La Jornada lunes 10 de julio de 19100

Elba Esther Gordillo
La reflexión debe abrirse paso

Para estar en posibilidad de convertir en experiencia los hechos que hoy nos generan impacto, la condición es colocarlos en la perspectiva correcta, es decir, estar en capacidad de trascender la circunstancia en que se producen y explicarlos y entenderlos a partir de sus causas.

Afirmar que los resultados del pasado 2 de julio son culpa de alguien en particular o de las fallas del momento específico, precisamente es carecer de perspectiva. Ya en 1968 había quedado en evidencia la obsolescencia de muchas de las reglas que habían determinado la relación entre el PRI, como eje del Estado, y la sociedad. Todavía no podemos recuperar el espacio universitario como el centro del debate propositivo de las ideas políticas, y la intransigencia pasa a ser la única que tiene cabida en un sitio donde lo que se reclama es su opuesto.

Más recientemente, las muy debatidas elecciones del 88, la pérdida de estados como Baja California y Chihuahua; la complejísima elección que se deriva del asesinato del 94, el resultado de las elecciones del 97, en las que el PRI pierde la mayoría en el Congreso y en la ciudad más grande del mundo, resultaban evidencias suficientes para saber que la sociedad se movía, con gran celeridad, hacia otros planos de concepción y apreciación políticos, y que el partido se aferraba en la preservación de la red de intereses que, en el proceso dialéctico del poder, le había permitido mantenerlo.

Hay pocas evidencias en la historia política que permitan sustentar la tesis de que los partidos pueden adecuarse a la dinámica de cambio que todo proceso social implica; es más, lo que se desprende es justamente lo contrario y lo prueban los sucesos recientes en México.

En el PRI prevaleció una corriente de opinión y de intereses que no tuvo cupo en el acuerdo fundacional, y derivó en el debate entre modernizadores y preservadores que nunca encontró su síntesis; el PAN, desde la nacionalización de la banca, fue "tomado" por un grupo con poderosos intereses económicos, que reconocía que el acuerdo con el Estado había llegado a su fin y era necesario pasar de la oposición leal, que tanto tiempo les funcionó, a la verdadera disputa por el poder; el PRD fue la superestructura, capaz de dar cohesión a la siempre dispersa izquierda, y de recoger a aquellos priístas que resultaron los primeros escindidos de la nueva hegemonía.

El resultado de las elecciones plantea para todos los partidos, pero sin duda mucho más para el PRI, la necesidad de hacer una profunda revisión de su desempeño y decidir acerca de su futuro inmediato y mediato desde la perspectiva adecuada.

La primera condición para llevar a cabo tan exigente, pero sin duda riquísima tarea, es analizar lo que en realidad sucedió; la reflexión tiene que abrirse paso en medio de la grita y del desgarramiento de vestiduras con que se pretende evadir la verdadera responsabilidad; no debe ser resultado del apresuramiento y debe preceder a cualquier decisión, ya que se corre el riesgo de que una nueva hegemonía interna priísta, por más "popular" o contrastante que parezca, agudice las contradicciones que llevaron a la derrota. Si alguna cosa queda claro en medio de la polvareda es que una de las grandes pérdidas que en los años de intenso ejercicio político tuvo el partido fue su alejamiento de la inteligencia. Este intenso proceso de reflexión debe ser la inmejorable razón para volver a creer en la inteligencia, a invertir en las ideas, que son las única capaces de llevarlo a otra etapa, en momentos en que todo se ha movido y que el mundo lo hace también. De esa decisión dependerá la permanencia del partido o su extinción.

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