* Leonardo García Tsao *
La muerte es un burócrata
Siendo el miedo a la muerte el tema central del cine de horror, resulta curioso que en Destino final, primer largometraje del director James Wong, se aborde de una manera tan literal y directa. El estudiante Alex Browning (Dewon Sawa) está por partir en un viaje colegial a París con varios compañeros y amigos; al principio, el joven muestra la preocupación de cualquier pasajero aprehensivo y encuentra presagios de desastre en detalles nimios como reconocer la aceptación médico de la palabra terminal, o el que el Muzak del aeropuerto transmita música del finado John Denver.
Una vez abordo, Alex sufre una visión de un terrible accidente aéreo y, seguro de su carácter premonitorio, decide no tomar ese vuelo. Entre discusiones y decisiones casuales, otras seis personas abandonan la nave. Por supuesto, los hechos ocurren como lo habían imaginado el improvisado vidente: el avión estalle en el despegue, matando a todos sus ocupantes. Los sobrevivientes sienten una mezcla de culpa, agradecimiento y temor en relación a Alex, mientras un par de agentes federales sospechan su posible responsabilidad en la catástrofe.
Hasta aquí Destino final parece ser una exploración hollywoodense de lo paranormal, en la línea de El sexto sentido. El director ųcuya experiencia televisiva incluye episodios de Los expedientes secretos Xų muestra una buena mano para encontrar lo siniestro en lo cotidiano. Pero pronto revela la verdadera naturaleza de la cinta, pues se trata de otra variante de la premisa "adolescentes en peligro que son eliminados uno por uno". En tanto comprueba que sus compañeros mueren a causa de extraños accidentes, en el mismo orden en que deberían haber muerto en el avión, Alex descubre que la Parca opera con una intransigente mentalidad burocrática: una vez planteado un esquema de decesos, no se admiten cambios ni devoluciones.
Entonces, la posible meditación sobre el azar y la fatalidad sugerida en la muy lograda secuencia de créditos se torna en un previsible patrón de eliominaciones, bajo el signo de un destino predeterminado. Vaya, es la leyenda de Una cita en Samarra, interpretada como cinta de horror adolescente en la cual se prescinde de los usuales intermediarios (el asesino psicótico, por ejemplo). Ahora es la Muerte misma quien hace el trabajo sucio.
Hay que darle crédito a la Muerte por tener sentido del humor, pues ninguno de los personajes muere de algo tan prosaico como un infarto, sino a causa de una sucesión de casualidades tan elaboradas como las trampas ideadas por el Coyote para acabar con el Correcaminos. El evidente tono juguetón de los realizadores anunciado desde el choteado detalle que los personajes lleven apellidos significativos en el género (Browning, Murnau, Wiene, Lewton, etc.) o al breve aparición del actor Tony Todd, en clara referencia a su papel en Candyman, para explicar los designios de la Parcaų funciona también para diluir la tensión dramática del asunto. Lo inquietante del planteamiento inicial cede paso a calculadas coreografías de cables eléctricos saltarines, objetos ardientes y vehículos en trayectoria de colisión.
Hablando de casualidades, nada en Destino final fue tan escalofriante como enterarme, justo después de ver la película, del accidente del avión Concorde con destino neoyorquino. A veces, la realidad ofrece resonancias extracinematográficas.
Destino final (Final Destination) D: James Wong/ G: Glen Morgan, James Wong, Jeffrey Rednick, basado en un argumento de Jaffrey Rednick/ F. en C: Robert McLachlan/ M: Shirley Walker/ Ed: James Cobletz/ I: Devon Sawa, Ali Larter, Karr Smith, Kristen Cloke, Seann William Scott/ P: Una producción Warren Zide/ Craig Perry para New Line Cinema, EU, 2000.