La hora de

la República

 

* Jorge Camil *

Como era de esperarse, el contundente triunfo de Vicente Fox desquició en unas cuantas horas el sistema político nacional. En el PRI, se cuestionó la autoridad moral del presidente Ernesto Zedillo, atribuyendo la derrota a la ''derechización'' del partido, y en el PRD algunos pidieron la remoción de la dirigencia nacional. No es para menos. Sin embargo, no es tiempo de echar las campanas al vuelo ni de buscar chivos expiatorios. Es tiempo de consolidar la República. El histórico resultado electoral del 2 de julio fue, más que una merecida victoria de Vicente Fox o el anhelado triunfo de Acción Nacional, consecuencia del rechazo masivo al partido oficial y de la voluntad de un Presidente que decidió cerrar con broche de oro (aunque algunos dinosaurios heridos susurren maliciosamente que la verdadera prioridad del mandatario era proteger los mercados y su sofisticada pieza de relojería econométrica). Todo el mérito es, indudablemente, de los electores, que trascendiendo el voto del miedo y las predicciones catastróficas al estilo de Nostradamus, decidieron poner a prueba la viabilidad de las nuevas instituciones electorales.

La realidad es que el ocaso del PRI se inició en 1970, cuando el sistema permitió que los candidatos presidenciales aterrizaran en Los Pinos en el helicóptero oficial, en lugar de ascender al poder por el escarpado camino de la política electoral; cuando la Presidencia se convirtió en un puesto más en el escalafón de la burocracia nacional. Después vendrían las obstinadas crisis sexenales provocadas por la corrupción, la ineficiencia y los excesos de la deuda externa; los vaivenes de la nacionalización, privatización y estatización de la banca; y, por si todo eso fuese poco, el rompimiento del consenso político nacional con los asesinatos del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu: los escándalos de una Presidencia convertida en botín de unos cuantos. Hoy no cabe duda: el Fobaproa (una decisión administrativa para salvar a la banca, tomada por funcionarios de un partido supuestamente ''revolucionario'' y popular) ciertamente salvó al sistema financiero, pero hundió al Partido Revolucionario Institucional.

Las consecuencias del 2 de julio nos obligan a reflexionar. El PRI es un acorazado a la deriva. Ahora sí, parafraseando a Mario Ruiz Massieu, ''los demonios andan sueltos''. Sin el lazo de unión con la Presidencia, y sin línea política, cada gobernador priísta pudiera convertirse en un monarca absolutista sexenal (y todos juntos, en ''sindicato'', en una verdadera amenaza para la paz del nuevo gobierno). Además, la ausencia de instituciones confiables y la incertidumbre del nuevo régimen, podrían involucrar al país en un choque de fuerzas entre las antiguas y modernas fuentes de poder: la nueva Presidencia (oscilando entre la tentación del presidencialismo tradicional y el elusivo apoyo popular de ciudadanos no acostumbrados a la vida democrática), un Congreso plural y más independiente, los gobernadores (más fuertes, independientes y peligrosos que nunca), los partidos políticos derrotados (enfrascados en el estéril esfuerzo de buscar chivos expiatorios o en luchas intestinas de poder), el gobierno del Distrito Federal (en manos de un partido ideológicamente opuesto al PAN), Ejército (la gran incógnita de la transición), los sindicatos (recelosos de un nuevo régimen que muestra tendencias inequívocas hacia el libre mercado y el estilo empresarial) y la Iglesia (que pudiese caer en la tentación de pretender consolidar un poder político que comenzó a recuperar con Carlos Salinas de Gortari). Más aún, considerando los meses que faltan para el relevo de poder, el virtual presidente electo, lejos de la euforia de su triunfo electoral, pudiese llegar al 1o. de diciembre desgastado, con todas sus cartas sobre la mesa y con un bloque opositor dispuesto a sabotear su programa de gobierno.

La noche del 2 de julio el poder político pasó finalmente del partido oficial al pueblo. En ese momento, todos, los que votamos y los que no votamos por Vicente Fox Quesada (y el presidente Ernesto Zedillo con su inusitada acción republicana), nos convertimos en custodios de la transición. Ante el preocupante embate de quienes buscan preservar sus cotos de poder, es necesario apoyar a Ernesto Zedillo y a Vicente Fox. Ese constante apoyo popular consolidará la transición y hará posible la instauración de una República democrática. *