DOMINGO 23 DE JULIO DE 2000

 


* Angeles González Gamio *

Revive el castillo

En todos los cuentos siempre hay un castillo; esta imagen es sin embargo totalmente ajena a la arquitectura mexicana de todas las épocas. Aquí pasamos de los templos y palacios prehispánicos a las construcciones tipo fortaleza, primero, y después a iglesias y mansiones de estilo barroco, con su toque nacional en el tezontle que las cubría, y en los dos últimos siglos, edificaciones eclécticas, pasando por el art noveau, art decó, romántico, funcionalista, hasta llegar a la arquitectura contemporánea, que mezcla lo internacional con lo propio.

Pero no faltó quien tuviera la ocurrencia de que en la ciudad de México tenía que haber un castillo; ese fue el virrey Matías de Gálvez, quien eligió con magnífico gusto un cerro en el bosque de Chapultepec, sitio elegido siglos atrás, ni más ni menos que por el rey-poeta-constructor texcocano, Nezahualcóyotl, para edificarse una mansión de descanso. El virrey inició la construcción en 1784 y la terminó su hijo y sucesor, el virrey Bernardo de Gálvez, en 1786. Así nació el primer y único castillo capitalino, que ha vivido múltiples viscisitudes pero siempre sobreviviente, continúa alimentando la fantasía colectiva, y ahora que ha tenido una profunda remodelación, brinda mucho más material para soñar con emperadores, princesas y niños héroes.

Entre los múltiples usos que ha tenido el castillo de Chapultepec, ha sido el de Colegio Militar. Allí se escenificó durante la invasión norteamericana en ese año nefasto de 1847, el feroz ataque contra las magras fuerzas que defendían el bastión, entre otros, 200 jóvenes cadetes ųcasi niñosų que perecieron valerosamente. De allí se deriva esa hermosa historia-leyenda, del novel cadete que prefirió arrojarse envuelto en la bandera que entregarse al enemigo, y la de sus arrojados compañeros, a los que conocemos como los Niños Héroes.

En 1864 Maximiliano suprimió el Colegio Militar y remodeló el castillo para que fuera su residencia. En el alcázar instaló las habitaciones, le construyó terrazas, calzadas en el bosque y ese paseo magnífico que ahora llamamos Paseo de la Reforma. Al triunfo de la República, lo ocupó el presidente Sebastián Lerdo de Tejada y después llegó Porfirio Díaz con su aristócrata esposa Carmelita Romero Rubio, a realizar innumerables modificaciones. De entrada, al salón del trono lo convirtió en sala de boliche, le puso elevador, adaptó un salón especial para recepciones, mandó poner vitrales emplomados, construyó una gran escalera exterior de mármol blanco, instaló un observatorio y decenas de obras más. Tras la familia Díaz, ocuparon el recinto por temporadas breves, Francisco I. Madero, Abelardo Rodríguez y Emilio Portes Gil; fue a partir de la presidencia del general Lázaro Cárdenas que el castillo pasó a ser museo y Los Pinos la residencia oficial.

A partir de entonces el célebre edificio ha tenido múltiples adaptaciones y en los últimos años había acumulado un sinfín de problemas de todo tipo, entre otros, estructurales, que lo ponían en peligro, por lo que Conaculta, a través del INAH, tomó la sabia decisión de remodelarlo a fondo, aprovechando los conocimientos de los especialistas en las diversas materias que trabajan en el propio instituto, lo que permitió que el costo fuera muy bajo, proporcionalmente a la magnitud de la obra, pues estamos hablando de 8 mil 700 metros cuadrados y el costo total fue de 61 millones de pesos, esto es, 7 mil 11 pesos por metro cuadrado; barato, nada caro.

En los próximos días se va a reabrir al público al alcázar, así es que prepárense para una visita espectacular. Van a entrar a la intimidad de Maximiliano y Carlota, de Porfirio Díaz y Carmelita, y a la representación viva de una época de México que se caracterizó por la pompa, el lujo y el refinamiento.

Para volver a lograr eso, que en buena parte se había perdido por el paso del tiempo, los restauradores del INAH llevaron a cabo una tarea verdaderamente de excepción, desde los más sencillos artesanos: canteros, ebanistas, yeseros, pasando por los restauradores de tapices, pinturas, objetos de arte, hasta los talentosos arquitectos que lo salvaron del derrumbe.

La magna obra incluyó mandar elaborar a Francia, a partir de pequeñas muestras que se habían salvado, los suntuosos tapices que cubrían los muros; de la bodega se sacaron cerca de dos mil piezas, la mayoría de las cuales habían permanecido guardadas y ahora, perfectamente restauradas, reviven la vida de los antiguos moradores al mínimo detalle.

Ver la hermosa recámara de la emperatriz con sus muebles y fina ropa de cama, el baño con sus toallas bordadas, la cama del emperador y tantos detalles íntimos, tan bien presentados, nos hace sentir que en cualquier momento aparecerá alguno de los personajes para preguntarle Ƒqué se le ofrece? Y quizás invitarlo a pasar al elegante comedor, puesto con mantel, vajilla y copas, a cenar exquisitos manjares y rematar en el salón de fumadores con un buen coñac y el aroma de un habano.

Para brindar por esta extraordinaria restauración, un buen sitio en las cercanías es el recién inaugurado Au Pied de Cochon, sucursal del famoso restaurante francés que se inició en el mercado de Les Halles, en París, y que ahora ofrece la misma sabrosa comida: sopa de cebolla, manitas de puerco, caracoles y buenos mariscos, en su sede del hotel Presidente Chapultepec. Está abierto las 24 horas de todos los días del año, así es que cualquier momento es bueno.

 

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