SABADO 5 DE AGOSTO DE 2000
Ť Stephen King y el editor casero Ť
Ť Iván Ríos Gascón Ť
Todo parece indicar que la aventura de Stephen King y La planta -el primer libro publicado de manera exclusiva en Internet y que prescinde de editor-, ha resultado un éxito, pues un conspicuo porcentaje de cibernautas ha depositado un dólar por cada capítulo que el amo del best-seller ha dispuesto en su web site stephenking.com.
Hasta ahora, lo que nació como un experimento para explotar las posibilidades financieras de la red, ha mostrado un panorama espléndido para lo que en un futuro no muy lejano podría ser un negocio de elefantinas proporciones, ya que siendo el Internet un medio de penetración casi sin límites, los riesgos entre pérdida y ganancia se equilibran bondadosamente, debido a que entre la publicación de un texto en la web y el proceso de elaboración y difusión de un libro (diseño, impresión, distribución, promoción y venta más, obviamente, la omisión del editor y el librero como intermediarios), los costos se reducen en forma notable.
La incursión de King posee diversos matices que vale la pena reflexionar, pero por cuestión de espacio, pensemos sólo en dos. El primero, obviamente, es el aspecto monetario que una vez probada su eficacia atraerá la atención de muchos autores que hallarán en la experiencia de King un aliciente no sólo para sus ávidos bolsillos, sino la válvula de escape para sus diletantes hemorragias cerebrales. Y lo más probable es que un ingente tropel de especialistas en literatura light (seguramente los primeros y más perseverantes entusiastas del negocio virtual) redactarán sendos culebrones, a dólar por entrega, con la aspiración de desbordar sus cuentas bancarias sin el inconveniente de otorgar un porcentaje a representantes y editores, y mucho menos, sin pasar la prueba de ver su nombre en las listas de los best-sellers más vendidos.
Acaso el aspecto más interesante será la actitud de los fans respecto de los archivos que deberán ''bajar" del site: debido a que no hay mayor incomodidad que la lectura de pantalla, donde no sólo se corre el peligro de la incomprensión y el total distanciamiento del relato (amén que semejante ejercicio puede aniquilar varias dioptrías), la novela virtual germinará el pasatiempo de editor casero, en menoscabo de una industria que ya padece severas crisis financieras, debido a que en el neblinoso paisaje de la globalización, el libro y la lectura han perdido por completo sus espacios.
''Si pagas, la historia rueda...''
Imaginemos a una criatura como la gruesa Annie Wilkes, que Kathy Bates interpretó en Miseria (quizá la obra más irónica del propio Stephen King, llevada al cine por Rob Reiner en 1990), que adicta a las novelas rosa, cuidará minuciosamente la impresión de su libro de culto.
Esta hipotética Annie Wilkes comenzará por elegir la tipografía ad hoc para su autoestima y su temperamento. Jugará con la interlínea y la alineación del texto, tal vez inserte capitulares o anotaciones propias en los bordes de la obra y procure usar tinta de color exótico o un papel más fino que el de uso cotidiano. Finalmente, encuadernará a su gusto los legajos que la impresora expulse desde el universo virtual del ordenador, hasta ahora convertido en banco de sangre de su postergada inspiración.
Terminado, el libro será una especie de artesanía kitsch que evocará el jurásico abigarramiento de las cubiertas y los folios que solía comprar en los supermercados o las librerías del aeropuerto, volúmenes de bolsillo o pasta dura que palidecerán ante las ediciones hechas en casa, debido a que éstos poseerán una resonancia afectiva y emocional más grave, gracias al tiempo y el esmero invertido en su elaboración: a partir de entonces, un batallón de lomos tamaño carta comenzarán a aglutinarse en las repisas, doblegando en volumen y estatura a los libros de antaño. Los libros que quizá costaron menos, los que sirvieron para aligerar un vuelo Los Angeles-Miami o, tal vez, que animaron las prolongadas sesiones de retrete. El libro virtual será, para muchos, el objeto que sutil, paulatinamente, revirtió sus energías para conjurar el ocio: el genuino entretenimiento inoculado por la obra comprada a un dólar por capítulo no fue su lectura, sino el esfuerzo y la diligencia por crear algo que no permanezca para siempre en el disco duro. Sin embargo, existe una latente paradoja: gran porción de editores caseros que ''bajen" su libro de Internet, serán como esas niñas que bañan, peinan, visten y desvisten a su Barbie y después las condenan a un cajón.
El libro casero, como la Barbie, sólo prodigará un onanismo contemplativo por la apariencia y no por el contenido.
''If you pay the story rolls. If you don't, the story folds" (''Si pagas, la historia rueda. Si no pagas, se doblega"), advierte Mr. King en su web site, para fijar las reglas del negocio que es La planta y por alguna coincidente o muy gringa razón debíamos recordar que en Mi filosofía de A a B y de B a A, Warhol incluyó un oscuro y deliberado pensamiento: ''Lo que todos buscamos es a alguien que no viva allí, sino que simplemente pague por ello" y al fin y al cabo, nadie vive, nadie piensa, nadie respira y mucho menos nadie lee nada en Internet. Pero eso, a Stephen King lo tiene sin cuidado.