VIERNES 21 DE JULIO DE 2000

La universidad

en la historia

 

* Horacio Labastida *

Un CGH desnaturalizado, algunos grupos de personas que se autotitulan padres de familia y otros más innominados o con nombres desconocidos, con sus arbitrariedades y asaltos inesperados han logrado desorganizar y en algunos sectores paralizar las funciones de educación superior que el Estado confió desde 1929, año de la autonomía, a la UNAM, induciendo con su conducta factores aberrantes que agobian y en ocasiones casi asfixian la vida académica; y si es verdad que los altos estudios en México han tropezado frecuentemente con intereses obturantes del crecimiento y hondura de la conciencia soberana del país, educada en la universidad, conviene recordar malgré tout, en esta época de reflexiones y revisiones posteriores a las sorpresas del pasado 2 de julio, los grandes valores categoriales que nutren y sustentan la concepción de la universidad, forjada a lo largo de nuestros más o menos 190 años de existencia independientes.

No podría desprenderse el arranque sin echar una mirada sobre lo que fue y significó la Real y Pontificia Universidad de México, instalada en el siglo XVI por cédula de Carlos I de España, porque tal institución connota instancias positivas y negativas de las ideas universitarias prevalecientes.

La Real y Pontificia fue por esencia una organización humanista por plantearse como objetivo central la redención del hombre en Dios, y al mismo tiempo una organización dogmática, negadora de la libertad de pensamiento, al elevar la verdad revelada al nivel de absoluta e indiscutible, por la vía de una teología, la tomista, que sin excluir la razón tampoco purga la sinrazón de la certidumbre divina; y estas fueron características que recogerían y objetarían a la vez los ilustrados de 1833 ųGómez Farías, Mora y seguidoresų y los reformadores de 1867 ųJuárez, Gabino Barreda y los liberalesų, al mantener el acento humanista y desechar radicalmente al dogmatismo implicado por necesidad en toda teología, o sea en la tesis de que la verdad es resultado de una participación del intellectus humanus en el intellectus divinus, y no de la relación de la inteligencia con la realidad sea física, social o de otra condición.

Los ilustrados proclamaron una educación científica, filosófica, artística y popular, y los reformadores sancionaron una educación científica en el sentido positivista, y humanista por reconocer a la sociología o ciencia de la colectividad como el conocimiento complejo y necesario en el área del saber que se impartiría en las aulas. Es decir, en la ilustración y la reforma se buscó compaginar la ciencia y las humanidades como fuente de la educación, armonía lograda de mejor manera por Justo Sierra y Ezequiel A. Chávez, al fundar la Universidad de México (1910) y dirigir la Escuela de Altos Estudios, junto con la cátedra de matemáticas impartida por Sotero Prieto, y de filosofía en el claustro, del ínclito Antonio Caso, el develador poco después del bovarismo que quiebra la autenticidad del mexicano.

Los anteriores datos nos muestran que en las luchas históricas se ha forjado un paradigma de universidad comprometida con una verdad científica no excluyente del juicio filosófico, y con las humanidades sintetizadas en un bien común exteriorizado también en la belleza, paradigma sustentado desde nuestra ilustración en el antidogmatismo que implica el reconocimiento de la libertad de cátedra y de investigación, y en la autonomía garantizadora de esta libertad, conquistada como ley en el movimiento de 1923 y con la huelga estudiantil de 1929, encauzada brillantemente por el alumno Alejandro Gómez Arias, sin hacerse a un lado por supuesto la gratuidad y el servicio público que en materia educativa ha tenido la universidad por ser institución abierta a un pueblo mayoritaria y tradicionalmente empobrecido. No sobra recordar que el movimiento de 1923 se concretó en la petición de autonomía que la Federación de Estudiantes hizo a la legislatura de la época, durante el gobierno de Alvaro Obregón (1920-24) y sus cañonazos de 50 mil pesos.

Resumamos ahora el perfil de la universidad trazado en los muchos decenios que se iniciaron en 1833. La universidad es una comunidad de maestros y alumnos comprometida con la verdad científica y el bien social, autónoma por lo que hace a su libertad de cátedra e investigación, y vinculada a través de la cultura tanto con el engrandecimiento del mexicano como con el engrandecimiento del hombre universal.

Cualquier intento privatizador que busque hacer de la universidad un mercado de compra y venta del conocimiento rompería el proyecto histórico de la universidad mexicana y el derecho de cultivar en los supremos valores del hombre al talento nacional. *