CIUDAD PERDIDA Ť Miguel Angel Velázquez
Ť "La garantía es Fox, cabrones..."
Ť Complicidades en la caída priísta
Eran las 21:40 horas del día 2 de julio y en Los Pinos el equipo de televisión al servicio de la Presidencia de la República terminaba de grabar el mensaje donde Ernesto Zedillo anunciaba el triunfo de Vicente Fox. Las tendencias eran, a esa hora, dicen en Los Pinos, irreversibles.
El anuncio de la catástrofe priísta se trasmitió poco después de las 23:00 horas y la hora de la grabación fue guardada por órdenes de la Dirección General de Comunicación Social.
Para muchos no había sorpresa, más bien enojo, un sentimiento de impotencia inconcebible en las filas del priísmo, confundido entre la lealtad a su partido y la fidelidad al neoliberalismo.
Apenas un par de meses antes de la elección del 2 de julio pasado, en torno a una de un lujosos restaurante se hacían cuentas hipotéticas de la jornada electoral y allí las voces anunciaban el futuro como mensajeras del desastre.
Uno de los comensales decía en tono de reclamo: "Fueron 18 años, nos tardamos tres sexenios en arreglar la economía, en darle viabilidad a este país, en apuntalarlo y ahora Labastida empieza a tirar hacia el populismo. šNo se vale!
Dentro del aparato priísta ya se había sembrado la duda. ƑSería Labastida el bueno? Los temores crecían entre los tecnócratas que preguntaban y preguntaban sobre la posibilidad de llevar al poder una idea un poco, sólo un poco, ajena al neoliberalismo.
El puro pensamiento mellaba el espíritu priísta en su parte neoliberal como podía escucharse en aquella mesa donde otro de los invitados terciaba en la platica. "Es decir, clavaba la pregunta como aguijón: ƑQuién va a garantizar el camino de lo económico a nosotros, a los banqueros, a los gringos...?"
El silencio invadió la hasta entonces ruidosa mesa. Alguno sorbía el café, otro hacía girar la cuchara dentro de una taza que apenas registraba el movimiento con leves sonidos y alguno más tosía para no dejar salir por la boca un pensamiento comprometedor. Aún se guardaban las formas.
Pero al fin, desde una de las esquinas de la mesa, alguien aseguró: "Labastida, no". Y el silencio se hizo más pesado, más espeso, hasta que apareció el cinismo como remedio: "La garantía es Fox, cabrones, Fox".
Para esos tiempos la duda hacía crujir las estructuras salinistas dentro del PRI. Un gobierno dirigido a causas más justas que salvar las inversiones en carreteras o en bancos, aunque sólo fuera en la medida de lo demagógico, se miraba como atentado al progreso, a la modernidad.
La complicidad PRI-burguesía neoliberal se había sellado bajo el secreto bancario. Los defensores tenían que ser los priístas. Para ellos, para los políticos, estaba destinada la tarea sucia. Ellos tendrían que hacer frente a la población agraviada por los señores del dinero y en ellos debería recaer el desprestigio.
La deuda con el PRI debería saldarse, en su momento, con apoyos, con todos los apoyos de que es capaz el dinero. El costo no era alto y don dinero sirvió, otra vez, a su propia idea.
La lealtad del neoliberal no estaba con el PRI ni con Fox, estaría con quien le asegurara continuar la marcha y eso no lo entendían quienes desde esa organización política ya habían vendido su alma al diablo.
Para Labastida, ciertos de los compromisos con Zedillo y su idea, buscó con un poco de populismo, de palabra, conservar lo que quedaba de las apolilladas estructuras del PRI a punto de venirse abajo.
Se trataba de acciones rápidas, ciertamente populares, pero sin profundidad, dichos de campaña y nada más, pero había desconfianza. Para tener el control, como lo quería Salinas, era necesario acabar con el PRI y no sólo eso, había la necesidad de impedir el crecimiento amenazante del PRD y delimitar el fortalecimiento del Partido Acción Nacional.
Para eso abortó la organización política a la que se le llamaría "solidaridad" y para eso se creó, con los mismos fines, a los Amigos de Fox. Ellos serían los apóstoles del neoliberalismo, serán los guardianes del culto a la Thatcher o Reagan o De la Madrid o Zedillo. Todos caben en el mismo costal.
La ciudad y el gobierno, acotados
En los próximos días, hoy o mañana a más tardar, hasta donde se sabe, el PRD habrá de interponer un recurso de apelación por los conductos legales para tratar de rescatar el control de la Asamblea Legislativa.
En la noche del viernes pasado, desde el Comité Ejecutivo del PRD en el DF, se soltó la especie: no habría impugnaciones, las cosas se quedarían como las dejó el IEDF y tán tán.
Pero después el rumor fue desmentido. Leonel Godoy, quien en un primer momento habría descartado la posibilidad, más adelante, después del análisis, recomendó, desde su experiencia de abogado, la apelación y Armando Quintero llamó a la decisión del instituto "un atraco".
Y en ese sentido fue la lucha que, desde el principio de semana, inició Martí Batres. Este explicó con lujo de detalles cómo el PRD debería quedarse con la no escrita "cláusula de gobernabilidad".
Citaba, uno a uno, los párrafos de los diferentes artículos de los diferentes textos legales donde quedaban asentados los preceptos legales que fundamentaban su alegato.
Dos conceptos vertidos por el consejero electoral Eduardo Huchim daban una idea clara del asunto: "En efecto, la división de poderes busca el equilibrio, el contrapeso. La cláusula de gobernabilidad anula ese equilibrio, busca el predominio de uno de los poderes, el ejecutivo.
Lo curioso es que, con la asignación que estamos discutiendo, nos ubicamos en la singular discusión de que la política y popularmente llamada "cláusula de gobernabilidad" estaría propiciando que el dominio de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal quedara en manos de un partido de signo contrario al que está en el gobierno de la ciudad".
De cualquier forma, Huchim se declaró en contra de tal cláusula e incluso propuso buscar el equilibrio entre los legisladores, donde el PRI aumentaba sus legisladores a la Asamblea, pero la propuesta no fue defendida ni por el propio PRI.
En fin, la discusión apenas empieza y se sabrán muchas cosas del IEDF, que aparentemente iba a salir limpio de esta elección.
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