VIERNES 4 DE AGOSTO DE 2000

 

Ť Jorge Camil Ť

ƑPRI: RIP?

En 1975, Octavio Paz afirmó que el sistema político mexicano estaba fundado en la creencia inmutable de que el presidente de la República y el partido oficial constituían la encarnación del todo mexicano. En realidad, esa "creencia inmutable" había comenzado a desintegrarse paulatinamente desde 1969, cuando el PRI dejó de funcionar como un verdadero partido político con la independencia, la ideología y la plataforma necesarias para impulsar a sus candidatos presidenciales. A partir de Luis Echeve-rría, todos los candidatos presidenciales llegarían a la residencia oficial sin expe-riencia electoral y sin haber utilizado al PRI como plataforma natural para escalar el poder. Esa tendencia acabó por desconectar al presidente del partido y del pueblo, creando un vacío democrático que se fue llenando de gases venenosos. Por otra parte, la designación de candidatos a espaldas del partido oficial rompió el balance histórico reconocido por Paz, y permitió que mandatarios absolutamente independientes dieran paso al moderno presidencialismo absolutista, finalmente derrotado el 2 de julio pasado.

Con el PRI totalmente a la deriva, el presidente se convirtió en el principio y el fin de la política nacional; alfa y omega de un "nacionalismo revolucionario" selectivo que terminó por destruir al partido. Este dejó de funcionar como el instituto político plural concebido por Plutarco Elías Calles para convertirse en una herramienta más de los designios presidenciales. Así se inició la práctica de elevar a la Presidencia "al hombre más leal al presidente", "al que mejor le cuidaría las espaldas" o, simplemente, como sucedió con la de-signación de José López Portillo, "al mejor amigo del presidente". Como consecuencia de ese lento proceso de desintegración, los políticos cedieron el poder a los tecnócratas, y los presidentes dejaron de ser "hombres de partido". A partir de ese momento la actividad política se desa-rrollaría cerca del presidente, en la penumbra de los gabinetes de trabajo de las secretarías de Estado.

La marginación del partido tuvo otro efecto devastador sobre el sistema: elimi-nó la importancia de la ideología y la necesidad de tener una plataforma política. En el futuro, los programas de gobierno serían fijados por los designios presidenciales o, como diría Daniel Cosío Villegas, por el "estilo personal de go-bernar". A la postre, la "Revolución", el ideal que ardió por sesenta años como lámpara votiva en el altar del partido oficial, fue finalmente descartada de la retórica presidencial durante el sexenio de Carlos Salinas. Parecía que el presidencialismo sin rendición de cuentas había ganado la partida, y que el PRI conti-nuaría "componiendo lo que se descomponga" eternamente, como dijo Gabriel Zaid. Pero no: afortunadamente, fue incapaz de componer el daño ocasionado por los presidentes que "engañaban con la verdad"; el maniqueísmo político, que llegó a su máxima expresión en el sexenio salinista, y la impunidad: la facultad de reivindicar al país cada seis años por encima de las aspiraciones populares y frecuentemente al margen de la ley. Al analizar el sexenio salinista, Business Week hizo un revelador balance de esa gestión: afirmó que el ex presidente, consumado maestro de la cuerda floja, manejó dos administraciones paralelas: "una moderna e internacional, y la otra retrógrada y perversa: hacia adentro". Es obvio que la primera estaba destinada a Wall Street. La otra, creció como un cáncer que terminó por destruir los órganos vitales del sistema.

Quienes acusan a Ernesto Zedillo de enterrar al PRI cuando reconoció la victoria de Vicente Fox ignoran la historia de su partido, o tal vez expresan frustración por haber sido incapaces de repetir el fraude electoral de 1988. Hasta ahora, todos los signos vitales del partido son negativos: la muerte clínica... El sindicato de gobernadores amenaza con opo-nerse sistemáticamente al nuevo gobierno, la directiva ha anunciado que sus cuadros no participarán en un gabinete plural, y algunas de las veinte corrientes partidistas prometen iniciar, en el Monumento a la Revolución (ironías de la vida), un "juicio político" para expulsar al Presidente. Existe además un pequeño problema de caja (peccata minuta): nadie sabe cómo se continuará financiando el costoso aparato político que dependía ciento por ciento del erario. Un partido en el poder que pierde las elecciones después de 71 años de gobierno tiene solamente una alternativa: la reforma de raíz o su defunción.