVES 10 DE AGOSTO DE 2000

 


* Jean Meyer *

Las malas noticias

No son mexicanas, pero son nuestras, tan nuestras que como reza el dicho árabe: "quien quiere todo entender, bien puede morir de rabia". ƑPor dónde quieren empezar? Ƒtigres tamules de Sri Lanka (Ceylan), moros de Mindanao (Filipinas), niños matones de Sierra Leona, Liberia, Congo, Angola? O bien los asesinos de la ETA en el país vasco que son mucho más preocupantes que Haider en Viena: racistas, terroristas, totalitarios, no tienen nada que pedir a los Sadam Husain y otros Milosevich.

Y Ƒqué me dicen de los eritreos y sus hermanos etiopes? Nada mala esa guerra cuando la hambruna ya empezaba a cobrar el diezmo. Sus vecinos sudaneses exterminan o venden como esclavos a los negros rebeldes del Sur. El gobierno chino no liquida físicamente a los tibetanos pero hace todo lo posible para acabar con Tibet, su cultura y su religión. Mejor no hablar de rusos y chechenos: el tema ni fue mencionado en la reunión del G7, ese grupo de los siete países más industrializados, dispuestos a aceptar a Rusia para llamarse así G8.

Mientras, la degollina sigue en Argelia (cien mil muertos en los ocho últimos años) y también en las islas Molucas (Indonesia) que viven ahora la misma tragedia que fue la de Timor, en la indiferencia universal. Ruanda, Burundi, Congo-Brazaville, Uganda, el Cáucaso, los Balcanes, Líbano, Nigeria, Afganistán, Kurdistan... šperdón! Hay que parar esa interminable enumeración que no sería mejor entendible si obedeciera a un orden alfabético o a una repartición geográfica, étnica o religiosa. Son malas noticias y punto. Mi memoria protesta y grita: Colombia pero šya! Basta.

Es el cinturón de fuego del continente de una inhumanidad demasiado humana. El siglo XX terminó con las matanzas de la ex Yugoslavia, de Ruanda y Burundi, de Chechenia. El siglo XXI empezó con la destrucción de Grozny, el olvido en el cual se deja la población del Sur sudanés y también la de Corea del Norte. Norte y sur, blanco, negro y amarillo, todos parejos en la atrocidad. La letanía de esos nombres engendra el espanto y el hastío, por eso tienen menos espacio en la prensa y en la televisión que un accidente de camión escolar en España, una explosión de gas en Bélgica o la hazaña de un "serial killer" cualquier, menor de edad de preferencia, en Oklahoma.

En esa columna intentaré en las semanas que vienen una crónica de "malas noticias", no en el tono de la indignación o del enojo, lujo que nos podemos permitir los que nos encontramos protegidos de la intemperie histórica, sino para tratar de entender, sin morir de coraje.

No pretendo denunciar culpables y menos aún elaborar una tipología de los crímenes contra la humanidad y contra Dios (la sangre de los inocentes grita hacia el cielo, dice la Biblia desde 3 mil años). Intento tomar en serio lo que escribió Octavio Paz hace muchos años: "por primera vez en la historia, somos contemporáneos de todos los hombres". La mala noticia puede ser sismo, inundación, sequía, erupción volcánica; por desgracia la peor mala noticia es la política. El desastre natural une a la comunidad de los hombres; el desastre humano planificado o improvisado por el hombre es más difícil de cargar porque nos remite al misterio del mal.