JUEVES 13 DE JULIO DE 2000
* Raúl Salinas y yo *
* María Bernal *
Como un adelanto para nuestros lectores ofrecemos fragmentos del libro de María Bernal, Raúl Salinas y yo, desventuras de una pasión, que publicado por Océano comienza su entrada en librerías. Agradecemos a la editorial la posibilidad de reproducir el presente texto.
El futuro gobernador de Nuevo León
Regresamos a su casa en las Lomas de Chapultepec. Raúl continuó con su trabajo y miles de compromisos, pero siempre encontraba tiempo para mí, no me descuidaba. Muchas veces se disculpó por no darme la atención que él sentía que merecía. Creo que lo que le faltaba en la intimidad le sobraba en detalles. Yo a esas alturas creía entender que su situación iba más allá de ser el simple hermano del presidente, que tenía su verdadera vocación política.
Un día me pidió que lo acompañara a sus oficinas de Barranca del Muerto e Insurgentes. Ahí conocí a las dos secretarias de Ofelia Calvo, Elizabeth García Jaime y María del Carmen Tielve, ambas amigas de la primera. Luego Raúl me presentó a su secretario particular, Enrique Salas Ferrer quien, me explicó, llevaba los asuntos políticos. No me sorprendía que a Raúl le gustara vivir bien y que no reparara en gastos ni en sus oficinas, sin embargo me parecieron exageradamente lujosas. Tampoco pasó desapercibido para mí el tenso trato entre Ofelia y Enrique porque ni aun en mi presencia fueron capaces de comportarse de manera normal. El mismo Raúl me explicó que habían tenido cierto romance y que al casarse Enrique, Ofelia no lo perdonó, pero que eran buenos colaboradores y que los necesitaba porque eran de toda su confianza.
Por su parte Enrique, de manera cordial, se dirigió a mí para decirme que lo que se me ofreciera se lo pidiera a él, y que tuviera cuidado con la bruja de Ofelia pues buscaría la manera de fastidiarme. Por su lado Ofelia casi con las mismas palabras se expresó del asistente de Raúl. Yo a ninguno de los dos les hice ningún comentario y el incidente lo tomé como una guerra entre ellos y punto.
Pocos días después viajamos a Monterrey, pues según me platicó iba a ser el futuro gobernador de Nuevo León, y muy pronto tendríamos que vivir en ese estado. Mientras nos dirigíamos a nuestro destino en el avión privado de Raúl, éste leía un periódico que me mostró con su habitual despreocupación a la vez que con una gran seguridad. Recuerdo que sus palabras fueron: ''Mira, amor, este hombre va a ser el próximo presidente", al tiempo que me mostraba la fotografía de Luis Donaldo Colosio, a quien en ese momento a mí sólo me pareció un hombre joven. Nunca me hubiera imaginado su fatal destino, que se cumplió meses más tarde. Recuerdo haberle preguntado que cómo sabía que iba a ser presidente, a lo que Raúl me contestó: ''La política déjamela a mí."
Llegamos a uno de los mejores hoteles, porque su casa estaba en remodelación. Fuimos a visitar el sitio de las que serían sus oficinas en la calle de Ocampo en el centro de la ciudad. Más tarde visitamos su casa, la cual se encontraba en El Obispado, la mejor zona residencial de Monterrey. Ahí estaba Enrique Salas Ferrer, que según me comentó Raúl, era el encargado de vigilar las obras y ya estaba trabajando en las cuestiones políticas que tenía que atender en Monterrey. Mientras platicábamos, le dijo a Enrique que yo iba a ser la señora de esa casa y que desde ese momento podía cambiar lo que quisiera, independientemente del trabajo de los arquitectos y la decoradora.
Mi llegada coincidió con un cambio total en la forma de vida de Raúl. Nuevas propiedades, unas en remodelación y otras en proyecto de construcción, sus diferentes y ambiciosos planes de lo que sería su vida como político, en fin, estaba eufórico. Su energía parecía inagotable y nada ni nadie parecía interponerse. Vivía su propio paraíso, e ingenuamente, yo creía que ese hombre era un político brillante.
En nuestra estancia de casi una semana, Raúl cumplió diversos compromisos de trabajo con funcionarios del gobierno de aquel estado. En los ratos libres salíamos de paseo por la ciudad, a comer en algún restaurante, al museo o de compras. Para Raúl no había duda: él sería el gobernador de Nuevo León. Lo decía con la seguridad de quien ya había recibido la noticia y sólo le faltaba publicarla en los periódicos. ''Así es la política en México", decía Raúl.
Mi desencanto amoroso
Finalmente, se presentó a una comida familiar por motivo del aniversario luctuoso de doña Margarita de Gortari. Fue ahí, junto a la tumba de su madre, donde me explicó que me amaba profundamente, que nuestra relación era hermosa, pero que por desgracia no iba a cumplir su palabra de matrimonio, ya que por ser el futuro gobernador de Nuevo León, tenía que casarse con una mexicana. El, sin dejarme hablar, me repetía que me amaba, que no lo dejara solo. Llegó incluso a arrodillarse ante mí y llorar, en lo que parecía una reacción sincera y amorosa de su parte.
La decisión de venir a México había sido equivocada pero no quería aceptarlo, y no quería aceptar ante mi familia que Raúl se iba a casar con otra mujer porque sí convenía a sus intereses políticos. Sus argumentos me parecían tan egoístas que le reclamé el hecho de que ya se hubiera casado antes con una chilena, le dije que por favor no me creyera tan tonta. Me contestó que ahora su carrera política no le perdonaría otro error en su vida personal, por lo que se tenía que casar con una mexicana sacrificando el amor y su propia vida. ''Mi voluntad no cuenta, María, pero sólo será por unos cuantos meses; compréndelo, mi amor, tú eres buena y sabes que lo nuestro va más allá de los convencionalismos sociales. Tú no estás junto a mí ni por mi poder, ni por mi dinero, sabrás esperar".
La boda
Finalmente el día había llegado, era el 5 de junio de 1993. Tras una gripe nerviosa que no lo dejó durante dos meses antes de su boda, Raúl estaba peor que nunca. Caminaba de un lugar a otro; no se había bañado ni rasurado; era evidente: Raúl no quería casarse. Le recordé que había dado su palabra y lo ayudé para que se apurara; mejor dicho, casi lo empujé para que no desistiera de casarse. ''María, quiero que vayas conmigo, quiero que estés presente para que yo pueda estar tranquilo, para recordar en todo momento que todo esto es por nuestro bien", me dijo con los ojos llenos de lágrimas. Sabía y tenía la conciencia clara y plena de entender que yo era su fuerza, que si lo abandonaba él se vendría abajo.
Sin explicarme aún por qué lo hacía, me apuré a darle el traje que había comprado para la ocasión y le abotoné la camisa; mientras, Raúl no dejaba de decirme que por favor lo acompañara, para que le diera el valor que necesitaba. Sentía que me hablaba con el corazón en las manos, y creí mi deber moral entender su petición por dolorosa que fuera, así que, en un gesto amoroso pero sobre todo humano, acepté y tuve la fortaleza para verlo unirse en matrimonio con otra mujer. La cita era a la una de la tarde; Raúl fue por Paulina para llegar juntos a la casa de su padre, donde se llevaría a cabo la ceremonia.