JUEVES 13 DE JULIO DE 2000

 


* Jean Meyer *

Zar/KGB

Una encuesta de opinión en Rusia, la víspera de las elecciones presidenciales del pasado mes de marzo, dio un curioso resultado en cuanto a los dos personajes políticos más respetados: el último zar, Nicolás II, asesinado en 1918, y Yuri Andropov, director del KGB antes de ser uno de los últimos rectores de la URSS. Vladimir Putin apenas ha cumplido los primeros cien días en calidad de presidente electo (era interino desde el primero de enero), pero podemos decir que se sitúa entre Nicolás II y Andropov y hace la síntesis entre la historia rusa y el capítulo soviético.

Sigue respondiendo a las aspiraciones de sus votantes. Da una imagen de fuerza joven y voluntariosa. Seguimos sin saber gran cosa de él, sino que vindica un padre funcionario en los servicios de seguridad y un abuelo cocinero de Lenin y Stalin; que presume de haber sido bautizado clandestinamente por su madre, como tantos soviéticos; que habla muy bien alemán (y su esposa también, que además habla español y francés: esperamos verla pronto en México). Su programa sigue siendo vago, lo que desespera a los analistas extranjeros, pero es bastante sano. Da la imagen de un padre severo pero justo. Su única promesa concreta había sido la de pagar todos los salarios atrasados. Parece que ha cumplido, gracias a la notable mejoría de la economía rusa, que no se debe únicamente al alza de los precios de petróleo.

Prometió también restaurar la dignidad nacional y la fuerza militar de Rusia, dar de comer a los que tienen hambre, proporcionar un techo a los vagabundos, cuidar a los ancianos; en una palabra: ser un padre poderoso para todos los "niños y desamparados". Prometió además un Estado fuerte, pero respetuoso de todas las libertades democráticas, la muerte de la corrupción y el despegue modernizador. Supo conciliarse la "familia" (el grupo alrededor de Yeltsin), los "oligarcas" (los principales empresarios robber barons), los gobernadores, la extrema derecha, la derecha populista, los liberales; el líder comunista Ziyuganov, su contrincante para la Presidencia, ha sido de una notable discreción, cuando no lo apoya abiertamente; su otro rival, el alcalde de Moscú Luzhkov, se ha sometido. La única nuca tiesa, el oligarca Gusinski, dueño de los únicos medios de comunicación que critican al Presidente, pasó hace un mes unos días en la cárcel y está presionado por Hacienda. El método utilizado contra el recalcitrante hombre de negocios no es nada democrático.

Chechenia... el asunto es de otro tamaño. La gran, la inmensa mayoría de los rusos apoya a su Presidente hoy, como lo apoyaban en el otoño pasado cuando, como primer ministro, asumió la responsabilidad de la solución militar. O mejor dicho del intento de resolver militarmente la cuestión chechén. Hoy en día la Presidencia ha asumido el control directo de la república de Chechenia y nombrado como gobernador al mufti Ajmed Kadirov, alta autoridad musulmana en Chechenia hasta el año pasado, cuando rompió con el presidente Masjadov. La movida es interesante, porque no se puede descalificar así nomás a Kadirov. Figura muy respetada hasta hace poco, había estado al lado de Masjadov, contra los rusos, durante la primera guerra (1994-1996); Kadirov desesperó, en 1998-1999, de la viabilidad de una Chechenia independiente y denunció la actividad criminal de los bandidos y de sus socios, los "señores de la guerra"; ese musulmán tampoco aprecia la infiltración de un fundamentalismo árabe extraño a la vivencia religiosa chechén. šOjalá y sea el hombre de la situación! La guerra en Chechenia podría ser un cáncer para la frágil democracia rusa y para el pueblo ruso que pide un buen gobierno paterno, sin uso de los métodos del KGB.