SABADO 22 DE JULIO DE 2000

 

* Luis González Souza *

Ahora, la paz

Todavía se palpa el entusiasmo que generó el resultado electoral del 2 de julio. Aunque no ganara quien deseábamos, comenzó a derrumbarse la ya insoportable casa-cárcel priísta. Y eso es motivo de júbilo. Con su traje electoral, la sociedad mexicana por fin volvió a probarse como el actor estrella en la conducción de México.

Con un México simplemente digno como meta común, respetamos a quienes optaron por el atajo Fox. Sin embargo, es deber de todos conducirnos con honestidad. Lo primero a reconocer es que los atajos suelen estar plagados de trampas, lo mismo que de alimañas, tepocatas, víboras prietas y toda la fauna que aprendimos a recitar en esta temporada electoral. Como sea, muchos deseamos que al paso del tiempo, el atajo haya valido el riesgo.

Pero eso no se logrará sólo con buenos deseos. Hay mucho que hacer aparte de ejercer el legítimo derecho a soñar. Y no son abundantes el tiempo, ni el margen de error disponibles. Cada quien hará, o ya hace sus apuestas sobre lo prioritario. Lo importante es que sean apuestas limpias y a la vista de todos. Así lo exige la nueva cultura requerida por un cambio hacia delante, progresista.

La paz es nuestra apuesta. Lo es junto a la de millones que votamos en la consulta zapatista sobre los derechos indígenas, el 21 de marzo del año pasado. Y junto a la de los millones que votamos este 2 de julio por un cambio verdadero. Uno que comience por poner un alto a la diversidad de guerras que se libran en México desde su entrampamiento neoliberal: gue-rras socioeconómicas y políticas, guerras contra los pobres más que contra la pobreza, guerras contra los humillados y en particular contra los indígenas, gue-rras de disimulada limpieza étnica y, de paso, limpieza demográfica (el paraíso neoliberal alcanza para todo, menos para todos). En fin, guerras más o menos abiertas, pero siempre sucias.

Si no acabamos con todas esas gue-rras, el atajo Fox y toda la euforia que lo acompaña, terminarán en el infierno. Incluso, alimentarán nuevas y cada vez más abiertas guerras. Sobresaldrían las guerras hijas del resentimiento y la revancha. De hecho, ya es visible la guerrilla de las mafias neocaciquiles del priísmo.

Chiapas es el lugar donde más confluyen todas esas guerras. También es la primera trinchera de los neocaciques que se disponen a jugar guerrillas. Su "niño artillero" es el Che Albores (perdón a Ernesto Guevara de la Serna, pero acá la palabrita también sirve para evitar la de pinche). Su misión es tan evidente como incendiaria: frustrar el triunfo de la coalición más plural que jamás se haya construido en el México de lo electoral, la inteligentemente tejida en torno de la candidatura de Pablo Salazar Mendiguchía.

Lograr la paz en Chiapas es, pues, el reto más primero y más concreto que enfrentamos todos los que, foxianos o no, votamos por un México redignificado. Hoy por hoy, y por lo menos hasta el próximo 20 de agosto, la transición de México a la democracia dependerá de las tropelías del Niño-Che Albores y su regimiento de paramilitares. Así lo pueden entender hasta los más pragmáticos y cortoplacistas.

Pero el nuevo México que anhelamos no sólo se construye con cosas prácticas e inmediatas. También requiere de mapas estratégicos y de pilares éticos. Y en esto, el reto de la paz en Chiapas se agiganta. Esa paz --justa y digna como la exigen los indígenas zapatistas-- también es necesaria para comenzar a darle su lugar a la ética. Nada como el sacudimiento zapatista despertó tantas conciencias en la última década respecto a la necesidad de un México nuevo. Y nada como la dignidad zapatista hecha resistencia epopé-yica, galvanizó tantas voluntades de demostrar que México puede ser mejor.

No nos confundamos, pues, al elaborar la lista de honores por el México posterior al 2 de julio de 2000. Y, sobre todo, ojalá no confundamos la lista de prioridades. Sin la insurgencia zapatista, ese 2 de julio se hubiera retrasado mucho. Por el contrario, la hazaña electoral quedará estropeada si continúa la de por sí brutal guerra contra el zapatismo.

Hace unas semanas triunfó en grande la causa de la democracia en México. Es justo, pero además absolutamente urgente, que ahora triunfe la paz.

 

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