Ť Sergio Zermeño Ť
ƑPosliberalismo vs nueva izquierda?
INICIAMOS ESTE SIGLO LOS mexicanos con un nuevo régimen político; pero lo iniciamos también, de manera contradictoria, con el sentimiento de que en lo fundamental muy poco habrá de cambiar. Este sentimiento ambiguo tiene que ser aclarado para que nuestras dudas no ahoguen a nuestras esperanzas. Una cosa debe quedar clara: no existe un modelo económico y social que constituya en sentido estricto una alternativa al proceso, lento o brusco, de integración global de la producción y del consumo. Lo dijo Cuauhtémoc el último día de su campaña en Juchitán, al declarar que no estaba en contra del megaproyecto transísmico de unir el comercio entre los dos océanos con puertos y sistemas ferroviarios bordeados por enormes galerones de ensamblaje con base en la mano de obra barata (maquiladoras). Y uno de sus principales asesores, Julio Moguel, explicaba esto con claridad, argumentando que el cardenismo no es un autismo, sino que contempla la posibilidad de una globalización con rostro humano.
Si esto es así, entonces no vienen al caso para nada los desgarramientos de vestiduras: ni el foxismo es la etapa superior del salinismo (mientras no demuestre lo contrario), ni el perredismo constituye un proyecto económico y social alternativo, con principios diametralmente opuestos a los que nos plantea el momento presente de desarrollo técnico y la correlación mundial de fuerzas, máxime en una situación de frontera prácticamente desdibujada con la más poderosa nación del orbe. Se habla mucho de los tigres asiáticos, como los ejemplos de mayor integración en el mundo de la globalidad, pero no se nos explica que en la mayoría de esos países está prohibida la importación de arroz, aunque ese producto cueste la mitad venido de China, porque la destrucción del campo es total sin campesinos y lo es también la de las ciudades a donde son expulsados.
La historia del PRI-gobierno, particularmente a partir de su etapa neoliberal, fue la de una pulverización deliberada y constante de los agregados sociales con cierta consistencia. Dado que las políticas públicas exigidas por la integración trasnacional afectan inevitablemente una infinidad de regiones, espacios, organizaciones y actores socio-económicos, esos regímenes claudicantes se lanzaron a la destrucción deliberada de todos aquellos núcleos duros de identidad colectiva, desde el barrio hasta la región, desde el sindicato hasta las universidades, que se opusieron a los planes de apertura, competitividad, privatización, recorte de subsidios, de personal, etcétera: desde el neozapatismo y las regiones autónomas, pasando por los clubes de golf en Tepoztlán y en tantas partes, hasta el sindicalismo maquilador y todos aquellos colectivos de nuestro país en donde la comunidad, el poblado o la región se han opuesto a las políticas de la modernización salvaje y al saqueo. En infinidad de regiones europeas poco competitivas, como los viñedos del sur de España o la industria siderúrgica de Luxemburgo, el Estado fungió como un actor que moderó el proceso, que buscó tiempos más largos para la integración, que estableció políticas compensatorias a lo largo de muchos años, mientras los habitantes de esas regiones reciclaban su actividad o mientras nuevas inversiones o la implantación de nuevas técnicas permitían mayor competitividad a esos conglomerados humanos. Hasta hoy, la función del salinismo y del zedillismo nunca fue la de moderar las tendencias destructoras provocadas por la integración global, sino la de acelerarlas sin misericordia, que todo cambiara en seis años, emular a los faraones.
El gobierno foxista deberá aprender lo que hay de positivo en las experiencias europeas y orientales de la integración y no atizar la descomposición y el sufrimiento de los mexicanos, no pulverizar sus órdenes sociales sino moderar las tendencias, compensar de alguna manera a los perdedores. Es obvio que no se le puede doblar el sueldo al millón doscientas mil jovencitas de la industria maquiladora, o a los millones de jornaleros de la agroindustria, pero se puede buscar que tengan mejores condiciones de seguridad social, de habitación... y se puede exigir a esas empresas una observancia más rigurosa del entorno ambiental y de sus obligaciones fiscales; entender al lado de esto que la participación organizada de los ciudadanos es el único camino posible para enfrentar los grandes problemas nacionales como la inseguridad, la violencia, la salud, los servicios urbanos. En torno a tales temas hay una batalla que debemos dar las organizaciones sociales y las universidades, por un lado, y las grandes fuerzas políticas por otro: el foxismo y el PAN avanzando hacia un posliberalismo, la nueva izquierda disputando también la reconstrucción de lo social; uno en el laboratorio nacional, otro en el de la ciudad capital, predominantemente. Si el foxismo resulta ciego al tema central de nuestro tiempo (que la nueva política consiste en rehacer lo social), si la indigencia extrema y la pobreza se profundizan, habrá un camino desbrozado para el centro izquierda... si sabe cómo bajarse de la buropolítica.