VIERNES 4 DE AGOSTO DE 2000
Ť Horacio Labastida Ť
Las tribulaciones del voto ciudadano
Porfirio Díaz probó que los compromisos políticos pueden ser burlados sin ningún sonrojo, y que la autonomía del sufragio es frecuentemente mito ajeno a la realidad. Los tuxtepecanos con Díaz a la cabeza prometieron la no reelección al lanzar el plan (1876) que los llevó a la jefatura del gobierno, y tal promesa fue invalidada por Díaz y los suyos al concluir la administración de Manuel González (1880-1884); a partir de entonces el caudillo del 2 de abril celebró sus ininterrumpidos triunfos electorales hasta 1910, año del levantamiento revolucionario que lo trasladó al último y plácido lustro de su vida parisina; y para desgracia del país, tal ejemplo no ha dejado de repetirse, con cuatro excepciones: Madero (1911), Carranza (1917), Cárdenas (1997) y López Obrador (2000).
Hay que reconocerlo. En México no se han cumplido las metamorfosis que introdujeron en la vida pública las revoluciones del siglo XVIII. ƑCuáles fueron estos proyectos de cambio? Dios dejó de ser la fuente del poder político que la monarquía absoluta concibió como derecho divino de los reyes, trasladándose este origen metafísico al pueblo, según dejaron claro los constituyentes estadunidenses, en Filadelfia (1787) y los convencionistas franceses (1792-1795). La segunda importante aportación consistió en haber hecho del súbdito un ciudadano libre para elegir y ser elegido como representante en el ejercicio de las funciones del Estado; y dejando a un lado la señalada primera contribución dieciochesca, que nadie discute hoy, nuestro brevísimo análisis se referirá sólo a las tribulaciones ciudadanas posteriores al constituyente de 1917. Cuando Alvaro Obregón descubrió que Carranza no le cedería la Presidencia armó el Plan de Agua Prieta (1920), indujo la muerte del antiguo primer jefe, organizó unas rápidas elecciones en el interinato de De la Huerta e ingreso alegremente a Palacio Nacional. ƑY los ciudadanos? La respuesta fue dada por José Vasconcelos, en un periódico de Texas: hacia 1930 declaró que en México el ciudadano valía menos que la carabina de Ambrosio, recordando lo que Calles hizo de los comicios de 1929, evaluación justificada en el escenario de violencias policiales y militares registradas en la era Obregón-Calles, escultora del jefe máximo de la Revolución y el pelelismo iniciado en 1928 y concluido en el momento en que Lázaro Cárdenas expulsó del país al fundador del PNR.
La manipulación pistoleril del ciudadano se vería lentamente sustituida por las urnas previamente llenas o robadas, a la vista de un órgano electoral cabalmente dependiente del gobierno; si algún candidato no oficial triunfaba, el milagro tenía por causa la conveniencia del propio gobierno y no la voluntad ciudadana. Diríamos que las balas motivaron la primera tribulación ciudadana y las casillas amañadas, la segunda; pronto vendrían la compra de sufragios y las órdenes cupulares, acunadoras del voto aclientelado predominante en los comicios hasta la elección de Ernesto Zedillo. Y la cuarta tribulación es la del pasado 2 de julio. La sorpresa fue grande porque en buena proporción dejó de funcionar el impositivo aparato electoral del gobierno, sustituido de manera aplastante por la habilísima propaganda mercadotécnica que identificó en el subconsciente ciudadano la idea de cambio con el voto a favor de Fox, operación por cierto muy semejante a la que desde hace años y de manera cuatrienal ponen en marcha los partidos Republicano y Demócrata, en las tierras del Tío Sam. Y teniendo en cuenta las descritas tribulaciones que agobian la limpieza de los comicios ciudadanos, hay que admitir que entre los pistoleros del pasado y la técnica subliminal del presente, la pobre libertad ciudadana continúa siendo una facultad perdida en el laberinto nacional.