LUNES 24 DE JULIO DE 2000

ƑTiene futuro el PRI?

 

* Elba Esther Gordillo *

En marzo de 1995 publiqué en La Jornada un artículo intitulado: "ƑTiene remedio el PRI?" en el que advertía sobre la urgencia del cambio. Tres años después, al participar en 1998 en la presentación del libro de José Antonio Crespo ƑTiene futuro el PRI?, profundicé mi reflexión sobre el tema. Creo que vale la pena ahora repetir algunos de esos planteamientos. Estos son:

La disyuntiva para el partido es crucial: o cambia o se marchita sin remedio, con todo lo que esto implica en términos del sistema político y de la misma gobernabilidad.

La viabilidad del PRI depende de la determinación de los priístas, de que sepamos entender este tiempo y asumir que no hay vuelta al pasado del carro completo, que las viejas formas de hacer política: la subordinación acrítica a los poderes públicos, la ausencia de una visión estratégica, la incapacidad para acercar a nuevos actores sociales, la falta de oferta clara y atractiva para los jóvenes y las mujeres, dejaría al PRI sin destino.

La falta de competencia se tradujo muchas veces en falta de responsabilidad, en impunidad, para decirlo por su nombre: la férrea disciplina hizo que se perdieran iniciativas que habrían permitido corregir el rumbo. La verticalidad ha cerrado espacios a la autocrítica y ha evitado responder con oportunidad a acontecimientos repentinos --basta recordar los relámpagos de agosto, 1997--. Todos esos lastres, y otros más, constituyen los desafíos cruciales del PRI.

La legitimación de un partido depende, en buena medida, de su desempeño gubernamental. Por eso, Ƒcómo explicarles a los jóvenes que pueblan un país que les escatima empleos, salud, educación? ƑCómo explicarles a nuestros hijos que sólo podemos ofrecerles perdón en lugar de mejores expectativas de vida? ƑCómo asumir las responsabilidades que en el estado de cosas le tocan al partido y cómo redefinir su papel hacia adentro, hacia su militancia, hacia la sociedad y hacia los gobiernos?

En el PRI, tengo la impresión, el cambio ya no se discute. Lo que hay que discutir, abierta y críticamente es qué cambiar, hacia dónde, con quiénes, cuánto y cómo hacerlo. No hay lugar para más cambios de piel ni arreglos cosméticos, cuando de cirugía mayor se trata.

La transición democrática no es monopolio de un partido, de un grupo o de un solo hombre; es una construcción, una obra colectiva que no puede asegurar derrotas o victorias. Partidos en el gobierno y en la oposición debemos trabajar por igual, disputarnos el voto, ganarlo: ése es el sentido de la competitividad.

La plenitud democrática no depende de la desaparición o eventual derrota del PRI. Depende de la equidad y transparencia de los comicios, del quehacer político de todos los actores, de las condiciones de gobernabilidad y de la participación decididamente democrática de los partidos políticos y fuerzas sociales.

Hemos constatado que la alternancia es ambidiestra: lo mismo gira para la derecha que a la izquierda o se mantiene en el centro. La alternancia en el poder nos ha enseñado a todos que las victorias no las da sólo la historia, sino la selección de los candidatos, la capacidad de respuesta frente a demandas ingentes y la eficacia en la responsabilidad pública, y que ni los triunfos ni las derrotas electorales son permanentes.

En la democracia no hay garantías para ningún partido que no sean acaso las del voto, es decir, la de la eficaz acción de gobierno, la de la representación genuina de los intereses de nuestros representados, la del cumplimiento de las expectativas.

La hora de la democracia para el país puede ser el tiempo de la reforma del PRI. Cohesión y liderazgo, discusión y consenso, audacia y responsabilidad histórica, serán lo que lleve al PRI a remontar con éxito el umbral del nuevo siglo. Sin preámbulos ni dilaciones, el gran reto para el partido es asumir una relación distinta con los poderes públicos. Es la autonomía y no la obsecuencia, es la competencia y no el aislamiento.

Pensando en nuestros días, el principal reto para el PRI está adentro: en la capacidad para resolver la tensión entre democracia y unidad. En generar reglas que respondan al reclamo democratizador y, a un tiempo, mantengan la cohesión interna. Y en esto, todos los priístas tenemos la palabra. *

 

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