DOMINGO 23 DE JULIO DE 2000
Cuesta arriba
* Rolando Cordera Campos *
Mientras el PRI parece ir en caída libre, el futuro grupo gobernante empieza a explorar el plano inclinado, pero en sentido contrario al del partido derrotado. Entre ambas trayectorias sólo parece estar hoy el vacío o el pantano.
Sin interlocutores formales dentro del sistema político plural en el que ha de moverse, el casi presidente electo tiene como referencia casi única a la opinión pública y, sobre todo, a quienes la crean y reproducen. Es en los medios, aparte de los cenáculos cupulares de las distintas patronales, donde se han empezado a tejer el perfil y el formato de la administración entrante y que muchos quisieran ver pronto convertida en un auténtico nuevo gobierno.
El futuro presidente ha hablado con insistencia de acuerdos y pactos, pero el hecho es que hoy no tiene con quién hacerlos de modo formal y en congruencia con los parámetros que son propios de cualquier pluralidad política que se pretenda democrática. En la debilidad de los partidos, enredados en sus propias pitas transicionales, estaría la punta de esta madeja ominosa.
Sin acuerdos básicos será difícil gobernar, y sin gobernación no hay estabilidad que dure. Menos aún si se quiere también crecimiento alto y sostenido. De esta nada simple ecuación emanaría la racionalidad de la oferta de Fox de convenios y pactos que, como el prometido de Chapultepec, darían el arranque a su gestión presidencial y, tal vez, a nuevas y promisorias formas de hacer gobierno.
De ahí podrían emanar una exploración y una experimentación que buena falta le hacen a esta democracia, tan absorta en los procedimientos y los códigos, y tan alejada de la conversación y la discusión permanentes que son la savia del orden democrático. Pero para este tango, insistamos, hacen falta más de dos.
Un sistema político ha emergido y puesto en el rincón al anterior, que hace doce años fue descrito como de "partido casi único". Trabajo, tiempo y mucho dinero ha costado que dicha emergencia se dé en condiciones de relativa paz, sin (demasiados) sobresaltos catastróficos ni derrumbes sin fin en las otras esferas de la existencia colectiva. Pero un sistema sin orden, por novedoso que sea, está condenado a producir, tarde o temprano, caos y disgregación, corrosión de la vida pública e inseguridad galopante en la economía y la vida y expectativas de las personas.
Evadir una perspectiva como ésta es la clave para fincar una gobernabilidad distinta a la muy costosa que hemos conocido hasta la fecha. O el nuevo gobierno se encamina por la ruta de la renovación congruente de formas y mecanismos de comunicación y negociación política y social, o pronto se verá presa de las mil y una pujas que necesariamente acompañan a la toma y la disputa por el poder. De esto nadie se salva; de lo que se trata es de inscribirlo en un ambiente de cooperación amplia, que empieza en la política y los partidos, si es que esta cooperación va a ser democrática, pero no se quedan ahí sino que se deslizan pronto al resto de las vertientes de la vida pública.
La gran mesa para apurar el tránsito o el pacto fundador es deseable y necesaria, pero no es empresa fácil, debido a la inevitable crisis del PRI y a la, al parecer, incurable adolescencia del PRD.
Sin embargo, es claro que el gobierno del Estado que empezará su gestión el próximo primero de diciembre no podrá hacerse sin su concurso, salvo a costa de una acumulación interminable de descalabros para el futuro, sólo pospuestos por la expectativa que ha producido el cambio político, pero que pronto cederá su lugar a las duras realidades de la división política y las penurias económica y social dentro de las que sobrevive México. Lidiar con ambas, ponerlas en un horizonte de solución o superación racional y realista es lo que se pide siempre de la política renovadora que se atreve a ver más allá de los votos del día siguiente.
Empieza la política de lo difícil y para esto no hay cursos rápidos. Por lo pronto, esperemos que los head hunters no se nos vuelvan jíbaros. *