* Eduardo Galeano *
La manzana
Peleó, fue herido, cayó preso. En las cámaras de tortura, sufrió suplicios de nunca acabar, y ya estaba bastante muerto cuando un tribunal militar lo condenó a morir del todo.
Entonces, supo que estaba solo. Descubrió que había sido olvidado por los compañeros que habían compartido con él la alegría de la fe y los horrores de la guerra; y en la soledad de su calabozo, hablando con la pared, dejado de todos, esperó que la muerte concluyera su trabajo.
Pero antes que la muerte llegó el fin de la guerra; y fue liberado. Y en las calles de la ciudad de San Salvador siguió conversando con las paredes, y pegaba puñetazos y cabezazos a las paredes, porque las paredes no le decían nada.
Fue a parar al manicomio. Allí lo te- nían atado a la cama. Ya ni con las paredes hablaba.
Norma, que años atrás había sido su amiga, fue a visitarlo. Lo desataron. Ella le dio una manzana. Sin decir palabra, él se quedó mirando la manzana entre sus manos, ese mundo rojo y luminoso, y al rato despedazó la manzana con los dientes y se levantó y repartió los trocitos, cama por cama, entre todos los demás.
Después, Norma contó:
--Luis está loco, pero sigue siendo Luis.