MIERCOLES 26 DE JULIO DE 2000

 

Ť Arnoldo Kraus Ť

ƑA la banca?, Ƒa Hacienda?, Ƒa quién?

Son diversos los motivos por los cuales uno deja de ser un capitalino diferente. Ser asaltado, aceptar que la justicia no es un bien, intentar encontrar explicaciones ante preguntas obvias y aceptar que lo absurdo pesa más que la lógica, son tan sólo algunos ejemplos de este muy rico entramado de descréditos. La no esperanza, la muerte de la indagación y la (casi) nula credibilidad como destino de los sinvoz es uno de los extremos. En el otro, están quienes asumimos que el Estado debe proteger y responder a las demandas de sus ciudadanos. La diferencia entre los primeros y los segundos es la percepción de la realidad: los cuarenta o cincuenta millones a quienes se les ha negado voz y derechos han sepultado esperanzas, mientras que los últimos se balancean entre el creer y descreer. No suelo utilizar este espacio para narrar episodios personales, por lo que adelanto una disculpa. Sabedor que mi vivencia es hado común en estas calles, atrevo estas líneas. La historia es sencilla.

Tras haber recorrido la distancia que separa la casa del banco, con la angustia normal que padece el capitalino cuando porta dinero, mi esposa sintió alivio tras entrar a la sucursal bancaria. Siete personas o veinte minutos eran la distancia y el tiempo entre el efectivo y la cajera. El primer movimiento, depositar algunos cheques, al igual que el segundo, cobrar un documento, transcurrieron sin problemas. Al transferirle a la empleada el efectivo, fue asaltada por dos individuos quienes, pistola en mano, sustrajeron el dinero y huyeron con la misma celeridad con la que uno abandona el escusado de su casa. ƑCómo supieron los ladrones que esa era la clienta?

La escena siguiente fue la esperable: el banco se había vaciado y los únicos testigos eran el mobiliario y las silentes cámaras escondidas, que para fortuna de los clientes, filman, sobre todo, lo que sucede a nivel del mostrador. Consumado el atraco y tras unos minutos, la sucursal revivió: llegó la policía -por supuesto, cortando cartucho-, el personal sugirió tranquilidad y un amigo se apresuró a ratificarle a mi esposa que le había ido muy bien, pues era mucho más grave lo que sucedía con dos familias a quienes ambos conocían y cuyos hijos habían sido secuestrados días atrás. Esa es la historia viva. Lo que sigue es el ejercicio de la derrota.

El atraco fue en una de las sucursales de Banco Bilbao Vizcaya ubicada en el estado de México, separada del DF tan sólo por unos metros. Mis diálogos con la gerencia y con el personal de seguridad me hicieron saber que los bancos no cuentan con policía, que no existen detectores de armas, que no tienen ninguna responsabilidad por lo que sucede dentro de éste y que me permitirían, ya que así lo solicité, ver el video -lo cual no han hecho. Esa información confirmaba dos supuestos predecibles: los únicos responsables de los asaltos somos los ciudadanos, y que la demanda debería levantarla ante el Ministerio Público. Menudo panorama: acudir ante los tribunales del estado de México en busca de justicia.

El primer error es pensar que las calles son peores que las puertas de los bancos: los asaltantes roban bancos porque saben -y quizá "alguien" se los dice- que ahí está el dinero. El segundo, es incorporar a nuestro lenguaje comentarios conciliatorios en los que la no muerte, la no mutilación o la ausencia de secuestro son un bien preciado y borran toda afrenta. En un país civilizado, donde se pagan impuestos y se mantiene una burocracia muy costosa, la seguridad debería ser un bien. No es suficiente salir de casa y regresar para estar agradecidos. El Estado tiene la obligación de garantizar la circulación "normal" de sus habitantes.

El tercer tropiezo es la terrible certeza que dice que acudir en busca de justicia es yermo -no en balde, en los países europeos se recomienda a sus ciudadanos que si tienen algún problema legal en México, no acudan a la policía sino a sus embajadas. Agrego, como feliz ironía kafkiana -ese Kafka tan mexicano, tan nuestro- que del dinero hurtado, tendré que pagar el impuesto correspondiente por el recibo que extendí y del cual Hacienda dispondrá como crea conveniente, pero que, seguramente, no redundará en prevenir -sanar es un término demasiado atrevido- situaciones como la descrita.

La violencia en todas sus formas nos habita. La vesania es norma y elemento normal de nuestra realidad. La sensación de desesperanza, de desconfianza y de malestar con las que convivimos son síntomas de una sociedad muy dañada y de un Estado ausente.