LUNES 31 DE JULIO DE 2000

 


* Roberto Campa Cifrián *

El elogio de la traición

En estos días y en los próximos años, un libro será clave para comprender las decisiones de nuestros políticos, Elogio de la traición, de Denis Jeambar e Ives Roucaute. El jefe de redacción del Point y el profesor de filosofía y ciencias políticas de la universidad de Poitiers viajan por la historia; de Sófocles, ''la traición y la negación son el meollo del arte político'', a Maquiavelo, ''los príncipes que han sido grandes no se han esforzado en cumplir su palabra''.

Sostienen que la traición es el oxígeno de la democracia, y nos muestran cómo Juan Carlos, heredero de los borbones, descendiente de Luis XIV y sucesor designado de Franco, apenas en el poder, remplaza la legitimidad franquista por la popular al convocar a elecciones generales, y consuma la traición en 1982 cuando Felipe González es designado jefe de Gobierno.

Felipe, quien en 1979 empieza su camino de traiciones al imponer a su partido la renuncia de los principios marxistas y la aceptación de la monarquía, hace campaña ofreciendo el abandono de su país a la OTAN y después gana el referéndum militando a favor de su permanencia.

Con el riquísimo ejemplo francés, nos enseñan que el sistema democrático bien se puede llamar el de la traición. Pero que nadie se equivoque, escriben un elogio no una condena, apoyándose entre otros en Bacon, el filosofo inglés, ''quien se niega a aplicar remedios nuevos, debe aprestarse a sufrir nuevos males, porque el tiempo es el mejor innovador de todos''. Y porque en ese proceso caótico diseñado por los franceses, los políticos no tienen alternativa, deben adaptarse a los cambios del terreno, tratar de seguir sus contornos y responder a las aspiraciones de sus electores.

Así, de actor en actor advierten que la traición es consubstancial a la democracia. De De Gaulle a Mitterrand, de Eisenhower a Reagan, de Isabel de Castilla a Catalina de Medicis, de Dubcek a Gorbachov, porque en ''el baile del poder, el traidor encabeza la danza, la calidad de su paso revela la de su espíritu. Traicionar es la exquisita cortesía del príncipe''.

Nuestra transición a la democracia comienza a estar caracterizada por la traición, cada institución y cada actor sobrevivirán si aceptan que el porvenir pertenece a los traidores, en la medida en que lo hagan con inteligencia y con generosidad transitaremos efectivamente hacia algo mejor.

Vicente Fox Quesada, el ganador de la elección, rodeado de traidores, es un maestro de la traición, forma parte de su naturaleza, ajusta no sólo su discurso sino todo su pensamiento a cada circunstancia. Para ser un buen gobernante debe traicionar a quienes contra el sistema lo apoyaron y tarde o temprano le pasarán la factura, la oligarquía que nunca se conforma, la Iglesia que va por la revancha y los intereses extranjeros que esperan al fin los pellizcos de soberanía.

El PAN, compañero de viaje de Fox, está en el camino de la traición, espera que el ''ya me formaron, ahora que me dejen solo'', sea sólo un arrebato. Con cada exigencia al gobernante estarán pidiendo una oportunidad para traicionarse. Sus límites serán su fundamentalismo, su rigidez y hoy su triunfalismo, creer que ganó su programa, su plataforma. Fox ha dejado claro que les debe poco.

Para el PRI y para el PRD, para los perdedores, traicionar no será fácil, requerirá coraje e inteligencia, flexibilidad y visión histórica. Si los moralistas y dogmáticos del PRD ganan la partida, estarán propiciando que la derecha se apropie del país y viviremos una etapa oscura, preámbulo de rupturas y desgarramientos.

Pero será más difícil para el PRI. Acostumbrado a ganar, sólo conocerá el tamaño de la pérdida cuando efectivamente entregue el gobierno. Conserva una enorme tajada de poder, pero como está, casi nada tiene que mantener. Lo más difícil para ambos será comprender que sólo tienen futuro, como proyecto real de poder, si renuncian a sí mismos y se proponen, como parte, en una opción nueva y distinta. Si tienen la fuerza y el carácter de una auténtica traición fundacional.

El presidente Zedillo ya demostró su capacidad para traicionar. Nos recordó la confesión que Richelieu hace a Luis XIII: ''No seríamos reyes si tuviéramos los sentimientos de los particulares'', siempre supo que cuando un político desea convertirse en estadista debe matar algo de sí mismo, mutilarse, amputarse, o en palabras de Chirac, ''dejar el corazón en el guardarropa''.

Para comprender que la historia pone a cada cual en su lugar, Elogio de la traición explica la diferencia entre Pedro y Judas, uno absuelto, el otro arrepentido al punto de quitarse la vida, condenado. Y distingue la traición que no viola las reglas divinas, de la cobardía que las transgrede. ''Al entregar a Jesús, al enviarlo a la crucifixión, Judas viola el código sagrado, atenta contra el cuerpo de Cristo, rechaza su enseñanza y su doctrina y se coloca así, fuera de la Iglesia, que condena su vileza''.

El tiempo pondrá a cada cual en su lugar.