DOMINGO 23 DE JULIO DE 2000

 


* Carlos Bonfil *

Psicópata americano

Giorgio Armani, Cerrutti, Valentino, crema exfoliadora, loción astringente, mascarillas faciales, cosmetología masculina de punta, restaurantes exclusivos que requieren reservación de cinco meses, tarjetas de visitas con caracteres en relieve, tipografía y papel sofisticados. La lista de signos distintivos de pertenencia al jet set Park Avenue/Wall Street es interminable en la novela Psicosis americana (Ed. Diana, 1992), de Bret Easton Ellis, autor también a los 21 años de Menos que cero (1985).

Con estas novelas, el autor se convirtió rápidamente en icono cultural de una franja social urbana que incluía a jóvenes yuppies sedientos de promoción profesional, estatus conveniente y buen gusto en el vestir, en el comer, en sus departamentos high tech, y en la disposición/distribución del escaso tiempo libre (lo disfrutable es lo perfectamente agendable); jóvenes arribistas, maniáticos del consumo, asiduos a gimnasios y discotecas exclusivas, consumidores de drogas de diseño, elitistas por fastidio existencial, apolíticos por desdén a cualquier asunto de interés público, con rapacidad en los negocios, con cálculo en el amor, y definitivamente neuróticos, a un paso siempre de naufragar en psicopatías como las que describe Easton Ellis en su novela de 1991.

Patrick Bateman (Christian Bale), 27 años, atlético, atractivo, deseoso de manifestar su superioridad en un medio profesional muy competitivo, es el protagonista magnético de Psicópata americano (American psycho), segundo largometraje de la directora Mary Harron (I shot Andy Warhol). Bateman semeja un hermano menor de otro yuppie megalómano en el cine y la literatura, Sherman McCoy, el "amo del universo", en La hoguera de las vanidades, novela de Tom Wolfe que Brian de Palma lleva a la pantalla en 1990 con Tom Hanks en el protagónico.

La cinta de Mary Harron (también guionista) se sitúa en los ochenta, en los años Reagan, en la época de la "mayoría moral" y del triunfalismo bélico. Lo interesante es el agregado de desparpajo y humorismo con que una década más tarde una mujer adapta al cine esta novela. Originalmente se pensó en Leonardo di Caprio para el papel central, pero la elección final de Christian Bale fue un acierto. El personaje es cómico de principio a fin, incluso en medio de su faena asesina. Elige sus instrumentos de matanza con la delicadeza y precisión con que escoge sus lociones o su camisa; es un exquisito de la masacre, del descuartizamiento, y de la refrigeración de los restos humanos --un dandy entre los asesinos seriales modernos. Se coloca entre el Monsieur Verdoux (1947), de Chaplin, y el voyeur asesino de prostitutas en Trauma (Peeping Tom, 1960), del inglés Michael Powell.

Si se pierde de vista el distanciamiento irónico de la directora, si se añora la factura tradicional del thriller sanguinolento, Psicópata americano será una experiencia decepcionante. Durante la primera media hora el espectador asiste a la paciente descripción de rutinas enfadosas --de excelencia en el vestir, de cosmetología viril, de las etiquetas en restaurantes de lujo--, radiografía sin embargo indispensable para apreciar el delirio que gradualmente se apodera del personaje central y de la cinta. Basta retener la imagen cómica del asesino Patrick sodomizando a una mujer frente al espejo, extasiado en la contemplación amorosa de sus propios bíceps. Basta ver también la forma en que una sierra eléctrica cumple su cometido sangriento sin la intervención directa del homicida. Escenas absurdas, tan irreales y delirantes como el aniquilamiento de varios policías en unos instantes, con una sola arma, y con explosión de patrullas, como un thriller que remplazara a Clint Eastwood por Jim Carrey.

Y justamente, Bateman parece cumplir sus faenas de masacre dentro de una realidad virtual, en un nuevo show de Truman donde todo es tan falso y prediseñado como su propia rutina de embellecimiento facial, como su masa muscular trabajada con esteroides, o sus obsesiones por el orden y el buen gusto. Hay así confusión de identidades, personas supuestamente asesinadas que reaparecen en algún restaurante londinense, y un episodio hilarante, el intento de asesinar a un colega de trabajo, el cual confunde fascinado ese acto con una seducción gay. Por su parte, las víctimas femeninas contemplan con ironía casi misericordiosa las manías y denuedos del triste psicópata alucinado, cuya misoginia y mezquindad son risibles y no alcanzan jamás el grado de crueldad de una cinta que se desarrolla en ambientes similares, En compañía de los hombres, de Neil LaBute. ƑLa historia en su conjunto no sería otra cosa que la fantasía exacerbada de un aficionado al video sanguinolento? Una pregunta abierta, como el propio desenlace enigmático que invita al descubrimiento o relectura de la novela de Easton Ellis.