* Hermann Bellinghausen *
Al pie de la huella
La palabra más inexacta que había leído jamás tenía en esa página blanca como superficie lunar la forma definida y bien excavada de una huella. De las que hacemos todos, los puntillosos burros en la ladera, los cormoranes en la playa, los elefantes en la pista del circo, los astronautas hollando la Luna, y en general todos los seres pisantes.
Una palabra natural, por momentos tartamuda, impronunciable a boca de jarro, que en su visita al diccionario encuentra etimología, ortografía, género, diversos significados y dos o tres aplicaciones comunes, pero sigue siendo ambigua, cerrada a traducciones y eufemismos, y abierta a la interpretación.
Ni mala palabra ni Palabra mayúscula y singular, sino de plural irregular, propensa al ripio, la errata, el deletreo despacio, gutural o labiodental según qué sílaba se trate.
No venía sola. Otras la rodeaban a derecha e izquierda, líneas arriba y líneas abajo de la cuadra, el vecindario, la colonia, el capítulo y el tomo, pero al ser imprecisa, la peor de todas, era interesante y cifraba al resto, peripatética, hipostasiada en el zarandeo de su lectura interna.
Designaba cosa o verbo por igual, paradigmática hija del idioma, arisca como buena bestia peluda y dulce al rozar la bóveda palatina, aunque con un dejo de sal en la punta de la lengua. Su líquido sonido no le disminuía la solidez un ápice, y le otorgaba determinado kilataje en la balanza hipersensible del joyero.
Intenté subrayarla, entrecomillarla, arrancarla para la cita, pero ni los paréntesis se dejó poner. Saqué del cajón el matamoscas a ver si así, y nada. Como no me da por cazar mariposas no tengo red, pero sí la careta de apicultor que me coloqué por si las dudas, nunca se sabe si una palabra pica o muerde, y las que dejan aguijón, híjole, son una lata, me han llegado a robar el sueño.
La huella conservaba el relieve de la suela y el dibujo, así habrá pesado de nueva, aunque los bordes denotaban desgaste, y al acercar la lupa distinguí la marca, el número y las costuras.
Mía no era, que quede claro. No obstante marqué la página, decidí adoptarla en contexto y sin texto, la conjugué entre ambas manos, la exprimí hasta la última gota y la tendí al Sol. Un día de éstos podría servir. No quiero necesitarla y no tenerla. No, no quiero.
La traje a vivir conmigo. Total, una más. No ha hecho ningún comentario, pero según alcanzo a entender, le gusta su nueva casa.
Ya hablaremos de lo que se trae. La dejaré desahogar sus cuitas, alguna tendrá. Y, de paso, procuraré precisar sus contornos, sacudirle lo vaga y que sirva para esta o cualquier otra página, aquí o donde sepan usarla, aunque no sea al pie de la letra. Queda libre, sin dueño ni dueña. Ojalá sirva lo mismo para un roto que para un descosido. Y que se lea.