LUNES 24 DE JULIO DE 2000
* Hermann Bellinghausen *
La línea verde
Había que seguir las huellas hasta cruzarla, pero antes era necesario dar con ella. ƑO no decían así las instrucciones? Había pasado tanto de tiempo desde la última vez que pudimos consultarlas en aquel manual en rústica que nos quemaba las manos y leíamos con avidez capaz de tragarse hasta lo obvio. No volvimos a tener los mismos chances de aprender con calma.
Hubo un tiempo de ser ávido. Ahora, en medio de la nada y sin otro recurso que una cierta memoria, era el tiempo de ser precisos. Empezamos como los buscadores, en fiebre, equipándonos con los recursos posibles, toda clase de víveres y enseres, y una patética panoplia para combatir insectos, víboras, hienas rabiosas y parásitos enterales, que sería lo primero en terminársenos.
Nos pasó lo que a todos, la expedición se volvió permanente, y fuimos perdiendo o dejando de lado, inservibles o innecesarios, objetos, sustancias e instrumentos. El único anhelo, llegar a otro lado, acabó por devorar el resto. Fruslerías, lo llamaba en agria broma Betillo, de nosotros el más capaz.
De padecer religiosidades, hubiéramos divinizado la línea verde, pero nos conservamos sobrios, aguantamos el látigo de los años, hechos a la idea de una voluntad expresa. Al principio pensamos que del otro lado encontraríamos todo lo que hiciera falta. Más adelante, cuando ya no quedaban casi cosas, nos dimos cuenta de que no necesitábamos nada que no tuviéramos. Fueron un alivio nuestras manos vacías.
Betillo y Salamandra no perdieron el buen humor ni bajo las plagas, pero otros como Robot, Roberto, Serena, Ciria, y yo un poco, éramos propensos al saque de onda y ver negro, que no llegaríamos, que la mugrosa línea acaso ni existía. A fuerza de ver nomás los árboles, olvidábamos el bosque y, en panorámica, la posibilidad de cruce.
Una mañana caminábamos como mensos. Robot me tocó al hombro y que lo escuchara, sin detenernos. Como de costumbre en él, no atinaba las palabras.
--Oye, este, bueno, verás. ƑChecaste, digo, la vereda?
Era una burrada. Qué hacíamos sino camellarla obstinados. Ni en consultar la brújula nos molestábamos, mirando los pasos del que iba delante, las huellas por descontado. Y yo:
--ƑQué?
--Es que. Mira, no quiero alarmarlos, pero. Se me hace, cómo te explico. Mira, lleva rato que. Bueno, este, es que, no veo una pinche huella.
--ƑQué? --otra vez yo, y miré abajo como no pelándolo. De pronto, me di color, traté de recordar la última vez que fui consciente de ir viendo las huellas, y no pude.
Eché un vistazo alrededor, disminuí la marcha, alcé la vista al cielo sin objetivo alguno, volví a ponerla en el suelo, me llevé las manos a la nuca, me agarré los pelos, balbucí:
--ƑSerá que? ƑA poco piensas? ƑO sea?
Asintió. Contrajo los tendones faciales en una especie de sonrisa y cierto susto. Salamandra nos alcanzó:
--ƑQué pasa?
La cara que tendríamos. Paramos. Le repetí lo que Robot decía. Miró abajo, espeleológica:
--ƑCómo crees?
Y se detuvo. Betillo nos sacaba bastante delantera, pero los demás no tanto, todavía nos distinguían. Se dieron cuenta de que algo nos pasaba. Marcaron alto. Desanduvieron en nuestra dirección. La conmoción creció hasta un mudo paroxismo de darnos cuenta. No había huellas. ƑY ahora? ƑNo que tan precisos? Una evidencia lleva a otra: la vereda, bien mirada, no era tal. Y además, Ƒqué color tenía? Si seríamos brutos. A saber desde cuándo le caminábamos encima, en ella estábamos. La cruzaríamos con sólo desviar un paso. De hecho, Robot pisaba del otro lado. Se llevó a la boca la mano útil:
--Llegamos.
Salamandra dio una palmada, sólo una, y se puso a pegar de brincos como criatura. ƑQué esperábamos? Ciria corrió tras Betillo y lo trajo arrastrado de la oreja. El protestaba, irritado, pero al vernos perdió el color, el habla y el resuello. Un qué se le atragantó.
Era la línea verde. La caminábamos, funámbulos, podíamos trasponerla las veces que quisiéramos, e internarnos, si era el caso, del otro lado. La rutina lo vuelve a uno distraído. De tan contentos, sin acordarlo, nos unimos a Salamandra en sus brincos. Ya ves cómo son estas cosas.