MARTES 1o. DE AGOSTO DE 2000
* Teresa del Conde *
Parábola novohispana /I
En el Palacio de Iturbide, Fomento Cultural Banamex, con la asistencia de otras instancias, como la Comisión de Arte Sacro y el Grupo Infra, presenta una nutridísima exposición cristológica que va de los siglos XVI a finales del XVIII. Distinguidos especialistas: Elena Guerlero, Consuelo Maquívar, Carlos Mendoza, Jaime Morera y Armando R. Castellanos, bajo la capitanía de Elisa Vargaslugo y de la directora del recinto, Candi Fernández, son los responsables de la selección de obra, así como de las cédulas y estudios que acompañan la muestra.
De antemano declaro que no soy especialista en arte virreinal, aunque sí conozco iconografía. Mi tendencia e interés hacia estas piezas, creadas como objetos devocionales, es verlas primordialmente como pinturas, tallas en madera o en marfil, etcétera. Además, quien va a ese recinto lo hace generalmente por la excelencia de las exposiciones que allí se presentan, no por motivos devocionales.
Sin embargo la muestra, que celebra el Jubileo del año 2000, está encaminada básicamente a realzar su dimensión religiosa. Si uno es ajeno a ésta, pero se formó dentro de la cultura católica, estima sobre todo las cualidades, las diferencias, las interpretaciones que ofrecen las obras y es posible aprehender muchas cuestiones, entre otras, la siguiente: qué maravillas se pintaron durante todos estos años y cuánta fórmula, cuánta pintura mediocre se vio glorificada.
Y entre las más mediocres hay varias de enorme formato. Digo pintura, porque las tallas y los estofados son por lo general muy buenos, sobre todos los anónimos: así, el Ecce Homo de pies tallados con excelencia y faz como la de los rostros románicos, presentado en actitud sedente, con brazos cruzados que terminan en manos enormes, es una pieza mucho más medievalista que manierista o barroca. Fue fechada por los especialistas en el siglo XVIII. Se trataría de una talla popular y pertenece a una colección privada muy exigente de la ciudad de México. Una sola pieza, como ésta que menciono, podría dar lugar a varias elucubraciones, incluso en cuanto a la fecha, a la mejor (no sé) es anterior al XVIII, a menos que se tratara de un Cristo michoacano, o bien es obra de alguien que vio en su infancia los frescos románicos en Cataluña, por ejemplo. Es posible que mi gusto por esa obra en particular se deba a que puedo establecer la analogía con alguna de las imágenes religiosas de Max Beckmann que se exhiben en el Museo de Arte Moderno.
Elisa Vargaslugo afirma en un texto que en las Escrituras no consta ningún testimonio de la apariencia de Cristo, pero que ya en el siglo IV se produjeron representaciones cercanas al naturalismo. Yo recuerdo una, en las catacumbas de Santa Domitila, que es anterior. La figura está tomada de los moscóforos atenienses y es ''expresionista". Sería vano y aventurado discutir estas cosas con los que sí saben, pero me atrevo en este momento a recordar un hecho de mi vida pasada: cuando Fausto Ramírez y yo quisimos ser admitidos en el seminario de Arte Colonial con la distinguida maestra, ella objetó nuestra presencia (tenía todo el derecho del mundo, porque el cupo de los seminarios es limitado y nosotros no íbamos a ser exclusivamente ''colonialistas").
Me pregunto: ƑQué pensará al ver estas composiciones alguien completamente ajeno a la iconografía religiosa católica? Probablemente creerá que varias de estas escenas son presurrealistas. Tenemos la idea de que sólo Hieronymus Bosch y otros neerlandeses lo fueron, sin tener en cuenta que la fantasía a partir de la cual se codificaron estas escenas es exacerbada. Se desató a través de textos sacros, y de muchas leyendas, como las que recogió o inventó Jacobo della Voragine. ƑQué les pasaba a artistas como Francisco Javier de Santander, que trabajo en el siglo XVIII? Podrían pintar, sin duda, pero sólo mediante estampas que les proporcionaban, o copiando a sus colegas. No observaban: de otro modo hubiera corregido la longitud de las piernas de sus arcángeles y ángeles, que en cortejo acompañan a Gabriel en el momento de la Anunciación. Tampoco se fijaban en que las fisonomías de los seres humanos difieren y por eso absolutamente todos sus rostros están tomados de un mismo modelo y sólo los de los querubines (iguales entre sí) difieren.
Otra cuestión observable se da en cuanto al formato: sin ser regla general, muchas de las pinturas pequeñas son infinitamente mejores que las grandes. Hay un anónimo precioso, obra de alguien que sabía de pintura: La institución de la Eucaristía (78 x 57) y los que decidieron restaurar la pieza para la exposición, sin duda tuvieron buen ojo.
Otro cuadrito notable, sobre lámina (43 x 35) con el mismo tema, es bastante surrealista y se trata nada menos que de Miguel Cabrera, una auténtica maravilla americana.