LUNES 17 DE JULIO DE 2000
* Adolfo Gilly *
El suave relevo
Roberto Hernández, una de las más notorias cabezas visibles del capital financiero mexicano, es propietario de Punta Pájaros, isla del Caribe mexicano. Allí solía ir a bucear el presidente Zedillo. A esa misma isla, invitado por el mismo anfitrión, fue a pasar su primera vacación Vicente Fox después de ser electo presidente. Entre los muchos símbolos de la continuidad de objetivos y de mando real entre uno y otro gobiernos, Roberto Hernández como gran anfitrión me parece uno de los más deslumbrantes.
No quiero disminuir la importancia de la ruptura electoral del régimen de partido de Estado, victoria de quienes lucharon durante largos años desde diversas posiciones políticas y sectores sociales contra el monopolio priísta del poder. Pero tampoco puedo dejar de ver el éxito de quienes, desde adentro mismo del régimen, contribuyeron a preparar que esa ruptura, vuelta incontenible, asegurara al mismo tiempo la continuidad del mando real sobre la sociedad mexicana: el del capital financiero nacional, aliado y subordinado al internacional pero notablemente autónomo en las formas de ejercicio de su poder en México.
La llegada de Vicente Fox y del PAN (estrecho aliado en la política macroeconómica de Salinas y Zedillo) a la Presidencia de la República corresponde a una maduración de largo aliento a resultas de la cual el gobierno de las instituciones políticas busca adecuarse, por fin, a las formas ya consolidadas del poder económico. Aquello que algunos llaman "transición", se logró como un simple relevo electoral del mando político, suavizado por la continuidad sin restricciones del mando económico y social madurado y consolidado en los últimos tres sexenios.
Este suave relevo no elimina, sin embargo, otros problemas. El nuevo gobierno tendrá que terminar la tarea inconclusa de Salinas: adecuar a dicho mando las formas jurídicas y constitucionales; realizar lo que el Banco Mundial llama "las reformas de segunda generación"; avanzar en la integración económica subordinada y en la homologación jurídica con Estados Unidos; desmantelar o vaciar de contenido las formas de organización en la sociedad basadas en los vínculos de trabajo urbano o agrario o en otras relaciones solidarias o comunitarias.
Las elecciones del 2 de julio dan a Vicente Fox un notable caudal de legitimidad. Su conducta en estas semanas es la de un presidente plebiscitado, que no reconoce ataduras especiales con nadie. Pero en aquellas tareas su gobierno no podrá avanzar como si estuviera en territorio desierto. Tendrá que medir, cruzar y mediar sus propósitos con la realidad. Esta realidad la conforman una sociedad densamente organizada y una historia en la cual esa sociedad aprendió a organizarse y a defender lo que considera su patrimonio y sus derechos. Esta es la prueba que se avecina. Cuáles serán sus formas, no lo sabemos.
En todo caso, la política y la geopolítica del gobierno de Fox tienen al menos cinco temas prioritarios: 1) completar la restructuración de las relaciones entre el capital y su núcleo financiero, y las fuerzas del trabajo urbano y rural mexicano bajo todas sus múltiples formas; 2) adecuar a esa reestructuración sociojurídica las formas, los objetivos y los contenidos de la educación en todos sus niveles; 3) llevar hasta el fin la explotación privada de los recursos y las riquezas naturales y el despojo de los bienes comunes; 4) abrir el sector energético y el petróleo al capital privado internacional y nacional, bajo formas embozadas de contratos de obra, subcontratación, venta de petroquímicas y otras que conduzcan al desmantelamiento de lo que resta de las empresas públicas; 5) sin poner en cuestión la independencia política, integrar el territorio mexicano en el designio geopolítico histórico de Estados Unidos que en el territorio, el subsuelo, las costas, los mares y las comunicaciones entre uno y otro océano desde el siglo xix busca conformar bajo su conducción y para su propio destino de nación una plataforma continental unificada desde Alaska y Canadá hasta Panamá, sin olvidar las islas y naciones del Caribe.
Esos temas, más el retorno fuerte de la Iglesia católica y de su jerarquía a los ámbitos reales del poder, son los que hacen al de Vicente Fox un gobierno de los modernos conservadores comparable, guardadas las distancias, al de Thatcher en Gran Bretaña o al de Reagan en Estados Unidos, ambos surgidos del voto universal y de la democracia electoral.
Para mantener la continuidad de la actual política macroeconómica y llevar adelante aquellos objetivos, el gobierno de Fox tendrá que crear más pobres, aumentar la desigualdad social, hacer una reforma fiscal regresiva, recortar aún más los derechos sociales y hacer más densa la carga de trabajo (y más frágil su remuneración) en la industria, los servicios y el agro. No se trata de promesas o intenciones. Es que, dentro de sus planes y sus compromisos, no tiene de otra, como bien lo demuestra la carta que Alejandro Nadal envió en abril pasado a Vicente Fox (sin recibir de éste respuesta alguna), hecha pública ayer 16 de julio en Masiosare.
Quienes se constituyan en oposición a esa política ųPRD incluidoų tendrán que definir sus objetivos y sus formas de organización en torno a esos temas y no a los del pasado inmediato, unos ya alcanzados, otros superados por la nueva realidad. Mientras no haya esa definición política, las discusiones en torno a personas, errores pasados, reestructuraciones partidarias y reformas estatutarias carecerán de contenido político y serán por lo tanto estériles para la acción.
Si aquellos son los temas del gobierno de los modernos conservadores, que se anuncia dinámico y desprejuiciado en cuanto a métodos, los temas de nuestra organización tendrán que ser, entre otros, los derechos de los mexicanos; el empleo, el salario, la salud, la protección social y las formas de asociación para defenderlos (pues los charros no se desvanecerán y Víctor Flores, el que fue a ponerse a las órdenes de Fox, no es más que un precursor); los derechos indígenas; el apoyo al productor agrario y a los precios de sus productos; el patrimonio nacional y las riquezas naturales; la educación, la cultura, la libertad, la tolerancia; la soberanía de la nación sobre su territorio, sus costas, sus mares y la independencia de su política internacional en el mundo de los intercambios globales.
Esos temas tienen múltiples sujetos independientes del Estado y del gobierno conservador: los trabajadores de la industria, los servicios y las maquiladoras, cuya alianza sobre una plataforma común de derechos con sus padres de Estados Unidos y Canadá y con los migrantes mexicanos es impostergable; los productores independientes; los productores agrarios; los indígenas; las universidades y sus profesores, investigadores y estudiantes; los maestros, esa enorme y crucial presencia nacional; la sociedad urbana en sus muchas y diversas formas de asociación.
El gobierno de los modernos conservadores es la forma política bajo la cual se consolida hoy, a través de múltiples mediaciones y contra muchas resistencias, el mando del capital financiero mexicano y sus aliados. Para cambiar ese estado de cosas en la sociedad y en las instituciones políticas hará falta definición en los objetivos y los temas, organización y alianzas en la sociedad y la política, resistencia y empeño y, también, una cierta paciencia.