DOMINGO 23 DE JULIO DE 2000

Ť Encarna el anhelo de la raza negra por el retorno espiritual a Africa


Se presentó en México Jimmy Cliff, potente intérprete del reggae

Ť Hizo estallar ante sus oyentes las bombas de amor, justicia, libertad, amor por los humanos

Juan José Olivares Ť Excelso y emancipador. Con estos dos conceptos se puede calificar al primer concierto que ofrendó Jimmy Cliff a los mexicanos la noche del viernes en el Salón 21.

Y no fue para menos: la semicatarsis interna del icono del reggae provocó un dínamo de energía en sus receptáculos seguidores, que percibieron el olor negro angelical de un líder musical que no para en detonar las bombas de igualdad, justicia, libertad y amor por los humanos, que son parte de la naturaleza.

Como preámbulo, la banda mexicana Rastrillos se encargó de encender los motores con unas buenas rolitas.

Pero la oscura luz se prendió al grito imaginario y susceptible de "Jah", al aparecer cual ángel de ébano la imagen del incansable viejo maestro; uno de los últimos pilares de este contestón movimiento, que llena las necesidades humanas de la raza negra inmigrante, que busca luego de más de 400 años de miseria olvidada el camino de regreso a la madre Africa.

Lo acompañaron siete estupendos músicos: dos tecladistas, un baterista, un bajista, un guitarrista, un percusionista y una fémina voz que ayudó a fecundar las demandas hechas canciones del Cliff. "ƑPueden sentirlo?", gritaba agradecido de estar ante la gente que lo quiere, que lo siente.

Se lanza con todo para soltar sus éxitos, que todos corean y gritan y brincan, y que perciben con fervor la solicitud de hermandad que emana de la intacta voz del cantante-rebelde.

Y al grito de "aquí estamos", representando la sangre oscura caída y la que todavía pelea, primero por esos guetos-barrios de Kingston del este como Ghost Town, Trenchtown, Greenwich Farm y Dungle (entre otros, convertidos en perpetuos basureros), hasta la universal negritud expandida por todos los rincones de la América vendida.

Vuela en el ambiente You can get it if you really want, y sí, sí se puede conseguir despertar al pueblo oprimido y encadenado por siglos. Su música insistía en convertirse en un vehículo de lucha que puede astillar esos sistemas político-religiosos avasallantes.

Y el incansable Jimmy, que no para de moverse como hace 28 años, cual chamaco, como el energético Ivan de la película The harder they come, que se chinga a dos policías represores de los cafres callejeros, suena como antaño, como en los discos de acetato que mostraban a otro luchador más de esa isla olvidada.

Desde los persuasivos acordes hasta la expansión universal de su mirada estrábica exigieron el derecho a tener un rato de utopía libertaria y felicidad. Paz y amor verdaderos con puro reggae puro y libre de contracorrientes reprimentes. Pero Jimmy se ganó la gloria celestial al presentar a su grandioso ballet: tres hermosas chiquillas jamaiquinas que movieron sus estéticos cuerpecitos de muñecas al compás de las rolas de sus discos, que representan a las tribus extraviadas de rastas errabundos y boogooyaggas. Movimientos naturales de pequeños arcángeles de ébano y carbón, que sin duda envidiarían las estúpidas coreografías de esos sintéticos grupitos de gatetes que aparecen en la tele comercial (entiéndase OV7, Backstreet Boys y todas esas mierdas).

Wild wild world y todas las demás se volvieron peticiones del artista; quería salvar a nuestro planeta que se acaba, que nos acabamos, y Save our planet Earth, gritaba el hombre que comenzó propagando las ideas de Haile Selassie, y del budismo y del hinduismo, y que terminó por comprender que el verdadero dios está bajo nuestros pies: en la tierra, y en el agua que nos cobija.

El ambiente de buena vibra se cristalizaba en cada sonido producido por la acústica ganja, que perfumó irreverente el local de Polanco, que se transformó en un abrazo gigante para recibir cualquier descarga de buena onda del oriundo de Jamaica.

Nunca dejó de pedir por sus hermanas (os) y por el anhelado regreso a los ríos de Babilonia, con una versión azucarada de Rivers of Babylon que sublimó por la interpretación con los latidos de unos tambores vivos.

Poco antes mostró que la negritud expandida está al rojo vivo, con su Samba reggae, que dio los puentes para el movimiento incontrolable de conciencia negra para bailar y bailar con languidez (como la mostrada por las niñas) con una lenta pulsión de la pelvis, y contrarrestar los efectos de la más narcótica y plácida de las ganjas. Pa que no se marchite el espíritu de lucha.

Cliff y su grupo provocaron todo esto, y hasta que algunos seguidores se subieran a tocarlo y a besarlo, para demostrarle su amor por la cultura del reggae.

Se despidió luego de hora y media, pero tuvo que regresar para aventarse dos rolas más que completaron la cautivación y la unión de la piel con la piel, del vientre con el vientre, del corazón con el alma , de las tripas con el exterior expuesto por las crudas y armoniosas vibraciones del reggae. Dios, tierra y agua, salven a Jimmy Cliff.