MARTES 18 DE JULIO DE 2000

PRD: el reino del desconcierto

 

* Luis Hernández Navarro *

En la lista de los grandes derrotados de las elecciones del 2 de julio el PRD ocupa un lugar central. Perdió la elección presidencial; su grupo parlamentario cayó de 126 a 52 diputados; no retuvo la mayoría en la Asamblea del Distrito Federal; apenas y conservó los 6 y medio millones de sufragios que constituyen su voto duro; en estados como Morelos y Zacatecas retrocedió dramáticamente, y en el medio rural pasó a ser la tercera fuerza política.

La magnitud del revés es mayor si se considera que durante 1997 y 1998 el partido había logrado crecer vertiginosamente, al ganar en alianza con otras fuerzas la gubernatura de cuatro estados y el gobierno del Distrito Federal. Quien propinó tal descalabro no fue el PRI, sino el PAN. El partido del sol fracasó en su pretensión de encabezar el cambio de régimen.

El voto a favor del PRD provino en su mayoría de hombres, mayores de 40 años, con los más bajos niveles educativos, con un nivel de ingreso medio y bajo, proveniente de la región centro del país. En cambio, Vicente Fox atrajo los sufragios de los jóvenes y las mujeres de las zonas urbanas, con los más altos niveles educativos, y niveles de ingreso alto y medio.

El cardenismo perdió la presencia que alguna vez tuvo entre la juventud y la comunidad intelectual, y quedó aislado de los sectores más influyentes en la sociedad. Lo hizo a pesar de contar con cuantiosos recursos económicos para la campaña y una apertura en los medios de comunicación electrónicos nunca antes vista. Conservó una parte del voto de quienes han resistido en las últimas décadas a las políticas de ajuste y estabilización.

La principal consecuencia de esta derrota es programática. El proyecto del PRD, tal y como fue formulado en su nacimiento, no tiene ya sentido. El partido se fundó para conducir una revolución democrática capaz de desmantelar el régimen de partido de Estado. Ese régimen ya no existe. En su lugar no ha emergido aún uno nuevo. Están pendientes las características que habrán de tener las nuevas relaciones que se establecerán entre los Poderes de la Unión, los partidos políticos, los ciudadanos y las organizaciones sociales.

Entre el gobierno del PRI y la administración de Fox habrá continuidad en la política económica, pero la idea-fuerza de revolución democrática no sirve ya como eje de acción.

El descalabro del PRI provocará que muchas de sus tribus recuperen en sus orígenes doctrinarios los fundamentos para su reconstitución. Para ellos el traspié del 2 de julio fue provocado, en mucho, por el abandono del nacionalismo revolucionario por parte de los tecnócratas. El PRD se formó, en parte, por una escisión del tricolor que, además de la falta de democracia, reclamaba la pérdida de los valores provenientes de la Revolución Mexicana, a la que se sumaron destacamentos provenientes de todo el espectro partidario de la izquierda mexicana. Inevitablemente habrá entre el PRI y el PRD una disputa por los restos de esta ideología. Y tarde o temprano el cardenismo deberá redefinir la naturaleza de su ideario.

El PRD está aislado de la dinámica de cambio de la sociedad mexicana. A pesar de que en el norte se están efectuando algunas de las transformaciones más dramáticas en el país, con una industria maquiladora que ha creado más de un millón de empleos ųmuchos de ellos femeninosų y que exporta 45 por ciento de los bienes que se venden al extranjero, la presencia del partido del sol azteca es de apenas 9 por ciento de los votantes. No obstante que los pueblos indios y las comunidades rurales del sur han protagonizado algunas de las luchas de resistencia más significativas de los últimos años, el perredismo ha sido incapaz de abrir su estructura partidaria a la cultura de los actores emergentes.

Ocupado en guerras internas por el control del aparato y por conquistar los puestos de representación popular, ineficaz para hacer ųen muchas ocasionesų de las posiciones de poder y de administración gobiernos distintos cercanos a la gente, incapaz de convertir la política clientelar en acción ciudadana, el PRD perdió en la opinión pública su perfil renovador y democratizante. La negativa actual de sus dirigentes a cualquier autocrítica, su pretensión de mantenerse al frente de la organización a cualquier precio, su lentitud para analizar los cambios recientes, y la lectura de la crisis política de su partido como un asunto meramente organizativo o de dirección, meten a esa institución política a una zona de zozobra.

El PRD entró al reino del desconcierto. Paradójicamente, aunque su proyecto inicial se agotó, su refundación como partido de izquierda es más necesaria que nunca para enfrentar el riesgo de un sistema bipartidista y organizar la resistencia al nuevo ciclo de reformas neoliberales. Ello sólo será posible si se logra la incorporación plena de los iguales a la definición de su rumbo y contiene la perpetuación de la nobleza agrupada en las corrientes políticas. *