PERU, ENTRE EL CHINO Y EL CHOLO
En las elecciones peruanas últimas ganó Alberto Fujimori, llamado El Chino. Hubo, es cierto, irregularidades, sobre todo en las regiones del interior, serranas, controladas por el ejército, pero de todos modos el actual presidente obtuvo la mayoría de los sufragios frente a una oposición cuyo principal candidato, Alejandro El Cholo Toledo, un economista graduado en Harvard, no se presentó para reservarse la posibilidad de construir un frente de los descontentos que incluyera a un sector del ejército (a pesar que los altos mandos están con Alberto Fujimori), con el objetivo de derribar al mismo antes que esté bien asentado.
El mandatario peruano está lejos de ser un demócrata: organizó un autogolpe, disolvió el Parlamento que se le oponía, con triquiñuelas y modificando el Poder Judicial impuso la modificación constitucional para permitirle sucesivas relecciones y gobernó y gobierna con las fuerzas armadas, que controla por medio de su alter ego, el capitán Vladimir Montesinos, implicado en asesinatos y torturas y acusado de tener fuertes nexos con el narcotráfico. Pero su apoyo mayoritario no depende exclusivamente del fraude, sino que lo conquistó sobre todo neutralizando el terrorismo ciego y antipopular de Sendero Luminoso y frenando la inflación (aunque con un costo social terrible). Toledo, por su parte, es respaldado por la Organización de Estados Americanos y por el Departamento de Estado (el Pentágono tendría más bien lazos con los amigos de Fujimori) y por la clase media y las clases acomodadas peruanas, cuyo vocero internacional es el muy poco progresista escritor Mario Vargas Llosa, sectores que actúan en alianza con los aparatos sociales (sobre todo sindicales) del APRA.
Estados Unidos, que en su momento condenó formalmente el autogolpe de Fujimori y después le construyó a éste una nueva virginidad política democrática, teme ahora que la obstinación de El Chino pueda ser un factor desestabilizador en todo el arco andino (donde el gobierno de Ecuador se tambalea continuamente ante los embates populares, y el del ex dictador Hubo Bánzer, en Bolivia, debe ceder ante la presión social) y teme, particularmente, la posibilidad de una salida cívico-militar de tipo nacionalista que tantas veces conoció la historia de la región y que hoy se vería alentada por la presencia del gobierno de Hugo Chávez en Venezuela. Por eso estimula a El Cholo a montarse sobre el repudio a la política y los métodos antidemocráticos de Fujimori, para dar una respuesta conservadora a la rabia de los sectores urbanos y de los trabajadores organizados. No hay que olvidar al respecto que la estabilidad en Perú le es esencial a Washington para poder intervenir militarmente en Colombia desde Ecuador, cuando lo considere necesario, y para mantener aislado al régimen nacionalista venezolano, de modo que presiona a Fujimori con el aislamiento que le impone la OEA (sólo respaldan a El Chino Bánzer y Noboa, sus también aislados vecinos). Fujimori, aunque reprime las manifestaciones, no extrema las medidas para no dar pretextos ni a sus adversarios internacionales ni a los militares del grupo que no se beneficia con su gobierno y que podrían esperar algo del triunfo del Cholo Toledo y éste, por su parte, consciente de que puede tener la iniciativa, juega a desestabilizar e incluso derribar a su rival, intentando un cambio que sirva para conservar lo actual y para hacer abortar otras opciones. Lo cierto es que Perú ha entrado en un terreno políticamente minado. Es de esperar que la madurez de su pueblo evite las falsas opciones y pueda abrir una vía al desarrollo social y a la preservación de la soberanía.
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