MIERCOLES 2 DE AGOSTO DE 2000

 

Ť José Steinsleger Ť

Perú sin sendero

La disputa entre Alberto Fujimori, presidente de Perú, y Alejandro Toledo, líder opositor, expresa el último capítulo de un orden caduco que lleva 180 años de frustraciones y desencuentros. País de guerrilleros y de grandes luchadores sociales, a Perú se lo entiende mejor en su narrativa, poesía y ensayística, antes que en la opaca personalidad de sus políticos y gobernantes.

En la historia de Perú es difícil encontrar a un estadista significativo.

Si acaso, un Juan Velasco Alvarado, cuyo gobierno rompió la espina dorsal de los grupos oligárquicos tradicionales y emprendió cambios revolucionarios que, por su impronta militar, se quedaron a mitad de camino (1968-75).

En 1990, Fujimori llegó para quedarse. Si a Velasco le tocó liquidar a los partidos de la república liberal-conservadora, Fujimori se encargó de desmantelar el Estado-nación, incluyendo a todos los "senderos": el de Abimael Guzmán, líder de Sendero Luminoso y "cuarta espada de la revolución mundial", y el de Hernando de Soto, autor de El otro sendero, libro que ponderó con candidez el rol de la economía "informal" como opción de recambio estructural.

ƑQuién es Toledo? Los encomenderos de la globalización exhiben sus cartas credenciales: economista con posgrado en Estados Unidos, ex funcionario del Banco Mundial, flamante cachorro imperial del "Diálogo Interamericano" y "cholo" que habla "perfecto inglés", casado con dama belga que habla "perfecto quechua".

Datos de suma importancia en un país tan racista que el apartheid nunca tuvo necesidad de ser legislado, como fue en Sudáfrica, porque el racismo nutre el tuétano de la sociedad peruana desde la llegada de Pizarro y los suyos. En este sentido, el "demócrata" Toledo podría suscribir el pensamiento del jurisconsulto Juan López de Palacios (1450-1525), oidor de los reyes católicos: "La conquista será lícita siempre que no sea para esclavizar a los indios".

Las posibilidades de Toledo, descendiente del "imperio del sol", son improbables. Fujimori, descendiente del "imperio del sol naciente", ha cumplido con creces las tareas encomendadas por Washington y el FMI.

Si Fujimori representa la versión heavy de la "globalización", Toledo apenas encarna la versión light, en la que subyace el servilismo de los caciques indios que en el siglo xvi se convirtieron en cómplices de la explotación. Claro que a Washington le hubiese encantado, por motivos de imagen, la "alternancia" en el Perú. Sin embargo, Perú es algo más que una democracia bastarda y lo que viene es el "Plan Colombia".

En la subregión andina, la geopolítica de Estados Unidos apunta a Chávez en Venezuela, las FARC de Colombia, el corredor del narcotráfico que nace en Bolivia y la base militar de Manta, Ecuador, país elegido para desempeñar el rol que cumplió Honduras en las guerras de América Central. En el cuadro, el Perú de Fujimori garantiza mejor que Toledo cierto grado de "gobernabilidad".

El virreinato de Perú fue el núcleo más opulento del poder español en América. Tan rico fue, que cualquier cosa de valor llegó a estimarse con la expresión "vale un perú". Tan rico fue, que el desarrollo de la Europa moderna hubiese sido imposible sin la inmisericorde expoliación de sus riquezas.

En junio de 1533, Atahualpa, último rey del Tawantinsuyu, llenó un cuarto con 88 metros cúbicos de oro para negociar su liberación. No satisfecho con esto, el conquistador lo condenó a morir en el suplicio del "garrote vil". Después, los encomenderos sometieron a los indios a 300 años de trabajos forzados. Cuando la producción de oro y plata empezó a decaer, el principal recurso del Perú fue el guano, caca de ave marina que servía de abono orgánico.

Hoy, para "honrar los compromisos externos", la mitad de la población del Perú (26 millones) vive con menos de un dólar al día. Y mientras los intereses de la deuda externa sextuplican el total de las exportaciones anuales, por cada mil partos nacen 56 niños muertos y 270 mujeres mueren por cada cien mil partos.

Pero la "seguridad" está garantizada. En relación al porcentaje destinado a educación y salud, el Estado peruano invierte 39 por ciento en gasto militar que sirve para comprar armas y mantener a 200 mil efectivos que vigilan el orden en ciudades donde sólo 84 por ciento accede al agua potable y en zonas rurales donde el indicador cae a 33 por ciento.

En México, podemos a diario ver los desamparados rostros del Perú en los talk shows televisivos que conduce una señora algo paranoica a la que le dicen "Laura". Y en el libro El laberinto de la choledad, de José Guillermo Nugent, aparece un dato revelador. Nugent cuenta que durante muchos años los indios y campesinos llegaban a Lima en ferrocarril, desde la sierra central. La estación de llegada, situada exactamente en la parte de atrás del Palacio de Gobierno, se llamaba "Desamparados".