MARTES 25 DE JULIO DE 2000
* Los deseos y su sombra, primera novela de la escritora mexicana
Ana Clavel: la sociedad convierte en invisibles a muchas personas
* Resultó finalista del Premio Internacional Alfaguara 1999, ''que no deseaba ganar'', señala
* El cuento me es más fulgurante o instantáneo, considera la galardonada con el Gilberto Owen
César Güemes * Tiene, a voluntad, el don de volverse invisible al mundanal ruido para dedicarse a la escritura. Pertenece a la más reciente generación de prosistas mexicanas con obra publicada. Nacida en esta ciudad, ha sido becaria del INBA y el Fonca, en 1984 se dio a conocer con el volumen Fuera de escena (SEP), al que siguió en 1992 el de Amorosos de atar (Difocur), que con el título de Cuando María mire el mar obtuvo el Premio Nacional de Cuento Gilberto Owen. Textos suyos se encuentran en recopilaciones como Antología del cuento mexicano finisecular o Mexican fiction.
Desde el 92 Ana Clavel no daba más señales de vida literaria que su presencia en las instituciones para las que ha prestado sus servicios. Hoy aparece con Los deseos y su sombra, su primera novela, que fue finalista en el Premio Internacional Alfaguara de 1999, respecto del cual dice algo que sobrepasa cualquier capacidad de abnegación a que la entereza de un escritor pueda ser sometida: ''No deseaba ganar".
Indagar en el inconsciente
ųAntes del 92, cuando das a conocer el libro anterior, tu nombre era muy circulable. Estabas en todos lados, obtuviste varios premios. ƑA qué obedeció este silencio?
ųEstuve escribiendo esta novela durante siete años. Los cuentos, que publicaba desde siempre, no me requieren de tanta concentración, ni de tanto tiempo o experiencia. El cuento me es más fulgurante o instantáneo. En cambio, cuando empecé a vislumbrar dónde arrancaba la historia de esta novela y hasta dónde quería llegar, me percaté que precisaba conocer mucho del centro de la ciudad e indagar en archivos; para que todo fuera verosímil necesitaba dotarme de una serie de elementos que no iba a conseguir en un par de meses. Fue una apuesta, creo que muy ambiciosa, de entrarle con todo al género. Dejé otros proyectos de lado.
ųEs por eso que la sometes al concurso. El escritor sabe cuando tiene posibilidades de obtener un resultado favorable.
ųSí, quedó finalista en el certamen del 99, no en éste que obtuvo Clara Sánchez. Lo que me pasó en ese lapso en que no di a conocer ningún libro fue algo similar a lo de mi personaje, Soledad, que se vuelve invisible para los otros: nadie puede escribir algo y ser ajeno a lo que dice.
ųTe diste un voto de confianza como escritora de largo aliento, pues.
ųY fue por la parte editorial un voto de confianza a la novela. Me aventé un clavado para ahondar en los personajes y la historia que deseaba contar. No hubo tiempo extra sino para los trabajos de sobrevivencia. Por cierto, no esperaba ganar el concurso de Alfaguara. No deseaba ganar.
ųNo es posible, Ana.
ųClaro que es posible. Implicaba obtener 175 mil dólares y si me gano una cantidad así no vuelvo a escribir en la vida. Prefería figurar entre las finalistas, que obtuviera la recomendación y a partir de ahí entrar al círculo de las editoriales que distribuyen bien. De España la recomendaron y aquí les parece un trabajo digno que puede aportar a la literatura.
ųPor momentos, la novela pareciera escrita para niños por los elementos de fantasía que maneja, aunque luego queda claro que el juego es, digamos, apto para todo público.
ųHay una parte que se nutre mucho de los cuentos de hadas. Debo decir que lo primero que se me ocurrió del libro fue el personaje del jarrón, Lucía, alter ego de Soledad. En ese momento no lo pensé como literatura infantil sino como una indagación de la parte inconsciente de los sueños y los deseos. Esperaba que fuese una especie de diario con esos dos elementos. Pero de repente el personaje de Lucía comenzó a crecer y a la hora en que por circunstancias particulares comencé a fabricar otro personaje relacionado con la realización de los deseos negativos, no me costó trabajo emparentarlas y pensar que eran caras de una misma moneda. En particular el personaje de Soledad al ir indagando sobre sus ''no deseos", sobre su profunda voluntad de someterse al deseo de los otros, iba a llevar aparejado como consecuencia que se le diera de una manera burlona la realización de una idea que tuvo desde niña. Eso implicaba sentir que alguien se hiciera cargo de ella, que asumiera las riendas de su vida y en ese sentido el personaje necesitaba desaparecer. Me pareció que podía dar de ahí el brinco a la invisibilidad.
Realidad o ficción, dos senderos
ųƑConsideraste la posibilidad de que la obra se viese dentro del apartado de ''fantasía" y no como una novela sobre la identidad?
ųEn especial en la primera parte se habla de Soledad y Lucía de niñas, que es cuando irrumpe ese alter ego imaginario. A partir de entonces crecen juntas. En cuanto el brinco hacia la fantasía, creo que es una de las maravillas de lo literario: se puede contar un hecho de la manera más realista o irse por el lado de la ficción. A mí se me ocurría que la invisibilidad se presenta en nuestras vidas cotidianas, metáforas aparte. Esta sociedad convierte en invisibles a muchas personas. Cuando se tiene un jefe que no te toma en cuenta, te invisibilizas, por ejemplo. Retomé esas realidades y las llevé al extremo.
''Soledad cree que ella es dueña de sus deseos, pero muy pronto advierte que más bien es prisionera de sus pasiones. Lo que la lleva a la invisibilidad es justamente el someterse a esa capacidad de entrega esclavizada a los otros, a los deseos ajenos.''
ųQuizá la escritura también pueda ser un proceso para volverse invisible: nadie te ve hasta que publicas. ƑFue así en este caso, una suerte de refugio mientras ibas del cuento a la novela?
ųUn poco sí. A través de los personajes y la indagación que lleva la novela, uno se da cuenta que no requiere ser protagonista ni ser visto para ser. A Soledad le sucede que el Ciego Matías, un evangelista de los Portales de Santo Domingo, la compara con una campana de Catedral, la que se denomina La Castigada, una que dejó de tener badajo por diez años. Hay un juego permanente entre lo que afirma Matías y lo que ocurre con la ivisibilidad de Soledad, porque a él le basta escucharla para saber que está ahí. Le afirma que no es necesario verla, que su voz es suficiente. Creo que ahí hay una alegoría de las que ofrece la novela: no hace falta ser visto para estar en el mundo.