JUEVES 13 DE JULIO DE 2000
* Wozzeck habemus *
* Juan Arturo Brennan *
La última vez que el buen soldado Franz Wozzeck paseó su triste y conmovedora historia por las tablas de Bellas Artes fue en 1966. Tenía yo 11 años y, siendo musicalmente nonato, me dedicaba a leer comics y a destrozarme las rodillas jugando futbol. De todo ello lo único que ha cambiado es que ahora sí voy a la ópera de vez en cuando, de modo que por nada del mundo me hubiera perdido la reciente puesta del Wozzeck, de Alban Berg.
Mentiría si dijera que es una experiencia escénica fácil; por el contrario, requiere la atención concentrada e individida del espectador, sobre todo para comprender el meollo del asunto: la puntual correspondencia expresiva y estilística entre la música de Alban Berg y el texto de Georg Büchner. Pero el esfuerzo tiene una recompensa más que suficiente: la posibilidad de apreciar una de las obras indispensables del teatro musical del siglo XX, una pieza que toca temas y asuntos que nos son mucho más cercanos que los desmayos de las costureras y las cortesanas que mueren de esa extraña combinación que es el amor con la tuberculosis. Y si bien es cierto que se requieren esfuerzos especiales de promoción para traer gente a ver y oír Wozzeck, en esta ocasión se les pasó la mano a los genios publicitarios del momento. En un arrebato de hipérbole no lejano a los exabruptos mercadotécnicos de las recientes campañas políticas, anunciaron Wozzeck como Arte total para disfrutar con todos los sentidos. En aras de la cordura, evitaré consignar aquí todos los chistes soeces que se me ocurrieron ante tal desfiguro y ante el improbable prospecto de tocar, oler y degustar a Wozzeck y compañía. Una cosa es la Gesamtkunstwerke y otra cosa es otra cosa. A pesar de la multisensorial propaganda, a este gran clásico de nuestro tiempo se le hizo justicia, a través de una puesta en escena de cualidades numerosas y evidentes.
Jürgen Linn, vigorosa interpretación
Una de las principales virtudes de este renovado Wozzeck ha sido la capacidad del reparto y el director de escena Benjamín Cann para dar a los personajes de Büchner y Berg una fisonomía variada y compleja, alejada del maniqueísmo operístico de costumbre. Así, Wozzeck mismo, que en ocasiones aparenta no ser más que el tonto del pueblo, es el personaje que inquiere, discrepa y filosofa. En la potente interpretación de Jürgen Linn, es un amante no demasiado asiduo, pero al fin y al cabo preocupado por la manutención y el bienestar de la amante y el hijo. Al mismo tiempo, se presenta como un macho capaz de llevar los celos y la ira al extremo irrevocable. Se deja sujetar y entubar como un perro de Pavlov, se somete al maltrato del Tambor Mayor y a las filípicas del Capitán, pero descarga su rebelión en Marie.
Ahí donde la óptica simplista ha visto a Marie como una golfa, Eilana Lappalainen la ha interpretado como una mujer desorientada, dolida, acosada, vulnerable, digna a veces, sumisa en otras, atenta por igual a su carne y a su hijo. También resulta contrastante el Doctor interpretado por Marc Embree; el demencial trato que da a Wozzeck y a sus secreciones puede leerse, por una parte, como el delirio de un científico nazi avant la lettre, y por la otra, como una auténtica aunque desorientada búsqueda del saber y la trascendencia. En el rol pivote del Capitán, Pierre Lefebvre se ha dado gusto creando al personaje más vinculado al expresionismo; a ratos está cercano a una versión marcial de Pierrot Lunaire, y a ratos se emparenta con el maestro de ceremonias de Cabaret.
Pero sobre todo, para quienes amamos el cine y la memoria de Stanley Kubrick, fue delicioso descubrir en este discapacitado Capitán algunos rasgos y gestos del Doctor Insólito. Al interior de una puesta en escena austera, depurada, efectiva y económica en el mejor sentido del término, encontré sólo un detalle realmente insatisfactorio, pero es un detalle importante. La obra de Büchner plantea que, al regresar al pantano en busca del cuchillo con el que ha matado a Marie, el soldado Wozzeck pierde la orientación y se hunde. Momento inquietante, abierto a hipotéticos desenlaces diversos, que merecía una solución menos chata que ver a Wozzeck salir caminando plácidamente entre las bambalinas del escenario.
Sólido edificio atonal
Bajo la analítica batuta de Guido María Guida han ocurrido dos cosas en el foso del Teatro de Bellas Artes. Por una parte, y como en ocasiones anteriores (Tristán, Salomé), la orquesta ha dado un salto cualitativo, dejando momentáneamente atrás la mediocridad en la que suele caer cuando de directores menos comprometidos se trata. Por otra parte ha sido posible apreciar, de manera fugaz, algunas de las fascinantes propuestas estructurales de Berg, cosa harto difícil tratándose de una partitura que carece de anclajes armónicos y melódicos. Muy estimable en particular el trabajo de Guida en los intermezzi que funcionan como bisagra entre una escena y otra, que son como la argamasa sonora de este sólido edificio atonal.
A través de esta muy satisfactoria puesta en escena del Wozzeck, de Berg, en Bellas Artes se ha podido comprobar que, en lo que se refiere al público, nuestra pujante entrada a la modernidad cultural no es más que un triste y mal disfrazado mito. La ausencia de héroes y heroínas, de lindas melodías, arias lucidoras, armoniosos coros y espasmódicos duetos de amor provocó, en proporción directa, la ausencia del público. Pero eso ya es noticia vieja: Ƒdesde cuándo nuestro culto público acude numeroso y entusiasta a ponerse en contacto con el mejor arte de nuestro tiempo? Si los parámetros son Carlos Cuauhtémoc Sánchez y Andrea Bocelli, la combinación de Georg Büchner con Alban Berg no tiene futuro. Al menos no entre un público que, como el nuestro, se aferra al siglo XIX como si en ello le fuera la vida. Que con su Traviata se lo coman. Los demás tienen todavía oportunidad de acercarse a Bellas Artes a ser testigos de un Wozzeck de muy buen nivel.
Para los escépticos que acepten el reto y le ofrezcan al soldado Wozzeck el beneficio de la duda, va un consejo que escuché en la platea la noche de estreno: véanlo y óiganlo como una obra de teatro sumergida en un sofisticado ambiente musical. La recompensa será rica y duradera. Si no van ahora, tendrán que esperar otros 34 años.