DOMINGO 9 DE JULIO DE 2000
La democracia que llega
* José Agustín Ortiz Pinchetti *
En 1989 escribí La democracia que viene (editada por Rogelio Carvajal en Grijalbo, 1990). Allí describí a detalle el triunfo del sufragio efectivo. El único defecto de mi profecía es que se cumplió exactamente seis años después de lo que yo me la imaginaba. Yo creí en la posibilidad de que Salinas preparara la transición a la democracia. Pero no lo hizo; se le ocurrió la peregrina idea de fundar una dinastía y un imperio económico. Salinas terminó muy mal. Y la nación, peor.
Ernesto Zedillo heredó el sistema presidencial-monárquico en desmoronamiento. Intentó acelerar la transición en el primer año de su gobierno pero los grandes señores de la mafia que encabeza el PRI se lo impidieron. Tuvimos que contentarnos con una reforma rabona. Se fortaleció un sistema autónomo que administrara las elecciones. Pero se dejó para "otro momento" la reforma del Estado que se había prometido. Sin embargo, la revolución cultural que impulsaba los cambios no se detuvo. La población se modernizó y ya no soportó un sistema primitivo, una monarquía absoluta. Y en cuanto tuvo oportunidad, es decir, cuando hubo elecciones relativamente limpias, el 2 de julio pasado, votó en masa contra él. Los votos de los opositores rebasaron 60 por ciento del total.
Es cierto: la maquinaria de inducción, coacción y compra del voto no se detuvo, actuó en todo el país y en particular en el México pobre, pero no pudo evitar la derrota. Probable-mente sin este apoyo el PRI hubiera caído al 20 por ciento de votos que era su "base dura".
El presidente Zedillo actuó con astucia y con eficacia. Supo generar una falsa esperanza de que en el último momento autorizaría el fraude salvador. No lo hizo porque era muy peligroso imponerlo a una población que creía en las elecciones y que estaba dispuesta a defenderse. Además no le convenía: Zedillo tendrá un relieve histórico que no habíamos sospechado. De haber autorizado una tentativa de fraude, habría pasado como un presidente gris, con un final desastroso.
Si no ocurre algo terrible, el 1o. de diciembre próximo Ernesto Zedillo, el último tlatoani, se despojará de la banda tricolor y la pondrá "con una sonrisa imperceptible" sobre el pecho del nuevo presidente. "Se iniciará entonces en México la república", como yo inventé hace 10 años.
En cuanto a profetas, hay que reconocerle el primer lugar a Gabriel Zaid. Vean ustedes lo que escribió en 1995: "Las oportunidades de la revolución cívica por ahora son geográficas: ganar estados y municipios, pero la geografía empezará por pesar en unos cuantos años. Basta con un avance perfectamente posible: ganar el Distrito Federal en las elecciones de 1997, reducir el peso del PRI en la Cámara de Diputados para que la balanza se incline decididamente a favor de la alternancia presidencial en el año 2000" (Adiós al PRI, Océano, pág. 20).
Quiero remarcar que este párrafo notablemente visionario fue escrito por Gabriel Zaid en 1995. A Zaid y a muchos de nosotros nos parecía que sería muy raro que el PRI fuera eterno. Todos sabíamos que avanzábamos hacia la fecha en la cual terminaría. Pero nos resistíamos a la transición. Durante muchos años y a pesar de las claras señales de agotamiento seguíamos pensando, para efectos prácticos, que el PRI era eterno. Salvo que se produjera un estallido. En 1985, Gabriel Zaid escribió que el escenario más realista del fin del PRI era la madurez política en México: "un proceso que está en marcha de maneras poco visibles, sobre todo si no las queremos ver. Vamos hacia el fin del PRI con los ojos cerrados, como temiendo que después del PRI, el diluvio".
Creo que lo más difícil en este proceso accidentado y lento ha sido convencernos a nosotros mismos de que la derrota del PRI era posible y que podría ganar un candidato opositor. Cuando esta imagen dejó de ser una fantasía y se convirtió en algo nítido y poderoso, el desenlace pudo precipitarse. Por supuesto que podemos decir que la democracia llega pero aún no podemos cantar victoria. Para que nos desintoxiquemos de los conceptos y las fórmulas del PRI, para que superemos la inmadurez de nuestros partidos políticos, para construir una cultura democrática que cale en nuestra vida cotidiana, pasarán 20 o 25 años, el término de una generación. *