VIERNES 4 DE AGOSTO DE 2000
Ť Ninguno de los oradores habló de cambios en las políticas fundamentales
No pasó nada en la Convención Nacional Republicana
Jim Cason y David Brooks, enviados, Filadelfia, 3 de agosto Ť Hoy culminaron los cuatro días de uno de los dos actos políticos de más alto perfil que se celebran en este país cada cuatro años (el otro es la convención demócrata), pero no pasó nada.
Se promete un "nuevo día", un "cambio fundamental" y el fin de un gobierno deshonesto y con falta de integridad. También la llegada de un nuevo líder que sí tiene "la visión, la sabiduría y el compromiso" para llevar al país a un nuevo rumbo que cumpla con el destino democrático y próspero prometido por el sueño americano.
Pero nunca se habla de un cambio en las políticas fundamentales del país, promovidas durante los últimos ocho años: libre comercio, privatización, mayores beneficios para las empresas y Wall Street y una reducción de los servicios sociales. O sea, alternancia sin cambio.
Durante toda esta semana el tema ha sido la presentación del candidato republicano, George W. Bush, como un hombre honesto, íntegro, de amor familiar, el único capaz de restituirle el honor al puesto presidencial manchado por el comportamiento personal de su actual ocupante y, por extensión, su vicepresidente.
El mensaje se reduce a eso: otros cuatro años de Bill Clinton y Al Gore con la elección del segundo en los próximos comicios, o un cambio de personal.
Después de un gasto de 50 millones de dólares para la Convención Nacional Republicana, espectáculo que combinó elementos de Hollywood, Disneylandia, el Pentágono, y que inundó esta ciudad con algunas de las principales figuras políticas del país --dos ex presidentes, héroes de guerra y líderes de una de las dos fuerzas que monopolizan la política nacional--, este supremo acto político no fue registrado como algo importante por los estadunidenses.
En las dos primeras noches, el porcentaje de hogares con televisores que optaron por ver las actividades de la convención republicana fue de 6.1 y 8.8 por ciento, respectivamente (comparado con 31.5 por ciento en 1976, el más alto).
El consenso entre los encargados de los noticieros de televisión es que no hubo drama, ni suspenso, ni nada fuera de lo coreografiado: no hay contenido real, pues.
A pesar de los números musicales, las figuras políticas y artísticas reconocidas (se prometió la presencia de Bruce Willis, Bo Derek, Miss América y The Rock, el héroe de la lucha libre profesional) y la insistencia de que este encuentro es histórico --lo mismo de cada cuatro años--, los que se interesan algo en la política ya saben el resultado (la coronación de George W. Bush como candidato a la presidencia), y para los que no se interesan, se trata sólo de otra fiesta de políticos.
Los estadunidenses entienden que más allá de la retórica, hay muy poca diferencia real en la forma en que republicanos y demócratas gobiernan.
Las propuestas republicanas tradicionales articuladas por los candidatos Bush y Richard Cheney (aspirante este último a la vicepresidencia), de reducir la presencia del gobierno en la vida nacional para privilegiar a la iniciativa privada y disminuir el gasto burocrático y la intromisión de las autoridades federales en las vidas de los ciudadanos, son dudosas por las mismas acciones de los candidatos.
Bush, como propietario de un equipo de beisbol profesional, se benefició personalmente con el apoyo del gasto de 200 millones de dólares del sector público a su empresa deportiva.
Cheney, el supuestamente gran enemigo de un "gobierno grande", logró doblar el número de contratos gubernamentales a una suma de 2.5 mil millones de dólares como presidente de la empresa Halliburton; durante estos últimos años, se ha dedicado al "sector privado", después de ser secretario de Defensa.
Además, la presencia en cualquier acto --desde los cocteles, partidos de golf, cenas, recuerditos y el financiamiento de todo este evento-- de las grandes empresas (las mismas que ofrecerán su generosidad para la convención demócrata), confirman que este espectáculo está dedicado más al brindis entre el dinero y el poder que al ejercicio democrático de los ciudadanos.