MIERCOLES 2 DE AGOSTO DE 2000

 

Ť Luis Linares Zapata Ť

Fox, se va público

Las semanas siguientes al triunfo de Fox los mexicanos han visto confluir varios fenómenos por demás interesantes y que están cambiando los modos y rituales de la política. Y, lo que es más significativo, van modificando las percepciones éticas con que se valoran y aprecian las conductas de mujeres y hombres públicos. En efecto, la tersura de la trasmisión del poder ha permitido que, el casi presidente electo, realmente se vaya sensibilizando y empapando de los vericuetos que guarda la administración de los asuntos generales de la nación. Pero, al apoderarse del espacio difusivo y de la atención ciudadana, se ha hecho vulnerable a un ritmo sólo comparable con la intensidad de su presencia en la pantalla chica, al cúmulo de ondas radiales que le han dedicado y la multitud de líneas ágata que acapara en la prensa.

En pocas horas, tanto Fox como su equipo de financieros, que trabajan para acomodar las promesas de campaña en renglones de ingresos y gastos presupuestales, han entrado en una zona de actualidad donde aparecen como los reales tomadores de variadas y cruciales decisiones. Los intentos de sopesar las reacciones ante el IVA, y sus factibles modificaciones en la actual tasa cero a medicinas y alimentos, pronto se trasformaron en un debate abierto y hasta virulento que los ha puesto de cara a la cruda y terca realidad. Esta densa sensación de haber chocado con un presente complejo y resistente a las modificaciones no tiene retorno. La discusión ya involucra la validez y permanencia de las promesas de campaña, la seriedad de la palabra empeñada y la funcionalidad de un futuro gobierno comprometido con los cambios y la modernidad que, ante las primeras oposiciones, puede virar en redondo.

Del inmediato recule de sus voceros (Sojo), que trató de suavizar lo que calificaron como declaraciones mal interpretadas o mal difundidas de Fox, se ha pasado al enfrentamiento, por demás serio y matizado, de lo que ya parece una postura definitiva, al menos por ahora: incrementar los ralos ingresos del erario o aceptar la pobreza del Estado. Es decir, se trasluce la determinación de seguir adelante con el propósito de allegarse recursos para satisfacer las necesidades apremiantes de justicia y crecimiento. Ni más ni menos. Y esto a cuatro meses de ser el titular del Ejecutivo y a un largo y nublado mes de que el Congreso inicie sus funciones. El desgaste será, por tanto, acelerado. Las ineludibles consecuencias de hacer públicos los asuntos de gobierno y de entrar a la normalidad democrática.

Pero estos son los tiempos y las circunstancias que se han escogido o a los que se les tiene que hacer frente con independencia de la voluntad de los nuevos dirigentes. Y esto que sucede en lo económico, capítulo que ha tenido prioridad innegable, pasa también en lo político. Allí las posturas de su equipo de transición todavía se antojan preliminares, de buenas intenciones, finos modales o voluntaristas. No han podido salir, en el mejor de los casos, de los planteamientos empapados de deber ser o de simples aspiraciones si no es que francamente erradas como la de considerar al narcotráfico como un mero tópico de crimen organizado y no de seguridad nacional.

Así, en ese ir y venir ante micrófonos y entrevistas, Fox ha chocado, a veces, con varias formaciones básicas de la nueva cultura ciudadana y sus formas de enjuiciar las conductas de los políticos que se han adoptado en los últimos tiempos. Hasta se molesta cuando el escrutinio de periodistas lo ha orillado a tratar el difícil tema de sus relaciones con conspicuas figuras de los negocios, en este particular caso, con el señor Roberto Hernández, la cabeza visible de un poderoso grupo de intereses empresariales y, por tanto, de verdadera presión. Ya se sabe que es su amigo de juventud y que, por ello, puede tener un trato afectuoso, familiar y hasta íntimo con él. Pero, a la vez, Fox, ya como futuro presidente de todos los mexicanos, tiene que guardar delicados equilibrios y cuidar la imagen que de ello se proyecta a todo un mundo que leerá tales señales de manera diversa, ramificada y hasta maliciosa. El declinante mundo de complicidades priístas respalda toda clase de sospechas y prevenciones.

Fox no parece recapacitar en lo indebido de invitaciones, como la que aceptó cuando él y su familia fueron a descansar en Punta Pájaros, la isla particular del magnate en el Caribe, o cuando mudó sus oficinas temporales a una casa propiedad de Banamex, banco del que es accionista principal tal personaje. Para motivos prácticos tales préstamos o invitaciones caen muy por fuera de los parámetros que los harían inocuos, de simple amistad o compañerismo estudiantil. Tienen el valor monetario más que suficiente como para que entren en una zona de sospechas y obligan a retribuciones que un presidente no puede, ni debe permitirse. En otros sistemas políticos y sociales con estándares y principios más exigentes, tal interrelación ya hubiera sido todo un escándalo y los juicios colectivos apuntarían hacia penas públicas de magnitud considerable para el infractor. La reciente pugna entre las telefónicas que respaldan, por un lado Carlos Slim y, por otro, el mismo Hernández, ha caído, para infortunio de Fox, en el centro de estas preocupaciones ciudadanas que Fox trata de disminuir y hasta de desviar hacia un asunto de mera especulación de reporteros. Ojalá y haya rectificaciones al respecto y se absorba la adquirida exigencia de transparentar, sin reticencias y excepciones, la legitimidad y legalidad de la conducta pública de los dirigentes.