DOMINGO 16 DE JULIO DE 2000

 

* Rolando Cordera Campos *

La política de la precariedad

La victoria electoral del PAN y Vicente Fox le plantean a la política mexicana nuevos retos. A pesar de las evoluciones democráticas de los últimos años, el proceso político general mantuvo como eje al PRI-gobierno, hasta que éste estalló en mil pedazos el domingo antepasado. Este es el nuevo punto de partida para pensar el gobierno y nuestros problemas públicos. En esta perspectiva, sin embargo, hay que reconocer que lo ocurrido con el PRI en los días posteriores a la elección presidencial le plantea al país problemas que pueden afectar una estabilidad política todavía muy precaria. El desplome del eje histórico PRI-gobierno deja al priísmo realmente existente en la orfandad y sin acceso a las brújulas que desde la cumbre del poder siempre se le proporcionaban. El PRI quedó solo y tal vez hasta sin alma, y no como resultado de una revisión profunda de sus lazos con el gobierno o de su estructura interna, como algunos trataron de hacerlo sin éxito en el pasado, sino debido al hecho puro y duro de que la Presidencia de la República pasó a otras manos y cambió el mando del Estado.

Es cierto que el PRI como sigla y conjunto de reflejos y costumbres no sólo no fue borrado del mapa político en la elección presidencial, sino que mantuvo una cuota de poder enorme. Es verdad, también, que la victoria panista no recoge de modo contundente la expulsión del priísmo de las coordenadas de la política futura, entre otras cosas porque éste se mantiene como fuerza principal en el Senado y conserva el gobierno de 20 estados. Lo que el PRI no tiene, y es esto lo que en verdad importa en la coyuntura política actual, es la cohesión y la perspectiva necesarias para actuar como partido político normal y ejercer el poder y la oposición de modo constructivo.

Dadas la vastedad del territorio y la capacidad efectiva de decisión en las Cámaras en manos de priístas, esta circunstancia se vuelve un reto mayor para la gobernabilidad futura y para el despliegue de un cambio político e institucional que ahora todos dicen querer. La expectativa de una renovación política rauda desde la Presidencia choca aquí con una realidad partidaria poco propicia para realizar acuerdos fuertes que abran el cauce de efectivas mutaciones en el orden del gobierno y de las políticas públicas, a través de las cuales todo gobierno adquiere identidad y pone a prueba no sólo su legitimidad sino su eficacia.

En México hay un superávit de ciudadanía y un claro déficit institucional y de cultura política democrática. Hay, también, una enorme grieta en la existencia social que cruza territorios y estructuras colectivas, visiones individuales y resortes profundos de la convivencia común. Hay, en breve, una disonancia política y una tremenda desigualdad que en muchos casos se presenta ya como escisión social. Esta disonancia tiene que ser abordada desde la política, ahora sometida a las restricciones del código democrático que los mexicanos refrendaron con claridad el día de las elecciones. De aquí la importancia crucial del Congreso, pero también de los partidos; de aquí también, para repetirlo, que la cuestión del PRI deba ser vista como un tema nacional que compete a todos, y que no podrá ser resuelta sólo desde Los Pinos o Insurgentes Norte.

Mucha negociación nos espera en las semanas que vienen, antes de que podamos decir que los faltantes empiezan a subsanarse y los sobrantes a encauzarse. Sin duda, mucho depende de lo que en los partidos se logre, pero también de lo que desde fuera, desde la sociedad civil, se emprenda y se entienda como tarea central del momento.

El problema de México es político, señaló una y otra vez Acción Nacional a lo largo de su historia, y por eso es que el cambio buscado por él se resumía en el cambio de manos y mando en el poder del Estado. Ese es, en primer término, el sentido del cambio convertido en gran promesa por Vicente Fox.

Sin embargo, tanto ese partido como el resto de los mexicanos tendremos que aprender pronto que la política no basta, mucho menos cuando se le entiende de modo restrictivo. Las normas y los procesos formales, como los que hoy se presumen, pueden encauzar los conflictos pero no superar sus causas.

Las difíciles operaciones políticas que nos esperan tendrán que admitir pronto y con destreza lo que advirtió con claridad el jefe Carranza: que detrás de la política siempre está, irremediablemente, la sociedad con sus luchas. El régimen que nos heredó la Revolución va de salida y un nuevo ciclo de innovación estatal está en la puerta. Habrá que recordar que la inclusión política sirve de poco si no hay mecanismos y voluntades de incorporación social que le den sustento al formato republicano que con la democracia al fin se puede proponer México.

Nunca se vive sólo de política... y el pan que se requiere hoy en México va más allá de las siglas conocidas y hoy victoriosas.