DOMINGO 23 DE JULIO DE 2000
Ť Keith Jarrett, síndrome de vida crónica Ť
Ť Pablo Espinosa Ť
Había una vez un pianista que atrapó en su estilo el sentido de la vida. Tocado por la gracia divina atravesó confines procelosos, navegó mares de anhelos y de adrenalina, hizo llorar de emoción a la mitad del mundo, mientras la otra mitad dormía.
Un buen día este hombre bueno quedó encantado. Los médicos, quizá imbuidos por la poesía que les resultó de auscultar la carne fláccida y al mismo tiempo tensa de este artista que había quedado inerte, dictaminaron de inmediato: ''hummingbird syndrome", derivación clínica del término original: síndrome de fatiga crónica, resultado del estrés, el exceso de adrenalina. Saturación de emociones, belleza en altas densidades, demasiada pasión para un sólo ser humano. Un pasón de vida. (Mozart murió así, joven y bello. Otro exceso de belleza en vida. El placer fue su morada).
Mirar colibríes
Y como el señor de las manos de piano vive en un bosque, a las afueras de Nueva York, los médicos, en su ataque de poesía, explicaron a sus alumnos, de vuelta al hospital neoyorquino desde donde habían viajado al bosque, que allá en medio de los árboles hay un señor dotado de prodigio que ha quedado quieto a fuer de silencio y olor a verde, sacrificado por la hoguera de la pasión, consumido en su propio éxtasis. Está sentado viendo a una ventana -explican los galenos a pupilos- donde posan colibríes (hummingbirds). Anoten, chicos: síndrome del que observa colibríes. Fatiga. No confundáis, aprendices de doctores, con cansancio de vivir. Esto, por lo contrario, fue un exceso de vida. Placeris abundantis.
La noticia, tan triste como era, empezó a cundir de manera lenta y fatigosa; discreta pero inevitable voló con el vértigo de una tortuga, con la velocidad de un colibrí que de tan inquieto parece que no se mueve, tan imparable como una mancha de miel virgen corriendo sobre la madera hirsuta de una mesa inclinada de manera imperceptible. Así es la vida.
El reportero Tom Moon alunizó el siguiente prodigio de entrada periodística. Inicia así su reportaje en el número de mayo de 1999 de la revista JazzTimes: ''El calendario guindado en la cocina de Keith Jarrett parece el almanaque de cualquier cocina: una escena bucólica en la parte superior y abajo bloques de días llenados con rápidas notas garabateadas. Es fácil imaginar que, en otros tiempos, este calendario estuviera lleno de nombres de lugares exóticos y fechas de conciertos importantes. La minuta logística del dónde y cuándo.
''Este calendario -sigue el colega Tomás Luna, es decir Tom Moon- empero, no contiene ya bitácoras de viajes. Cada cuadrito está llenado en su lugar con números. Se trata de las mensuras de la salud de Keith Jarrett. Los cuadros están llenados por completo de esos números. Son uniformes, infaliblemente ordenados, la bitácora de alguien que está acostumbrado a tener control de su vida en situaciones límite.
''Este calendario narra la historia de los últimos dos años en la vida de Jarret. Desde noviembre de 1966, dice, ha pasado prácticamente todo ese tiempo en su casa de campo, que data del siglo XVIII y restaurada con exquisitez, ubicada al lado de un lago en la zona rural al oeste de Nueva Jersey. Entabla batalla contra lo que los doctores llaman 'Síndrome de Fatiga Crónica', una situación compleja causada por bacterias que literalmente roban energía a las células sanas. Algunos días, los buenos días, es capaz de caminar un poco. Otros, casi no puede hacer nada..."
Y así discurre el reportaje de Moon. En su siguiente párrafo documenta el diagnóstico de uno de los médicos: ''Es la enfermedad del colibrí, porque al parecer es lo único que pueden hacer sus pacientes todo el día: mirar colibríes".
Son chingaderas, exclama uno. ƑPor qué al maestro Jarrett? y uno piensa en el personaje del filme Naranja mecánica, de Stanley Kubrick, cuando lo someten a tortura y como música de fondo le ponen una sonata de Mozart, una sinfonía de Beethoven. šNo se metan con los músicos! šDejen en paz lo que tenemos de sagrado los humanos! Inútiles lamentos de ese personaje de novela ideado por el genio del maestro Anthony Burgess.
Furia sosegada de emociones
En la vida real -lo sabe sólo la mitad del mundo- Jarrett constituye uno de los puntos máximos de la historia de la humanidad en cuanto a sus consecuciones estéticas. Un éxtasis de Jarrett es idénticamente proporcional al placer que proporciona, por ejemplo, La pasión según San Mateo, de Bach.
A la vez acariciado y maldito, el espíritu de Jarrett permea una discografía de faraones. Su concierto en la Sala Nezahualcóyotl, en la ciudad de México. Sus estrenos en el Lincoln Center de obras de concierto propias. Sus orgasmos metafísicos: Keith Jarrett captado en una foto, de espaldas, gimiendo, los brazos abiertos colgados de las teclas de su piano, el banquillo donde minutos antes empezó a tocar sentado, está ubicado a la altura de su cadera, pues él de plano está untado, a horcajadas, pubis contra pubis, con la respiración vegetal de su instrumento. Gimen el piano y Jarrett juntos. Y eso es inevitable constatarlo en sus grabaciones discográficas, especialmente sus conciertos en vivo (el legendario Koln Concert, el de Viena, el de París, y el último, el de la Scala de Milán). Jarrett, considerado el inventor de la técnica pianística más sofisticada, exquisita, sabia, intensérrima, el intérprete de las Variaciones Goldberg y de El Clave Bien Temperado del maestro Bach, el intérprete de Lou Harrison, el héroe de la melomanía más acendrada.
El toque pianístico de Jarrett, inconfundible sonido del amor, está imbuido por igual de su estancia natural, el jazz, que de las músicas primigenias, populares y del rock. Es uno de los más finos creadores de la improvisación, uno de los más grandes compositores del instante en este siglo.
En sus conciertos a piano solo -como el par que ofreció en México- Jarrett se sienta frente al piano, observa sus teclas como quien observa colibríes, y desata una furia sosegada de emociones, ideas, sentimientos, que discurren durante que será, veinte, cuarenta, setenta minutos sin interrupción. Construye catedrales, tejidos armónicos alucinados, progresiones melódicas de complejidad extrema que culminan de manera paroxística en corales orgiásticos, idas y venidas en el paraíso.
La vida es rosas... y espinas
Pero como la vida no sólo es rosas sino rosas y espinas, el canto erótico del Eclesiastés, la estrofa del Cantar de los Cantares cambió del ''hay miel y leche bajo tu lengua" a la hiel del espejo de la muerte.
''Yo solía aconsejar a mis alumnos: toquen como si fuera la última vez -narra Jarrett al reportero Moon-. Y eso se hizo realidad en el último concierto a piano solo que di, en 1996, en Italia. Sabía qué tan enfermo estaba ya, pero no sabía de qué. 'Esta podría ser la última vez' pensé. Y los últimos 20 minutos de ese concierto los recuerdo como una suerte de música fúnebre. Para mí, era el sonido de la enfermedad.
''Mi propio Réquiem."
Había una vez un hombre bueno que regresó del otro lado de la muerte y nos contó cómo es aquello de confrontar el fin. La noticia buena de toda esta historia de amor y muerte, señoras y señores, es que el maestro Keith Jarrett ha regresado desde la otra orilla: este 26 de julio ofrece un concierto en vivo, a piano solo, en San Sebastián, aquella ciudad española al lado del Mediterráneo. Y la noticia buena es todavía más grande: el maestro Jarrett está otra vez de gira. Más aún: el almanaque en su cocina tiene nuevas fechas de conciertos. Todavía más: tiene un disco nuevo. Se titula The melody at night, with you (ECM) y está dedicado a su esposa.
Angustiado por no poder hacer nada, impedido de sus fuerzas para salir a comprar un regalo de Navidad para su mujer, decidió fabricarlo con sus propias manos: hiló con uno de entre los cuatro (melodía, ritmo, armonía, contrapunto) elementos cardinales: la melodía. El disco con el que demuestra que está ganando la batalla, el documento que constata la lenta pero inexorable recuperación de su salud, es un espejo de música desnuda, íntima, la música de un maestro, un clásico, el que sabe decir lo más con lo menos. Con pocas notas, expresa muchos sentimientos, con leves armonías, intensidad de ideas. Placer estético supremo.
Cierto, es un Jarrett más sabio, luminoso, consagrado, me comenta el músico, sabio hipermelómano Antero Chávez (ese Orson Welles de las percusiones) en la sección de discos de la Librería Gandhi, donde hallamos juntos la primicia: šya llegó a México el nuevo de Jarrett! Antes de oírlo, discurrimos: debe tratarse, con certeza, de una música de quintaesencia. Ya no es el Jarrett de manos llenas de notas, un montón de notas veloces por segundo. La vida es energía y el cosmos apenas nos alcanza.
Cierto, una vez que suena: trátase de una música desnuda, lenta, reposada, sabia, quintaesencial, alquímica. La respuesta de la vida ante la muerte. La vida es simple y bella. Nada más.
El maestro Keith Jarrett ha vuelto con respuestas. La vida tiene sentido. La belleza mueve voluntades. El placer aquieta el vuelo nerviosísimo de un colibrí, que de tan rápido, como dice un poema del maestro Alberto Blanco, parece que no se mueve.
Había una vez un pianista con manos de colibrí, voluntad de acero, que apostó por la vida y nos regala, enésima dádiva de una vida de músico, la esperanza, traducida en notas musicales. Pocas, suficientes.
The melody at night... se llama el disco.
Keith Jarrett se llama el músico.
Síndrome de vida crónica, se llamaría esta historia.