JUEVES 3 DE AGOSTO DE 2000
Ť Adolfo Sánchez Rebolledo Ť
Sindicatos: la democracia incompleta
DIFICIL RESULTA aceptar que la democracia pueda construirse sin erradicar a los rodriguezalcaines y otras yerbas del viejo sindicalismo corporativo. Una sociedad libre y verdaderamente democrática es impensable si en ella persisten enormes islotes autoritarios en los cuales los derechos, aun los más elementales, están cancelados. Y, sin embargo, esa es exactamente la situación en la que nos hallamos. Tenemos una democracia electoral a la altura de los países más civilizados y un sindicalismo deforme y corrupto, digno de la peor dictadura.
Los sindicatos mexicanos, o lo que va quedando de ellos bajo el peso de los contratos de protección cetemistas, son entidades paquidérmicas pero débiles, adaptadas para convertir la negociación contractual en chantaje y las amenazas en claudicación. Si todavía subsisten como interlocutores en la relación obrero-patronal, ello se debe al resguardo que les da una legislación caduca en muchos sentidos y al respaldo extralegal del gobierno al que, finalmente, sirven.
La función política más primaria del sindicalismo, la de ofrecer una clientela cautiva al régimen, fue desbordada y abolida por la acción de la sociedad civil en las urnas: el PRI perdió los votos del "movimiento obrero organizado", pero, en cambio, mantuvo sin grandes fisuras el control prácticamente total de la contratación colectiva, que es el secreto de la extraña pasividad laboral convertida "por el sistema" en la garantía mayor de la estabilidad. La entrada del "aire fresco de la democracia", que decía Rafael Galván, salvo excepciones notables, no trajo un cambio comparable en los sindicatos. El vínculo que los unía -y los ata hoy día- a la política presidencial los mantuvo con vida artificial como uno de los "sectores" del PRI, fuerte en el partido pero ausente en la sociedad.
El nuevo gobierno tendrá que sopesar muy bien los desafíos que en esta materia se le vienen encima. El sindicalismo corporativo es la asignatura pendiente de la transición democrática. Mientras se mantengan clausuradas las libertades en los sindicatos, la ciudadanía alcanzada por la vía electoral estará incompleta. Sería grave que Fox se equivocara tratando de intercambiar cierta tolerancia al charrismo y sus herederos por la sumisión de los líderes a las reformas del gobierno. Ese sí que sería un retroceso inadmisible.
Que las "cúpulas" dirigentes del sindicalismo tradicional pretendan seguir medrando con los intereses de los trabajadores mediante algunas concesiones es lo que siempre han hecho y es para lo único que sirven, pero esa no puede ser la lógica de la democracia. Dicha conducta resultaba compatible con el régimen que está en vías de extinción, pero no puede ser ya el punto de partida para ninguna renovación en el mundo del trabajo.
La CTM y otras organizaciones semejantes dan a entender que ese será el precio por facilitar la reforma laboral pendiente, pero esa es, de nuevo, una trampa mayúscula. Si Fox pretende gobernar democráticamente no tiene más remedio que ubicarse en el otro lado de la línea que los separa del charrismo, respetando la organización independiente de los trabajadores, sin deslizarse, como le piden a gritos las cámaras patronales, al sindicalismo blanco.
La construcción de un país próspero y democrático requiere de unos sindicatos modernos, capaces de superar la pulverización y el burocratismo que hoy los ahogan, pero para conseguirlo es preciso que los gobernantes respeten las decisiones autónomas de los propios trabajadores. Rodríguez Alcaine ofrece apoyar la reforma eléctrica que, a lo que se ve, parece ser la llave maestra de toda la estrategia económica del nuevo gobierno. ƑQué ofrecerán a cambio otros dirigentes formales o morales del sindicalismo más corrupto de la tierra para obtener un gesto conciliador del nuevo presidente?