JUEVES 3 DE AGOSTO DE 2000
Ť Ricardo Robles O. Ť
El diálogo ausente
VINIERON Y SE VAN esfumando propuestas y buenos propósitos sobre los acuerdos de San Andrés.
Su espacio 'promisorio' fueron los tiempos de campaña, las precisiones que los van acotando ya van siendo enmiendas poselectorales. Este juego del "sí, pero no tanto; sí, pero entendámonos; sí, pero siempre no" es juego sucio. Presagia tiempos que se dicen idos en los que los comicios fueron sólo el montaje para acceder al poder, olvidar luego los ofrecimientos y terminar actuando como dueños del pueblo sin respeto alguno.
Se nos dice que no será ya así. Conviene por ello voltear y mirar las piedras de los tropiezos de antes.
Importa recordar que tampoco en San Andrés se dio un verdadero diálogo intercultural. No se trató de comprender mejor las propuestas profundas de los pueblos indios y buscar soluciones escuchando, respetando, acordando, de gente a gente, de dignidad a dignidad.
Se ironizaba, se desdeñaba, se imponía, se hablaba de "achicar". Si algunos resultados se lograron, fue por la claridad tenaz de la comandancia zapatista.
Quedó claro entonces que los indígenas son más expertos en interculturalidad, más capaces de ese diálogo entre diferentes, más directos, propositivos y abiertos.
Importa no heredar las fallas analíticas que fueron discriminatorias y fatales en San Andrés. Por ejemplo, nunca se aceptó que el verdadero interlocutor del gobierno eran las comunidades zapatistas y los pueblos indios, que la comandancia era su voz y debía consultar y rendir cuentas.
Nunca se vio a Marcos como vocero de ellos sino como jefe. Aunque fue claro el signo de su ausencia en los diálogos de San Andrés, ni así se fue capaz de respetarlos.
Importa no tolerar el juego de la hipocresía que tanto ha mentido queriendo ganar espacios y partidas. Por ejemplo, la abrumadora militarización pretextada y cimentada sobre las abominaciones de Acteal, Unión Progreso, Chavajebal y tantas otras cotidianas, o sobre candorosos proyectos de reforestación, o sobre gasto social destinado al cerco de carreteras estratégicas, o sobre la voluntad de dialogar que siembra paramilitares para que los indios se maten entre sí, o sobre declaraciones que afirman sin vergüenza que ya se cumplió con San Andrés.
Importa ahora admitir que durante los últimos meses, ni siquiera en los tiempos de campaña y promesas hubo planteamientos interculturales concretos y serios. Las afirmaciones generales sí se oyeron: resolver el problema con ellos, reconocer el derecho a ser diferentes, respetar y admirar, aprender a vivir juntos, etcétera.
Pero ya ganada la elección, en los hechos, se busca sólo el contacto con el subcomandante Marcos y se ignora a la comandancia general y a las comunidades, se condiciona la desmilitarización a nuevas negociaciones, se pretende al parecer renegociar San Andrés, y así se va tropezando y se tropezará con las mismas viejas piedras.
No se cae siquiera en la cuenta que esos son hechos insultantes como lo serían para cualquier interlocutor, como lo fueron también aquellas palabras del vocho, la tele y el changarro que importaría tanto borrar de la memoria con hechos más coherentes, más verdaderos, más justos, que demuestren que se sabe ser gente ante la gente.
Importa la cordura para reconocer que sin una verdadera actitud intercultural no habrá diálogo, ni solución posible, ni acercamiento siquiera. Urgen el esfuerzo y la traducción intercultural para no tropezar tanto y tan idénticamente.
La verdad, en las cosmovisiones indias, no consiste en palabras precisas o ingeniosamente engañosas.
Los pueblos indios se salvan de esas falacias porque para ellos la verdad está en la vida, en los hechos verdaderos que, cuando lo son, se pueden decir con palabras verdaderas.
Por ello, ante los pueblos indios de México todo, el primer acercamiento chiapaneco tendrá que darse en hechos que demuestren que también se es capaz de mandar obedeciendo, de dignidad a dignidad.