MARTES 18 DE JULIO DE 2000
En clareando, amanece
* José Blanco *
La sociedad ha empezado a ganar frente a la política. El declive final de la conservación continua del poder por la "familia revolucionaria" ha traído, como una de sus más plausibles consecuencias, el desvanecimiento acelerado de uno de los rasgos históricos del sistema político mexicano: la opacidad de la política.
Por mucho tiempo, en abundantes estudios y tratados sobre política comparada, realizados en diversas partes del mundo, el PRI aparecía como el partido incógnita, con todos los repudios y todas las admiraciones. Las hipótesis y conjeturas acerca de los factores que podían explicar su predominio continuo, como el ministerio ubicuo del Presidente, el papel de los "sectores" y sus riendas corporativas, la coordinación de los cacicazgos regionales, el discurso "revolucionario", los equilibrios corporativos, el uso y abuso, corporativos, de la política social, la administración de las expectativas, el enriquecimiento ilícito de funcionarios, los mecanismos de cooptación, la amenaza sottovoce a los disidentes, la represión selectiva, la legitimación ilegítima por el manejo escandaloso de los procesos electorales son, entre otras, las piezas de un rompecabezas cuyo armado se ensayaba de diversos modos para explicar al animal político perenne por antonomasia.
Todo ello sin embargo permanecía opaco frente a la sociedad, casi invisible, merced a la "disciplina" irrompible de los políticos priístas: a cada uno de ellos les iba la vida, el futuro y el ingreso, en la lealtad al Presidente y a las "instituciones de la Revolución". El 3 de julio, desde esta perspectiva, México parecía ya otro país. Así viene siendo desde entonces. Las breves revueltas iniciales en el PRI por quienes se han afanado por sustituir al Presidente en sus funciones de "líder y primer priísta", los ataques y señalamientos de que ha sido objeto, las expresiones públicas de "connotados priístas" sobre las explicaciones de su propia derrota y sobre las conveniencias de un futuro así o asá para su partido, dejan a la vista lo que antes permanecía en la oscuridad.
La política comienza a cobrar normalidad estando a la vista de los ciudadanos. Sorprendentemente, los políticos priístas pueden decir ahora con qué corriente se identifican, qué piensan, a quién le van. Sus alineaciones políticas del futuro requerirán menos de la conjetura y la investigación, porque serán visibles a todo mundo. El discurso de cada priísta tendrá que clarificarse para que sus compañeros de partido ųy también los ciudadanosų puedan, sin más, identificarlo. Y los ciudadanos mismos, en consecuencia, podrán también hablar abiertamente acerca de sus preferencias políticas o partidarias, sin que en ello vaya cuestionado su empleo o su libertad personal.
Lo primero que seguramente será visible es la forma y los personajes involucrados en la recomposición del partido del siglo. La imagen pública de los priístas se trasparenta. A pesar de los pesares, el Presidente de la República continúa siendo su único factor de cohesión posible. Las resoluciones internas de ese partido, después del 2 de julio, y la designación de los coordinadores de sus bancadas en el Congreso, así parece indicarlo, a pesar de los desafíos lanzados por algunos adelantados contra la autoridad moral del mandatario.
La preservación de la autoridad presidencial, sin embargo, será ya de muy corta duración. Aún antes de que el presidente Zedillo entregue la banda presidencial, su fuerza, por necesidad, habrá finiquitado. Parece extraordinariamente remoto que el PRI pueda permanecer unificado. Como diversas voces lo han señalado, el factor de cohesión de los priístas se ha disipado. Los priístas tradicionales históricos y los neopriístas, los llamados "tecnocrátas", no caben en el mismo saco político: los primeros están convencidos, con razón, y lo dicen, de que los segundos intentaron liquidarlos; y los segundos están también plenamente convencidos, con razón, de que los primeros no tienen futuro político alguno frente al cambio ya operado en la sociedad.
Es previsible que sean los primeros quienes se queden como dueños del viejo almacén "revolucionario", no obstante el peso que aún parece haber tenido la intervención presidencial en estos primeros días después del colapso priísta. Una intervención que aún pudo permanecer en una opacidad que, ya con ésta, se despide; en clareando, amanece. *