JUEVES 13 DE JULIO DE 2000
* Margo Glantz *
Nuevas nostalgias de la política cultural
Para Julia Giménez Cacho,
in memoriam
Se dice que Tony Blair es socialista y se decía que su gobierno sería totalmente diferente de los de Margaret Thatcher y su sucesor John Major, ambos del Partido Conservador, pero en realidad, como señaló Noam Chomsky en este diario, días antes del 2 de julio, ''la alternancia, como principio aislado de una propuesta de cambio a fondo, podría resultar más una ilusión que un paso democrático real''. Y si eso pasa con Blair que es socialista...
Dentro del salvaje juego neoliberal, el antiguo imperio británico pasa por malos momentos en relación con el euro y con sus vacas locas; la posición de su jefe de gobierno es muy criticada y su popularidad desciende, no sólo en la comunidad europea sino dentro del mismo Reino Unido. Sin embargo, en la isla se produce un fenómeno particular respecto del arte, uno de los más importantes productos de mercado, como bien pudimos corroborar recientemente cuando un dibujo de Miguel Angel se subastó en 12 millones de dólares en la casa Christie's de Londres.
En este juego de apuestas los museos británicos más renombrados, como la National Gallery o la vieja y la Nueva Tate (Tate Modern), sobre todo la vieja Tate, juegan una apuesta nacionalista. Así, en el edificio situado en la ribera del Támesis, conocido como Millbank, se exhibe una enorme exposición, Britain: 1500-2000, compuesta casi sin excepción por cuadros ingleses agrupados no de manera cronológica sino temática.
La Tate que albergaba una importante colección de arte británico pero que al mismo tiempo tenía una colección permanente de pintura y escultura europeas, privilegia ahora definitivamente lo nacional y abre sus puertas a todos los públicos sin cobrar la entrada, es más, hay un servicio gratuito de autobuses que recorren cada media hora las tres galerías más importantes del Estado, aunque en el enorme Albert y Victoria, antes gratuito como todos los museos británicos, las entradas hayan subido de manera escandalosa, así como en el Museo de Historia Natural, tan visitado.
Neoliberalismo, globalización y Ƒnacionalismo? en el arte. ''Buena jugada''. Quizá una nueva manera de ganarle al mercado, poniendo en vitrina los productos nacionales. Con el Eurostar uno puede atravesar fácilmente el Canal de la Mancha, llegar a Londres por la mañana, visitar las exposiciones más importantes y regresar a París o a Bruselas por la noche. En París, en cambio, se reinauguró el Centro Georges Pompidou y el número de visitantes se ha triplicado en relación con la etapa anterior, gracias a la novedad y a que el precio se ha reducido a cambio de cerrar la entrada libre al último piso desde donde puede contemplarse uno de los más espléndidos panoramas de la ciudad, mismo que si uno quiere ver ahora debe hacerlo desde el restorán allí instalado y pagar un ojo de la cara aunque sólo se pida un Perrier. Además, las personas hacen comparaciones, la expectativa causada por la reapertura del Pompidou se fue a pique con la inauguración de la Tate Modern, edificio extraordinario albergado en una antigua fábrica, totalmente sobre el río que puede admirarse desde los amplísimos ventanales o desde las terrazas abiertas que también dan al río.
Hubo un tiempo en que los ingleses le daban la espalda al Támesis, hoy lo recuperan, y uno puede recorrer a pie el malecón que va desde el South Bank ųel inmenso conjunto de edificios dedicados al arte (teatro, cine, conciertos, libros) construidos durante el socialismo, actualmente sucios y deteriorados, aunque existe un nuevo proyecto gubernamental para remozarlosų que va, repito, desde el South Bank hasta la Tate Modern.
Y en la antigua Tate, siguiendo un nuevo criterio que lleva algunos años de preferirse, se organizan las pinturas, la obra gráfica y las esculturas de acuerdo con temas específicos sobre la vida privada y la vida pública. Me atrajo en especial la sala destinada al autorretrato, el pintor inglés Joshua Reynolds en tres etapas de su vida y sobre todo el último, ya viejo y sordo, alegorizando a la vez su enfermedad y la pintura; luego, dos de Stanley Spencer, el gran pintor que recientemente fue exhibido en México, en uno es aún muy joven y en el otro está a punto de morir de cáncer. Turner, hijo de un barbero, se autorrepresenta como caballero, y Hogarth, el gran humorista, se pinta agresivamente con un perro de pelea, al lado del óvalo que encierra su retrato orgullosamente colocado sobre tres libros, uno de Milton, otro de Swift y el tercero de Shakespeare.
Me interesaron no sólo porque son muy hermosas y conmovedoras pinturas, tan reveladoras de cada temperamento y de la época en que fueron pintadas, me interesaron sobre todo si las comparo con las que ocupaban las salas del Museo de Düsseldorf cuya colección permanente se ha embodegado para alojar exposiciones temporales como la que que reseñé en un artículo anterior, haciendo eco de Rimbaud, ''Je est un autre'' (en alemán ''Ich-ist-etwas-Anderes'': 'Yo soy otro', 'yo no soy quien soy').
Habría que reflexionar sobre lo que he mencionado hoy: se regresa al nacionalismo, cuando la nación está ya en crisis definitiva, aunque se produzcan estallidos fundamentalistas en algunas regiones que propician los genocidios y se explora el significado del sujeto, del individuo, ese ser ya ambiguo que, como decía Hannah Arendt en su estudio sobre el sistema totalitario, que se ejercía y se ejerce aún como biopolítica:
''Después de la aniquilación de la persona jurídica (como sucedió y aún sucede en los campos de concentración o de refugiados) sobreviene el asesinato de la persona moral y la anulación de la singularidad del individuo, reducido a no ser más que un especimen del animal humano.''