JUEVES 13 DE JULIO DE 2000
La tentación integradora
* Adolfo Sánchez Rebolledo *
Durante la campaña electoral, Vicente Fox pretendió, sin conseguirlo, encabezar una alianza que en los hechos reducía a un papel secundario a los demás partidos opositores. Ahora, pasada la contienda electoral, el virtual presidente de México persiste en ese esfuerzo integrador y no ha podido evitar la tentación de verse como el eje de una posible restauración de la ''unidad nacional'', cuyo significado trasciende la justa pretensión de abandonar las asperezas electorales en busca de la normalidad democrática.
Sin embargo, si el propósito de hacer borrón y cuenta nueva con el pasado reciente parece vano, el procedimiento resulta inútil para tales efectos.
Al ofrecer posiciones en el próximo gobierno a personajes provenientes de los distintos partidos políticos, sin considerar las diferencias reales que los separan, Fox Quesada plantea implícitamente una idea de la unidad nacional que no es tan democrática como lo parece a primera vista, ya que privilegia el reparto de cuotas de poder para garantizar los acuerdos sustantivos, en lugar de proceder exactamente a la inversa, discutiendo primero con los partidos y la sociedad civil todos los problemas y las propuestas a fin de arribar a posturas comunes con vistas a un nuevo ciclo de reformas y progreso fortaleciendo el pluralismo.
Sin embargo, Fox no lo ve así, porque continúa atado en este punto a una visión de la ''unidad nacional'' que combina ciertos rasgos del viejo presidencialismo con una idea bucólica de la nación, concebida muy al estilo religioso como una familia patriarcal, donde en el mejor de los casos el presidente es la cabeza ejemplar y visible de la comunidad, y en el peor el gerente magnánimo de una empresa llamada México.
No puede extrañar tampoco que en un mundo pensado a imagen y semejanza del mercado, Fox Quesada busque a los ''mejores'' sin tomar en cuenta ideologías, pertenencias políticas o confianza en una estrategia discutida, como ocurre con los procedimientos para contratar al personal de su gabinete, suponiendo que empresa y gobierno fueran realidades intercambiables.
El problema es que la misma idea de partido ųtan cara a la democracia representativaų se evapora ante este proceso de ''selección natural'' que fija las ''capacidades'' medibles conforme a cálculos de corte gerencial que se convierten de la noche a la mañana en los nuevos paradigmas del quehacer político, con el resultado de que se privilegia el papel del liderazgo personal sobre las instituciones y la ciega especialización de los tecnócratas sobre las consideraciones universalistas como la del ''bien común'' que articulaban la doctrina del panismo histórico.
Difícilmente esta especie de democracia, pretendidamente ''directa'', basada en consensos plebiscitarios en torno al presidente, puede ser una opción a la unidad nacional concebida al viejo estilo priísta como un ejercicio de sumisión corporativa a la figura presidencial.
Que Fox se sienta hoy como el dueño de la verdad revelada es hasta cierto punto normal, ya que es propio de la política y los políticos del mundo entero presentarse ante la sociedad como los verdaderos representantes de la voluntad general, de tal modo que cada uno pretende expresar mejor que nadie los verdaderos ''sentimientos de la nación'', armonizados por el Estado en una unidad superior que no reconoce distinciones, pero le hace muy flaco favor a la democracia el intento de anular al Congreso como el lugar donde se tejan los acuerdos, cosa que ya se vislumbra en los compromisos para la llamada transición sexenal. *