La imaginación se desborda con la lectura de Hermanos de la costa, libro de Roberto Casellas, nuestro experimentado diplomático. Se regresa, sin quererlo, a las novelas de Emilio Salgari, al sumergirnos en las aventuras de los piratas Lorencillo (holandés) y Garamont (francés) el lunes 17 de marzo de 1683 cuando atacaron el puerto de Veracruz con un galeón, dos bergantines, una corbeta, una hurca y dos goletas, acompañados por 900 piratas. Asalto que modificó la vida del puerto al llevar a construir el fuerte de San Juan de Ulúa y trasladar el movimiento mercantil a la ciudad de Jalapa.
Lorencillo, Garamont y sus hombres, financiados bajo el falso amparo de Francia e Inglaterra, se lanzaron a la depredación de tierras americanas, dándose gusto en su atraco. Uno se los imagina a toque de zafarrancho, escopetas en pie, tambores batientes, mientras trepidan galeones y bergantines y el mar retumba al estruendo de las balas que se cruzan en el espacio formando bóvedas de muerte, destilando una terrible impetuosidad jamás vista en el puerto.
Filibusteros con sello de eterna infamia arrasan a los nativos que, sorprendidos, son víctimas de un cruel asalto. Después, al agradable son de las voluptuosas olas veracruzanas que se agitan, evocan los peligros pasados, las mil aventuras de las que han sido ''héroes" en sus travesías por los mares, los países que han recorrido, las maravillas que se han desplegado ante sus ojos.
Y venga a planear nuevos asaltos y atropellos. La noche jarocha está en calma profunda, sólo perturbada por el zumbido monótono y tenaz de los insectos que revolotean por el aire. Sus mentes no se hallan ni en la tierra ni en el mar, sino en esa tenue línea azul perdida en el horizonte, diáfano, límite en que no se sabe qué es cierto y qué es el mar ni qué es el bien ni qué es el mal.
Estas historias de piratas nos enfrentan dolorosamente al ''eterno retorno de lo igual", muestran nuestra impotencia y desamparo ante la prepotencia de otras naciones. Incesantemente nos persiguen aquellas imágenes amenazantes y aterradoras que ahora se repiten (como viajeros en el túnel espiral del tiempo) en los modernos piratas electrónicos (hampa organizada) que se multiplican con velocidad prodigiosa y ante los cuales nos encontramos prácticamente inermes, presas de la desolación y de la impotencia. Todo parece apuntar al hecho inegable de que los piratas siguen actuando, siguen cobrando víctimas, con la diferencia de que ahora no arriesgan la vida.
Conocemos bien la historia y los relatos de la conquista ''oficial" de los pueblos indígenas en América pero, ¿no sería la piratería ''la otra conquista" que a pesar de haber logrado escapar al ''discurso histórico oficial" ha dejado trazos, huellas, gestos y escrituras internas que hayan estado cursando de manera silenciosa, subrepticiamente, al margen, en los márgenes, en un entretejido sinuoso de difícil traducción?
La piratería, forma siniestra de conquista, caracterizada por el cinismo, la crueldad y la prepotencia sigue ''surcando" los espacios sin respeto alguno por el ''otro".
Este y otros espacios de reflexión se abren con la lectura del libro del espléndido embajador Roberto Casellas.