Ť Sirvió el amago de cruzada para aumentar la popularidad de Putin
Asignatura pendiente, la campaña anticorrupción rusa
Juan Pablo Duch, corresponsal, Moscú, 5 de agosto Ť La campaña anticorrupción prometida por el presidente ruso, Vladimir Putin, que se tradujo en el desordenado acoso de una parte de los llamados "oligarcas", los dueños de la mitad de la economía rusa, podría concluir antes de haber empezado en realidad.
Después de la reciente reunión de Putin con una veintena de los empresarios más poderosos del país, una tras otra se desmoronaron las acusaciones de la procuraduría, que tenían en jaque a varios de los beneficiados de su cercanía con Boris Yeltsin.
Queda la impresión de que, cerrados los casos bajo la cándida explicación de no haber hallado "indicios de delito", la persecución judicial que tanto ruido ocasionó fue sólo una demostración de fuerza con un propósito doble.
Por un lado, intimidar a los capitanes del sector privado, en su mayoría con serios problemas para explicar el origen de sus fortunas, más allá de atribuirlo a unas reglas del juego corruptas y toleradas por el ex presidente Yeltsin.
El acoso fue una pequeña muestra de lo que es capaz de realizar el aparato de procuración de justicia selectiva del Estado ruso, al servicio por completo del Kremlin.
Y por otro, presionar a algunos de los perseguidos a vender o ceder, dependiendo de su grado de vulnerabilidad y de su distanciamiento de Putin, las acciones de sus imperios económicos en condiciones por demás ventajosas en favor del Estado.
Fueron retirados todos los cargos contra el magnate de los medios, Vladimir Gusinski; el dueño de Norilski Níquel, Vladimir Potanin; el presidente de la petrolera LukOil, Vaguit Alekperov, y el potentado automotriz Vladimir Kadannikov.
Los casos más sonados de una campaña contra los corruptos no pasaron de ser una severa advertencia. El amago de cruzada anticorrupción, dada la indignación que provoca en la mayoría de los pauperizados rusos la ostentación de la riqueza de los oligarcas, sirvió adicionalmente para revertir la caída de los índices de popularidad del presidente Putin, quien pudo recobrar los 10 puntos perdidos en el último mes.
Hasta aquí todo es claro, pero las dudas comienzan respecto del uso que puede darse al loable intento de recuperar parte de la propiedad pública desincorporada, embolsada por unos cuantos mediante mecanismos privatizadores poco transparentes y, por lo común, ilícitos.
Escépticos por experiencia propia, pocos son los rusos que esperan una redistribución de la propiedad de cara a la sociedad. Temen, los más, que sea un pretexto para alentar la consolidación de los nuevos favoritos, aquellos que han dado testimonio de estar dispuestos a financiar las ambiciones autoritarias de Putin.
Algunos de estos favoritos, que repiten en el exclusivo ámbito de las preferencias del Kremlin y tienen que conciliar intereses con los empresarios y banqueros de nuevo arribo, figuran entre los presuntos favorecidos por la inaudita desaparición de parte (4 mil 800 millones de dólares) del crédito otorgado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) a Rusia en vísperas del crack financiero de agosto de 1998.
La prensa local denunció hace poco con lujo de detalles que, no sin la participación clave del entonces ministro de Finanzas y actual primer ministro, Mijail Kasianov, dicho dinero no llegó nunca a su destino, pulverizándose en infinidad de cuentas particulares en los bancos de Suiza y varios paraísos fiscales.
A pesar de la gravedad de la denuncia, no hubo reacción ni desmentidos oficiales, pero lo que sí hubo fue una confirmación, acaso involuntaria, de un ingenuo funcionario de la procuraduría rusa, Nikolai Volkov, en el aeropuerto tras su regreso de Ginebra, quien afirmó que en la abundante documentación que le entregaron sus colegas helvéticos encontró evidencias de que "parte del dinero del FMI estuvo o todavía está en Suiza".
Entusiasmado, Volkov dijo que recomendaría a sus jefes empezar una investigación. No ha vuelto a abrir la boca, y Kasianov se fue de vacaciones, en un viaje que podría ser sin retorno al cargo que ocupa.
Así, empiezan a cobrar fuerza las versiones de que el Kremlin tratará de evitar el escándalo, y que bajo el pretexto de que no se cumplieron las expectativas de crecimiento económico o cualquier otro, Kasianov podría ser sustituido el próximo otoño por el secretario del Consejo de Seguridad, Serguei Ivanov, o por el primer vicepremier, Aleksei Kudrin.
De cualquier manera, habrá que esperar hasta que reanude sesiones la Duma Estatal, que formalmente tiene que ratificar la eventual designación de un nuevo primer ministro, para ver hasta qué punto son ciertas las especulaciones.