JUEVES 10 DE AGOSTO DE 2000
El regreso del líder
* Sergio Zermeño *
Conforme avanzan los datos y los análisis de la jornada electoral del 2 de julio, más claro queda que no se trató, en lo fundamental, de una contienda entre partidos sino de una batalla de liderazgos. De hecho fue una batalla de dos liderazgos y de un aparato estatal-clientelar, el PRI, respaldado con los recursos del erario, recursos que no hicieron más que refrendar que el dinero asegura votos sólo entre la pobreza rural y entre el resto de los extremadamente pobres.
Cabría inmediatamente la duda: en un país tan heterogéneo, Ƒcómo afirmar que el liderazgo o el carisma imperan sobre los aparatos orgánicos de proselitismo como son los partidos? Es una buena pregunta, pero el siguiente dato constituye una buena respuesta: las 30 circunscripciones federales del Distrito Federal, el espacio de mayor concentración económica y cultural de nuestro país, fueron tricolores en 1994, amarillas en 1997, y azules en el 2000 (26 de 30). ƑQué sucede? ƑEs éste un país que consolida las instituciones del tránsito a la democracia o es una sociedad que tiene baja fidelidad a sus adscripciones partidistas, poca memoria y mucho olvido, principios con raigambre poco profunda?
Vamos a suponer que cada una de las tres principales opciones partidistas de nuestro país ha contado con 20 por ciento del electorado como "voto duro" (lo que ya implica descontar todas las patrañas del priísmo de Estado). Si el voto más pobre es priísta (ganó 95 de los 98 distritos rurales en 1994 y 80 de 96 en el 2000); si el voto más rico es panista (ganó 51 por ciento de los votos en los distritos con menos rezago social en el 2000), si el voto perredista abarca sectores críticos y sectores medios relativamente escolarizados y sectores populares con alguna organización y fuerte exposición a los medios electrónicos, entonces la pregunta procede: Ƒquién es ese 20 ó 30 por ciento de mexicanos que está decidiendo las elecciones con una fidelidad cambiante? Los candidatos que han logrado convencer a ese uno de cada cuatro electores restante han logrado ganar las votaciones (Zedillo en 94, Cárdenas en 97, Fox y López Obrador en el 2000). Esos electores son ni más ni menos que los pobres de las ciudades, que no son los más pobres de los mexicanos; es decir, que no son el "México profundo", rural, sino el "México roto", el de los barrios sin solidaridad ni familiar ni grupal, el de la informalidad y el de "todos contra todos", el de la incultura y la baja escolaridad, pero muy alta exposición a los medios; el México que crece implacable sobre todos los otros México.
En ese medio social la posibilidad de cambio, la posibilidad de nuevas oportunidades, no depende de lecturas atentas de programas económicos o de otro tipo, sino de la capacidad para increpar, para ridiculizar, para hablar al chile, como lo hizo Fox en toda su campaña, como lo hizo López Obrador frente al jefe Diego, como lo hizo éste en el 94, como todos creímos que había hecho Cuauhtémoc en el 88 y que lo llevó a ganar en el 97 (porque resultó el candidato menos moderado, sin duda). Pero en el 2000 Cárdenas apareció ya demasiado conservador, envuelto en la solemnidad del poder conquistado, "todo se arreglará observando la ley", nadando "de muertito" primero y, en la parte final, demasiado apoyado en una rectitud de la moral personal y en unos principios de izquierda mal explicados (buenos sin duda para reafirmar su voto duro, pero malos para el mercado por conquistar). La Alianza por el Cambio de Fox hizo pasar a su haber, con respecto a 1994, 15 por ciento de los votos de todos los distritos electorales exceptuando los de muy alto y los de muy bajo rezago social, mientras el PRI perdía 10 por ciento en esos mismos distritos intermedios, y la Alianza por México 3 por ciento (véase el análisis de Alejandro Tuirán, Enfoque, 6/07/00).
Pero no nos alarmemos demasiado, este mismo regreso de los liderazgos personalizados en detrimento de la ilusión transicionista y del embarnecimiento de las instituciones de la democracia ha venido teniendo lugar en otros países de América Latina en los últimos años (García y Fujimori en Perú; Chávez en Venezuela; Bucaram en Ecuador; Menem en Argentina...). En la mayoría de los casos, sin embargo, el idilio se rompió muy pronto y el regreso del líder resultó efímero: se vuelve extremadamente difícil emprender una política redistributiva (en el marco de la globalidad, se entiende) y convertir el liderazgo en poder social, en participación ciudadana y en fortalecimiento de las instituciones democráticas. Es más redituable, sobre todo pensando en la reelección (anhelo escondido de todo gran líder), reforzar los programas hacia la pobreza extrema (quitarle al PRI el voto rural), mejorar la confianza para la inversión extranjera, refrendar el voto duro original (panista en este caso) y, en los momentos electorales, comprar toda la propaganda y ejercer todas las triquiñuelas y actos espectaculares que puedan atraer a ese "México roto" en crecimiento desenfrenado. Fox dice que reforzará la participación social, que mejorará las instituciones democráticas, que distribuirá mejor la riqueza. Como aquí no hay reelección, le quedan seis años y los dos caminos descritos. *