LUNES 7 DE AGOSTO DE 2000

 


* José Cueli *

Un bombón de La Muralla

Todo cuanto sucede en la Plaza México está dominado por la nostalgia vestida de cerveza. Sólo a través de ella se soporta el paso del tiempo domingo a domingo. Novilleros calca uno de otro, ante un público que se diferencia en dos fracciones a la hora de los aplausos. Unos que ya hemos alcanzado un alto grado de desdramatización y no nos emociona casi nada; otros, los más jóvenes, esforzados en verse conmovidos por el espectáculo, parecen pedir más efectismo (lances cirqueros a porta gayola, derechazos sin fin, banderillas, cortas, circulares de espalda, orejas). En suma, la caricatura de lo que fue el toreo.

Frente al desolado paisaje de la plaza existen instantes de extraña ausencia de espíritu y de trivial ensimismamiento, en que uno se recuerda inmerso en un "algo" del que nada importante parece advertirse, aunque precisamente sean esos instantes los que perduran, puesto que su futuro no conocerá ninguna evolución, más que el precipitar de la desgracia torera en desgracia personal, de los desgraciados, ya no tan jóvenes, novilleros Ayala, López Rivera y El Pausao, que a tropezones deambularon por el redondel a pesar de tener enfrente unos bomboncitos Ƒsospechosos de pitones?, de La Muralla; uno de ellos, desaprovechado por El Pausao, ideal para el torero.

Plaza casa de muchos de doble tiniebla, de lo apenas pasado y lo inobrable. Habitarla resulta un suceso cargado de miedo y magia y en definitiva permite recobrar el silencio, acabar con las palabras que a nadie interesan ųlas mías y las de los otrosų, al no haber en el ruedo nada capaz de dar acción a eso que se llamó toreo. Por lo que los ojos desencajados permitían encarar las dos retinas, enlazadas a otras iguales en el aburrimiento general, desmadejándonos lentamente al paso de la espuma cervecera.

Hasta que el sol radiante nos hizo ver lo mismo con ojos entornados, parpadeando, abiertos como en película de terror, entre ambas miradas, el toreo que se perdió y no aparece, pero que sigue presente en un pasado que es presente, ya entrados en la pérdida de la razón, en ese atractivo mundo de la locura torera.