JUEVES 27 DE JULIO DE 2000

 

Ť Adolfo Sánchez Rebolledo Ť

ƑEstá cambiando Fox?

ƑA TRANSICION ESTA cambiando a Fox? El discurso que lo llevó a la victoria del 2 de julio se centraba en denunciar la inutilidad de un régimen inepto y, por añadidura, corrupto. Muy lejos estaba el candidato Fox de reconocer los éxitos del programa económico del gobierno o, en otro terreno, de aceptar que el Estado Mayor cuidara de su seguridad. ƑQuién podía suponer un elogio al presidente Zedillo en boca del ex gobernador guanajuatense apenas unas semanas atrás?

La verdad es que la actitud presidencial -la magnitud de la derrota priísta, en primer lugar- logró lo que parecía imposible: convertir la debida neutralidad del gobierno saliente en franca colaboración con el nuevo mandatario. La transición de terciopelo, como la llaman algunos imitadores incurables, trajo serenidad al cotarro político y, a lo que se ve y se siente, una buena carga de repentinos conversos lanzada desde la alta administración pública y sus alrededores.

Hoy, foxistas de última hora se retratan sonrientes ante los head-hunters en busca de chamba y nuevos aires. Patrones enriquecidos gracias al compadrazgo y el contratismo del pasado reciente-remoto, descubren de hinojos las virtudes del cambio y la honradez y se pliegan al rigor de la época pidiendo democracia, impuestos en vez de subsidios y certificados de calidad. Y por allí, perdidos en los intersticios del jolgorio, líderes sindicales sin memoria y sin vergüenza venden sus sindicatos al mejor postor por aquello de la alianza con el Estado y la reforma laboral. Mientras tanto, la jerarquía eclesiástica finge modestia, sin decir todavía ni que sí ni que no, pura solemnidad republicana.

Pero Fox ha dejado de sonreir y ya no dice malas palabras. Alguien afirma que la cercanía de la investidura lo ha ''presidencializado'' precozmente, lo cual sería mal augurio de ser cierto. Puede que la proximidad con los secretarios del despacho, tan atentos y gentiles, le esté mostrando al próximo presidente la cara oculta de un gobierno que las oposiciones habían demonizado sin concederle credibilidad alguna. Puede ser que esté descubriendo que las cosas nunca son como parecen y que al final del día las coincidencias sean mayores que las divergencias originarias. O, sencillamente, puede ser cautela, servida con una buena dosis de pasmo y realismo ante la complejidad inadvertida de la situación nacional y la magnitud incalculable de los compromisos asumidos. En fin, lo que sea no lo sabremos hasta el 1Ɔ de diciembre.

La verdad es que Vicente Fox tiene razones sobradas para mantenerse con la cabeza fría y muy atento a las señales que le envíe la sociedad. Sabe muy bien que la transición es demasiado larga y cualquier cosa puede ocurrir, pese a los blindajes y otras protecciones menos eficaces heredadas ''del sistema''. Por eso, sin interlocutores muy seguros de sí mismos, Fox pretende arribar al gobierno adelantando las líneas esenciales de un nuevo pacto político que garantice la gobernabilidad durante una época de cambios inevitables. La cuestión es si las demás fuerzas están dispuestas, o maduras, para abandonar el oposicionismo a ultranza sin disolverse en el mero colaboracionismo.

Y es que las reformas que su equipo económico ha dejado entrever no pasarán en el Congreso sin provocar enormes sacudidas, sin descontar aquellas que gozan de mejor reputación como las relativas a la educación o a la microindustria. La reforma eléctrica, pospuesta por la administración actual, o la reforma fiscal prometida son apenas ejemplos, un botón de muestra de los desafíos que tendrá que afrontar sin remedio llegada la hora de los hechos.
Es verdad que los problemas inscritos en la agenda nacional no admiten experimentos pero sí exigen reformas profundas, realizadas democráticamente con sentido de responsabilidad y patriotismo. Y esas no se logran mediante el expediente de la cooptación, que es un viejo recurso del poder. Fox tiene enorme legitimidad pero no obtuvo un cheque en blanco para hacer lo que se le antoje en cualquier materia, sea la seguridad o el combate a la pobreza.

La transición exige debatir con todas las fuerzas, sin excepciones excluyentes, qué país queremos construir y con qué medios podemos hacerlo, pues si algo prueba la derrota del PRI es que la ciudadanía ya no quiere seguir acatando pasivamente las decisiones del presidente y ese es un mandato inexcusable. Sería lamentable que el prometido cambio se concretara a terminar la obra de gobiernos anteriores, sin reordenar y reorientar el esfuerzo nacional con criterios democráticos. ƑEstá cambiando Fox?