La Jornada lunes 10 de julio de 19100

Carlos Fazio
La transición

La derrota electoral del viejo sistema de partido de Estado es un cambio histórico. En teoría, significa la liquidación de un aparato de dominación autoritario y corrupto sustentado en una vasta red de complicidades que entrelazaba los intereses de la burocracia priísta con los de los grupos financieros, económicos y del crimen organizado, y les garantizaba impunidad y la multiplicación de sus ganancias. Pero la derrota del viejo edificio corporativo no significa que haya llegado la democracia. Las estructuras autoritarias permanecen allí. Los signos indican que podemos estar ante una reconversión del sistema político; el PRI no resultaba ya funcional a los intereses de los amos de México.

La fórmula "la hora de la democracia" resulta seductora por su realidad inmediata, pero es simplificadora. No bastan las buenas intenciones. El cataclismo foxista no debe hacernos perder de vista una realidad plagada de incertidumbres. No serán fórmulas destiladas de reformas o reformitas constitucionales las que nos salvarán; tampoco la repetición de los raídos y gastados lugares comunes sobre la libertad y la democracia. Mucho se ha hablado ahora sobre la alternancia. Mas de nada sirve instaurar o restaurar gobiernos pluralistas y representativos si es para verlos hundirse en un plazo más o menos próximo. El ejemplo de América Latina es elocuente; el verdadero reto consiste en romper el "ciclo fatal" de una alternancia entre dictaduras que se desgastan rápidamente y democracias poco sólidas.

La euforia por la derrota del PRI no debe hacernos olvidar que no hay democracia sólida sin demócratas, tanto en las alturas como en la base. Tampoco sin instituciones democráticas. Sería ilusorio querer renovar democráticamente al Estado a partir de instituciones inexistentes. No está de más recordar que las clases oligárquicas invocan una democracia que no sienten. En lo que atañe a la masa de la población, es loable que millones de mexicanos se hayan estrenado como ciudadanos; pero deben tomar conciencia de la paradoja subyacente que entraña una ciudadanía recientemente adquirida en su aspecto formal, pero no forzosamente asumida en su significado profundo. Un régimen democrático no es sinónimo de elecciones y pluripartidismo; eso ya existía en México. La democracia no es sólo un mercado político competitivo; supone, en cambio, que cada individuo pueda establecer lo más directamente posible una relación entre la defensa de sus intereses o de sus ideas y las leyes o decisiones que definen el marco de la vida colectiva. No hay democracia sin una autonomía de la sociedad política y de la ciudadanía. La participación de la ciudadanía será clave para construir las instituciones democráticas; entonces podremos hablar de una transición a la democracia.

Hay otro actor clave: Estados Unidos. Las clases dominantes y las corporaciones de la superpotencia mundial vienen impulsando la reestructuración neoliberal del capitalismo, tildada de "globalización".

Esos grupos han reducido la política a la administración más o menos eficiente del orden existente. La administración del statu quo no deja lugar para metas sociales alternativas; en tales circunstancias, la "política" se limita a ofrecer las condiciones más redituables al capital a costa del bienestar social. La política no pasa hoy por los partidos y el Congreso; la asumen los ministerios de finanzas y las bancas centrales. Pero las directivas llegan de afuera: las dictan el Grupo de los Siete, la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.

Cuando los regímenes se agotan, el imperio deslastra. Busca fórmulas de recambio que les permitan conservar el dominio y desprenderse de sus aliados. Ocurrió en Nicaragua: Somoza a los leones. Ocurrió en toda América. El objetivo fundamental es salvar al sistema. El tiempo de las dictaduras es uno, el tiempo del sistema, otro. Fox y el PAN son el recambio del régimen de partido de Estado; Estados Unidos dice adiós a la "dictadura perfecta". Ya no le sirve. El constructor de la "alternancia foxista" es Luis Ernesto Derbez, ex vicepresidente del Banco Mundial, hombre de confianza de Washington. El nuevo administrador del statuo quo.

Los pragmáticos dirán que no hay de otra: "Hagamos lo posible". Lo posible es, por regla general, conformismo y rutina; la vía de la mínima resistencia. Pero la alternancia es otra cosa. Es ley de estrategia no hacer el juego del adversario ni entrar en el terreno por él elegido. La transición no será fácil.