DOMINGO 6 DE AGOSTO DE 2000
Ť Perro Aguayo, Villano III y Negro Casas en el encordado de la Arena México
Infierno en el ring, épica popular donde, de nuevo, triunfó el bien
Ť La complicidad del público con los luchadores, parte fundamental de ese espectáculo
Juan José Olivares Ť Ni circo ni maroma ni teatro, la lucha libre es la representación más estéticamente popular de la batalla cotidiana entre el bien y el mal, entre los técnicos y los rudos. La noche del viernes se volvió a representar esa gesta en la Arena México. Ahí se presentó el programa Infierno en el ring, en el que participaron luchadores del calibre del Perro Aguayo, Pierroth, Villano III, Negro Casas, Satánico y Doctor Warner, entre otras estrellas del encordado mexicano.
Este ágape luchístico, este espectáculo del arrabal, se mostró íntegro, en su máxima expresión, en el escenario del inmueble de la colonia Doctores, que se iluminó no sólo por el exuberante juego de luces modernas que recorrieron las variadas siluetas de niños, jóvenes y adultos, sino por las incansables gargantas que nunca cesaron de explotar con sus tradicionales: "šrudos, rudos!'' o ''štécnicos, técnicos!". Por supuesto que "la arena estaba de bote en bote y la gente loca de la emoción".
El griterío sigue y sigue. Al Negro Casas le comenzaron a poner en la madre el trío de rudos (el Satánico, Doctor Warner y Bestia Salvaje), que al ritmo de la música de Kid Rock le aplicaban una okiwasa y una huracarrana. ''Cállese, pinche Negro", le susurraba, casi al oído, la Bestia, mientras que una señora se desgañitaba: ''No me le pegues mucho porque me lo maltratas''. Así es ese mundo de fantasía que son las luchas mexicanas, así es la vida de los superhéroes que son de carne y hueso y que ninguna empresa fílmica o de comics podría emular.
Pero el bien casi siempre triunfa. Los dos compañeros del Negro, Lizmark hijo y el gordito Brazo, sorprendieron a los malos con estupendos y coordinados candados que les valieron la primera y segunda caídas seguidas, y la victoria, que como siempre, fue discutida por los rudos y sus malosos fanáticos, que todo el tiempo le mentaron la madre a los técnicos.
Mientras, las chelas, chescos, banderillas, tortas y demás tiliches siguieron recorriendo los largos y oscuros pasillos de la enorme arena, en espera de que alguna alma los reciba pa seguir gritando a sus ídolos anónimos.
Toda una orgásmica fiesta del pueblo, animada con los multicolores sonidos de las cachetadas guajoloteras y los ficticios mazapanes que se aplican los gladiadores entre sí, como si quisieran demostrar quién hace el ruido y la pantomima más portentosos, la actuación más real.
Vino la segunda lucha, luego por supuesto de la demostración de chicas en minúsculos ropajes, que obviamente prendían aún más el ánimo de los hombres (pa las mujeres el taco de ojo está en los mismos músculos de los luchadores: ''estás bien bueno, Lizmark"). Era lucha de campeonato mundial de parejas, en la que estuvieron Los Infernales, apadrinados por el Satánico, que ganaron por default, ya que Emilio Charles, quien contendría, se encontraba lesionado y su lugar lo tomó Villano IV junto con Míster Niebla, que poco pudieron hacer, por el poder, la fuerza, la rabia y el fuego que hicieron que los enmascarados levitaran sobre las cuerdas. ''Y seguimos siendo los reyes'', anunciaban los del averno.
Más chelas, papitas y emoción al por mayor, y rock, duro rock macizo para amenizar la triunfal entrada de los nuevos hércules, que por tele se ven gordos, pero ya de cerquita, šah, qué mamados están!
Vino el Carnaval de la muerte (šuy, qué miedo!), una batalla campal en la que salieron 12 modernos gladiadores para romperse el hocico, todos contra todos, entre los que estuvieron Blue Panther, Violencia, Rencor Latino, Doctor O'Borman y Gladiador, por los rudos, y Olímpico, Antifaz, Safari, Máscara Mágica, Astro júnior y Solar, por los limpios, que ni tanto. Los enmascarados no pararon de enseñar bucólicas maniobras en el aire y en la lona. Auténticos mastodontes con movimientos felinos. Al final, con "sangre" y máscara desmadrada quedó el más habilidoso, Gladiador, "el más chingón".
En el ambiente se podían respirar adrenalina, lujuria, eructos cerveceros, admiración y desfogue, una salida para la gente que chambea toda la semana para conseguir un buen lugar en las luchas, no importa que sea hasta el gallinero, donde sólo ven monitos coloridos brincando por el cuadrilátero. Qué importa, lo que vale es estar adentro, gritar al odio, al mal y al bien.
La estelar fue una lucha cual bestias contemporáneas, en una jaula improvisada en el ring, en la que fueron encerrados el supuestamente retirado Perro Aguayo, Villano III, Pierroth y Máscara 2000. Los dos primeros que salieran, ganaban. Y duraron mucho la angustia y el griterío en medio de pirotécnicos juegos y pirados-enjundiados aficionados. El primero en salir, luego de sangrar de nuevo su lisita frente, fue el Perro, quien cual can callejero brincó la cerca de metal ante las muchas solicitudes de "no seas puto, Perro", pero le valió madres y corrió, aunque después otros tres malosos le agarraron una madrina con sillas, cubetas y palos, "por puto".
Pero Villano también trató de salir luego de ver tendidos en el piso al Pierroth y Máscara 2000, pero no pudo. Lo bajaron de los calzones. No obstante se las arregló para amarrar las navajas entre los dos rudos enemigos, hasta que pelearon entre sí. Y se quedó nomás con Máscara, con quien se cumplió el adagio: el bien siempre triunfa ante el mal. La historia que vivimos todos los días, que es la vida, en este espectáculo.
Dios salve a esta cultura populosa, muy mexica.