MAR DE HISTORIAS
Adelita y Reynaldo
* Cristina Pacheco *
"šEpale!", gritó Reynaldo cuando sintió en los ojos la lucecita que lo cegaba. Adela se cubrió los senos y gritó: "ƑQuién es? ƑQué quiere?" El policía, en vez de responder, golpeó con el puño la ventanilla y preguntó, como si no lo supiera: "ƑQué están haciendo allí?"
Luego todo fue confusión. En el interior del vochito Reynaldo tuvo que hacer movimientos de contorsionista para subirse los pantalones. Ya vestido, quiso tranquilizar a su esposa: "Ahorita lo arreglo, tú quédate en el coche". Adela se abotonó la blusa, ordenó su cabello y le lanzó una mirada de odio al guardia que los mantenía enfocados con su lamparita: "ƑPor qué no la apagará?" Dispuesto a abandonar el automóvil, Reynaldo le dio otra orden: "Pon el seguro".
Agazapada en el asiento trasero, Adela escuchó la voz del uniformado: "ƑQué pasó, amigo?" Luego, la respuesta de su esposo: "Nada, Ƒpor qué?" Después, las pisadas de los dos hombres alejándose por el camino de terracería. Entonces se llevó las manos al pecho, cerró los ojos y le pidió perdón a su Virgen: "Tú sabes que lo hice para que Reynaldo cambiara con nosotros. Siempre que sospechaba de mí, aunque le dijera la verdad, no me creía y se me iba encima a los golpes. Ahora, gracias a ti... ƑMe comprendes?"
Adela interrumpió su monólogo cuando vio a su marido de pie junto a la ventanilla. Rápido accionó la manija y bajó el vidrio. Reynaldo se pegó a su oído y le dijo con voz asordinada: "Quiere consignarnos por faltas a la moral. Ya le dije que estamos casados, pero no me cree". Adela estiró el cuello para ver, sobre el hombro de su marido, al policía: "Qué hacemos?" Reynaldo habló con suficiencia: "Darle mordida. Por las prisas, dejé la cartera en la casa. ƑCuánto traes?" Le bastó con mirar la expresión de su esposa para saber que ella tampoco llevaba dinero. Dio media vuelta y se encaminó al sitio donde el policía lo observaba con actitud detectivesca. Adela, sintiéndose más culpable que nunca, no pudo controlarse y salió del vochito.
Al oír sus pasos Reynaldo le ordenó: "Regrésate al coche". En lugar de obedecer, Adela fue directo al policía: "Oiga, Ƒpor qué nos detiene? No estábamos haciendo nada..." El uniformado la barrió con la mirada y le respondió: "No, šqué va!" Reynaldo se sintió ofendido y descargó el malestar sobre su esposa: "No te metas. Deja que yo hable. Mire, oficial: el hecho de que nos haya encontrado aquí no significa que andemos a salto de mata ni nada por el estilo".
El policía adoptó un tono neutro: "Es lo que vamos a averiguar. Por lo pronto los encontré cometiendo faltas a la moral". Reynaldo quiso interrumpirlo pero el uniformado no se lo permitió: "Le pedí sus documentos y no los trae. ƑCómo sé que el coche no es robado?" "šOigame, no sea estúpido", exclamó Adela. El policía se dirigió a Reynaldo: "Dígale a la dama que no me hable así". Ella no esperó y gritó de nuevo: "ƑCómo quiere que le hable, si usted nos insulta? Y sépase que no tiene derecho de hacerlo, aunque traiga su uniforme".
El policía se mostró condescendiente: "No se confunda, damita. Si les pedí una identificación no es porque lleve uniforme sino porque los descubrí estacionados en la oscuridad..." Reynaldo logró al fin interrumpirlo: "ƑY qué quería? ƑQué nos detuviéramos en la avenida, debajo de la luz?" El guardia levantó el brazo y lo calmó: "Yo no sé, pero ustedes han cometido ya varios ilícitos: faltas a la moral, estacionamiento en lugar prohibido..." Adela habló a la defensiva: "Yo no veo ningún letrero que lo diga". Su objeción no impresionó al policía: "De acuerdo, no hay señalamiento. Si digo que no debieron estacionarse aquí es por su seguridad. Imagínense que los hubiera sorprendido un ladrón, o alguien peor..." Adela murmuró: "Nos sorprendió un policía". Reynaldo la fulminó con la mirada y luego, con tono respetuoso, se dirigió a su custodio: "De acuerdo, actuamos mal. Ahora díganos, Ƒcómo podemos arreglarnos?"
El uniformado fingió no entender la frase: "Nos vamos a la delegación, reporto los hechos y el Ministerio Público dirá lo que se hace". Adela se aproximó a su marido: "No dejes que nos lleven a la delegación. Piensa en los niños y en lo que dirán los vecinos. Reynaldo apoyó a su esposa: "Tenemos hijos, están chavitos, yo sabré agradecerle que comprenda..." En seguida se llevó la mano al bolsillo del pantalón: "Lo malo es que olvidé la cartera. Si usted me da su domicilio, mañana sin falta paso a dejarle..."
El policía soltó una carcajada: "Usté no se mide, y le advierto..." Adela intervino: "Es que también usté no nos deja otra salida. A fuerzas quiere amolarnos". El uniformado se frotó la mejilla: "No se trata de eso y pónganse en mi lugar. ƑQué pensarían en mi caso? Si deveras están casados y tienen dónde vivir, Ƒpor qué vinieron acá para hacer sus cosas?"
Los esposos guardaron silencio hasta que al fin Reynaldo se dirigió a su mujer: "Díselo". Adela dudó antes de hablar; "Ay, oficial, lo que sucede es que desde hace tres meses la Virgencita se apareció en nuestra recámara". El policía parpadeó, mientras realizaba un breve ejercicio de memoria: "Ah, sí, algo supe de eso. ƑA poco son ustedes...? Híjole, Ƒy qué se siente?" Adela miró al cielo y, emocionado, Reynaldo contestó: "Muchas cosas. Uno piensa: caray, si mi casa es humilde y yo soy pobre, Ƒpor qué me sucede esto a mí y no a otros que sean mejores personas?" Adela suplicó: "No digas eso. Siento feo".
Agradecido, Reynaldo le sonrió a su mujer: "Es la verdad". Luego se acercó al policía: "Yo era de los que toman, y con eso le causaba sufrimientos a la familia. La Virgen lo vio, sintió lástima por mis hijos y por mi mujer. Creo que para protegerlos decidió aparecerse en nuestra casa. Desde entonces no he vuelto a tocar una botella ni le he levantado la mano a nadie. ƑNo es cierto, Adela?" Ella inclinó la cabeza.
El oficial les lanzó una mirada aprobatoria y quiso saber más acerca del milagro: "ƑY quién vio primero a la Virgen?". Reynaldo contestó: "Mi esposa. Siempre ha sido muy devota". Adela comprendió que era su turno: "Fue un lunes. La casa estaba toda revuelta porque, pues... Ƒlo digo?" Esperó a recibir la autorización antes de continuar: "Fue un lunes. Habíamos tenido un pleito bien feo el domingo. Mi viejo rompió hartas cosas y, bueno, Ƒya para qué le cuento?"
Con actitud de mártir Reynaldo le ordenó: "Dí la verdad: te agarré a guantones. Ahora me avergüenzo, pero tú sabes que si algo me molesta es que me digas mentiras". Adela suplicó: "No empieces, Rey. Lo bueno es que gracias a la Virgencita ya cambiaste..." Un acceso de llanto le impidió seguir hablando. Incómodo, el policía se acercó al oído de Reynaldo: "Dígale que vuelva al coche. Está muy alterada".
Cuando los hombres se quedaron solos había entre ellos una especie de complicidad. "Su señora es bien nerviosa", dijo el uniformado. Su tono propició la confesión de Reynaldo: "Y más que desde hace tres meses... Bueno, usté comprende: con la Virgen en la cabecera, Ƒpos cómo? Al principio dije: total, me aguanto; luego pensé: podemos hacerlo, somos marido y mujer. Se lo expliqué a mi esposa, pero ella me salió con que no..." El policía lo miró con lástima y Reynaldo siguió hablando: "No soy un santo, y como al mes y medio de que nada de nada, le propuse que fuéramos a un hotelito. šNo se lo hubiera dicho! Se ofendió, que porque estaba tratándola como a una tal por cual. Hoy la convencí de que viniéramos acá, pero ya ve..." El oficial desvió la mirada. La voz de Adela les llegó desde el coche: "ƑNo pueden discutir en otra parte?"
El policía murmuró algo incomprensible y Reynaldo aprovechó para hacerle una propuesta: "Acompáñenos a la casa. Verá a la Virgen y se dará cuenta de que somos gente de bien. Además, podremos agradecerle el favor; digo, si es que no se ofende". El uniformado giró en dirección al vocho y lo abordó.
Al cabo de unos minutos de silencio, para limar antiguas asperezas Adela preguntó: "Oficial, Ƒes casado?" "Sí, y precisamente estaba pensando en mi esposa. Es muy devota. Qué no daría ella para que se le apareciera la Virgen. Pero está difícil". Adela recobró el entusiasmo: "No, siempre y cuando su señora lo pida con mucha fe". El policía murmuró: "ƑSerá?" Reynaldo comprendió que la pregunta iba dirigida a él, ladeó la cabeza y le respondió al oído: "Sí, la cosa está en que usté le pida a Dios que la Virgen se manifieste en la sala porque, con todo respeto, tenerla en la recámara es una bronca muy gruesa".